Comentario
Las culturas emplazadas al sur de la frontera de Mesoamérica, tal vez por su posición entre dos áreas de fuerte personalidad cultural, no han concentrado aún el suficiente interés por parte de los investigadores, a pesar de que en este territorio se ha constatado la existencia de procesos muy complejos. En términos amplios, se estima que esta frontera es menos dinámica que la septentrional, tal vez debido a la existencia de poblaciones más evolucionadas y rígidamente establecidas, que han llevado a los arqueólogos a definir un Area Intermedia, para diferenciarla de los grandes desarrollos de Mesoamérica y del Area Andina.Desde un punto de vista histórico, existen evidencias aisladas de hombre prehistórico en la región desde el 20.000 a. C., a juzgar por los descubrimientos realizados en Turrialba (Costa Rica), los cuales se continúan por los hallazgos localizados en el sur de la Baja Centroamérica, en el Lago Madden, Panamá. En cada uno de estos sitios se han descubierto, respectivamente, puntas de proyectil de tipo Clovis y cola de pescado, evidenciando con claridad que entre estas dos repúblicas se puede establecer la máxima difusión de estas dos tradiciones que proceden, la primera de Norteamérica, y la segunda de América del Sur.También existen, aunque muy escasos, datos acerca de la recolección característica del Arcaico y de los primeros procesos de domesticación agrícola, produciéndose una doble situación. El norte de la región -Honduras, El Salvador y Nicaragua- manifiesta la introducción de productos básicos mesoamericanos (maíz, calabaza y frijol); mientras que el territorio sur -Costa Rica y Panamá- tienen una adscripción clara al cultivo de mandioca y tubérculos, al menos desde el 1500 a. C. característicos de la subsistencia de la cuenca Orinoco-amazónica.En la Montaña y las llanuras de San Carlos, Costa Rica, y en la Isla de Ometepe, Nicaragua, se inicia la tradición cerámica en coincidencia con esta dedicación al cultivo de plantas, apareciendo en forma de tecomates o grandes vasijas sin cuello decoradas con incisiones y bicromía zonal, que emparentan culturalmente la región con la Llanura Costera del Pacífico y Chiapas. Las cerámicas de la región de Ulúa y Los Naranjos en Honduras representan una respuesta propia en el área a la introducción de la agricultura. Sin embargo, hacia el sur son más característicos los budares, grandes platos planos emparentados con el proceso de transformación de la mandioca.A lo largo del Formativo Medio y Tardío, preferentemente en la región del Pacífico, se distribuyen rasgos de la cultura olmeca, que se manifiestan por medio de pequeñas cabezas colosales y altares en Honduras y El Salvador. Esta escultura monumental se acompaña con cerámicas decoradas con motivos de cejas flamígeras, grecas y aspas tan característicos desde el florecimiento de San Lorenzo, en la costa del Golfo. Esta especial relación con el área metropolitana olmeca se condensa de manera especial en aquellos sitios bien emplazados en relación con productos y materias primas estratégicas; tal es el caso de Chalchuapa con respecto a la obsidiana y el cacao.La influencia olmeca se extiende también más al sur, hasta zonas de Guanacaste-Nicoya en Costa Rica, pero esta vez limitada a objetos de arte portátil; relacionados especialmente con instrumentos de jade confeccionados en forma de hacha y que están decorados con relieves de figuras humanas y animales que se adscriben a la iconografía olmeca.En la vertiente pacífica de El Salvador tiene su origen una tradición indígena de singular importancia a partir del 600 a. C., fundamentada en la confección de la cerámica Usulután. Se trata de la primera tradición de pintura negativa al norte de América del Sur, que deja el fondo crema y tiene diseños decorativos geométricos y abstractos en naranja. Su centro de manufactura pudo ser el gran centro de Chalchuapa, que la expandió por el territorio maya a finales del Formativo.Chalchuapa es uno de los centros más importantes del sur de Mesoamérica al término de esta etapa, incluyendo diversos complejos de pirámides y largas estructuras, y desarrollando un estilo cerámico que será de singular importancia para definir el periodo Protoclásico en el territorio maya. Fundamentado en el control de fértiles tierras y de fuentes de materias primas de importancia estratégica, en particular la obsidiana de la cantera de Ixtepeque, debió ser bruscamente abandonado hacia el 250 d. C. como consecuencia de la erupción del volcán Ilopango, que cubrió gran parte del valle de Chalchuapa.A lo largo del Formativo Tardío (300 a. C. a 300 d. C.) se desarrolla un estilo en el área de Nicoya (Costa Rica) íntimamente ligado con las ofrendas depositadas en los enterramientos, conocido como estilo Guanacaste-Nicoya. El rasgo que define este estilo es la escultura por medio de objetos de carácter funcional: metates -piedras de moler- trípodes y mazas o machacadores. Las piedras de moler están decoradas con representaciones de hombres, monos, cocodrilos y grupos humanos que componen escenas figurativas. Están talladas en bulto redondo, y los diseños decorativos se alojan debajo de las losas utilizadas en la molienda. Su contexto funerario, y la ausencia de sus correspondientes manos de moler, empleadas en la transformación cotidiana de alimentos, nos remite a una posible función ritual. El metate fue un símbolo vital para las poblaciones de Mesoamérica y América Central, que tal vez se relacionó con la fertilidad y la renovación de la vida. Las mazas o machacadores se consideran emblemas de poder en la guerra y del rango social que ocupan sus portadores, y en ellas se realizaron representaciones de cabezas.La definición de este estilo se complementa con la confección de pendientes de jade en forma de hacha, que están trabajados mediante incisión y frotación hasta conseguir diseños de animales: pájaros, saurios, felinos y jaguares y perros, algunos de los cuales derivan de las tradiciones olmecas del Formativo Medio.