Época: Barbarroja
Inicio: Año 1941
Fin: Año 1943

Antecedente:
Operaciones sobre Stalingrado

(C) Andrés Ciudad y María Josefa Iglesias



Comentario

Durante la noche del 27 de septiembre, dos divisiones soviéticas atraviesan el río para cubrir bajas y taponar huecos. El ataque alemán prosigue con el mismo ímpetu el 28.
Chuikov emplea ese día hasta el último de sus aviones en defender la zona industrial. Los progresos del VI Ejército son mínimos y las bajas cuantiosas, unos 5.000 hombres por bando.

Al concluir el mes comenzaron las recriminaciones de Hitler contra Von Paulus. El general prometió que el veinticinco aniversario de la revolución soviética debería lamentar durante el mes de octubre la pérdida de Stalingrado.

Para Hitler, la única obsesión de esos días era la conquista de la "perla de la estepa", de ahí que fuera incapaz de advertir que durante septiembre había lanzado el grueso de su esfuerzo bélico contra un montón de ruinas sin valor industrial y de dudoso valor estratégico. Por 400 kilómetros cuadrados de escombros habían muerto no menos de 100.000 personas.

Von Paulus estuvo a punto de cumplir su promesa. Durante el mes de octubre el tremendo octubre, según Chuikov, se combatió día y noche sin respiro. La Luftwaffe realizó más de 30.0000 misiones de ataque sobre Leningrado y al menos cinco divisiones alemanas de refresco fueron lanzadas a la lucha. Por el bando soviético, los refuerzos resultaron ligeramente inferiores y si bien su aviación había desaparecido del cielo, su artillería emplazada en la margen izquierda del Volga no dejó de tronar ni un minuto.

El 14 de octubre fue el momento álgido del ataque alemán. Cinco divisiones atacaron en un frente de cinco kilómetros de anchura lanzando a la brecha, batallón tras batallón, conforme se desangraban entre los escombros.

Chuikov recuerda: "Era un día soleada pero debido a las cenizas y al humo la visibilidad se reducía a menos de 100 metros. Nuestros refugios subterráneos eran sacudidos como si fueran de papel. Aquel día los alemanes perdieron 8.000 hombres. También nosotros tuvimos que lamentar altísimas pérdidas durante la noche transportamos al otro lado del Volga 3.500 oficiales y soldados heridos".

Ese día los alemanes hicieron cerca de 5.000 prisioneros y más de 2.000 muertos a los defensores, pero sus progresos no fueron suficientes para partir en dos la zona industrial.

La lucha continuó con furia el resto del mes. Al final los alemanes alcanzaron el Volga por media docena de puntos, pero la resistencia soviética, hasta el último hombre, hasta el último cartucho, impidió que ampliasen las brechas. De espaldas al río, con los pies en el agua, siguieron defendiendo sus cabezas de puente, míseras porciones de ruinas que, a veces, no eran más allá de una manzana de casas reducidas a cascotes.

Sobre aquellos escombros celebraron los soldados soviéticos el veinticinco aniversario de su revolución. Su lucha tenía sentido, pese a la miseria y destrucción de lo defendido, porque toda la Unión Soviética trabajaba y afilaba sus armas pensando en los defensores de la ciudad. Por otro lado, la Stavka (mando supremo soviético) advirtió que sobre aquellas ruinas se estaba disputando una fase crucial de la guerra.

Efectivamente, el mariscal Zhukov, jefe de la Stavka, proporcionaba con cuentagotas los refuerzos que reclamaba Chuikov. Lo importante no era reconquistar los escombros, sino desgastar a Von Paulus y entretener en aquella lucha al máximo posible de tropas alemanes. Entretanto, él había logrado reunir 27 nuevas divisiones de infantería y 17 brigadas acorazadas de nueva formación. Con esos refuerzos, los tres ejércitos soviéticos del Don-Volga podrían pasar al contraataque.

Von Paulus aún creía o fingía creer en los objetivos de Hitler y seguía gastando sus mejores tropas en la batalla. Ante la ciudad o entre sus ruinas había perdido unos 400 tanques y gastado miles de toneladas de munición. Sus cazas y bombardeos estaban pagando cara su permanente presencia sobre el cielo de la ciudad. Sus tropas estaban bajas de moral y ese mes habían perdido 40.000 hombres más (cifra muy similar a la soviética).

El general Von Wietersheim, uno de los mejores carristas alemanes, no pudo silenciar sus críticas sobre la ceguera del mando y fue degradado a soldado raso. Otro general de tanques, Von Schewedler, fue destituido porque criticaba el mal empleo que se estaba haciendo de los carros, lanzados contra las ruinas donde servían de muy poco y alejados de las alas del VI Ejército, donde podrían detener un contraataque enemigo. ¡Derrotismo!