Época: Barbarroja
Inicio: Año 1941
Fin: Año 1943

Antecedente:
Geografía del infierno concentratorio

(C) Andrés Ciudad y María Josefa Iglesias



Comentario

El nombre de Treblinka evoca, probablemente, la cumbre del horror desatado por los alemanes contra los judíos, aunque no fuese este recinto donde se produjeron más asesinatos. Efectivamente, este no fue un campo de concentración, sino una industria fundada expresamente para asesinar a los judíos de Varsovia y alrededores, bajo la perfecta organización del técnico teniente Kurt Franz, alias Lalka, se abrió en julio de 1942.
Este pequeño campo situado junto al curso del río Bug, cerca de Varsovia, tenía al lado una vieja vía de ferrocarril. Lalka hizo construir junto a ella todo un hermoso decorado que la hacia parecer una pequeña y alegre estación provinciana, equipada incluso con un reloj de madera que marcaba las tres de la tarde.

A esta estación llegaron, incluso, hasta cuatro trenes diarios, con 60 vagones cada uno, cargados con un promedio de 100 personas. 24.000 judíos que el genio bien organizado de Lalka se encargaba de despojar de pelo y ropas, de asesinar por medio de cámaras de gas, de quitarles todo tipo de joyas o dientes de oro y de sepultar en una inmensa fosa común situada cerca de los barracones de la muerte.

El campo se componía de dos instalaciones bien diferenciadas e incomunicadas entre sí. En la primera se recibía a los judíos, que debían ser sometidos a una revisión sanitaria y a una desinfección. Los hombres entraban por un lado: dejaban en un compartimento abrigos y sombreros; en el siguiente, pantalones y camisas y recibían un pequeño cordel; en el tercero debían descalzarse y atar sus zapatos con el cordel; en el cuarto, dejaban su ropa interior.

Hasta ese punto se mantenía la ficción. Luego, los judíos, desnudos, debían atravesar una plaza acosados por los látigos de los SS y un grupo de voluntarios ucranianos y penetraban, jadeantes, en su último refugio: las cámaras de gas. Kurt Franz había descubierto que un hombre jadeante aspiraba mas rápidamente el gas y moría primero.

Las mujeres pasaban por similar proceso de despojo en otro edificio. Al final, entraban en la peluquería, donde con cinco estudiados tijeretazos se las privaba de su cabellera. De allí salían por una puerta muy baja que las obligaba a agacharse, mostrando sus vaginas, que eran diestramente registradas en busca de joyas; había terminado el disimulo. A partir de ahí los latigazos, la enloquecida huída hacia aquellos barracones que, recibida su materia prima, cerraban sus puertas y ponían en marcha su maquinaria mortífera.

La perfecta organización montada por Lalka podía matar 2.000 personas en 76 minutos, al cabo de los cuales quedaban listas las cámaras para recibir una nueva remesa de judíos. Un tren podía ser liquidado en menos de cuatro horas y, excepcionalmente, se llegaron a despachar hasta cuatro, aunque lo normal, en época de trabajo, eran dos trenes diarios. Luego se producían temporadas bajas, que eran aprovechadas para clasificar objetos y enviarlos a Alemania.

La segunda parte del campo estaba encargada de retirar los cadáveres de las cámaras de gas y acomodarlos en hileras, cubrirlos de una capa de tierra y de otra de cuerpos, pero, previamente, las víctimas eran despojadas de las pocas joyas que aún podían llevar encima y de las piezas de oro de sus bocas. En 1943, cuando las tropas alemanas comenzaron a retroceder hacia el oeste, Himmler dio la orden de que se levantaran las inmensas fosas comunes donde yacían medio corrompidos unos 700.000 cadáveres, y quemarlos para eliminar las pruebas del inmenso genocidio.

Los encargados de recoger las ropas y pertenencias de los condenados, de cortarles el pelo, retirarles las joyas y dientes y enterrarles eran también judíos, elegidos entre los más fuertes de aquellos convoyes. Ellos llevaron la terrible contabilidad, como ésta del banquero Alexandre:

"9 de diciembre, 4 convoyes, 24.000 muertos; 2 de enero, 1 convoy, 2.000 muertos". A veces había recapitulado por meses y por país. La reexpedición de bienes judíos hacia Alemania estaba cifrada de igual manera: "26 vagones de pelo, 248 de vestidos, 100 de calzado, 22 de tejidos, 40 de medicamentos y de instrumental médico, 10 de borra, 200 de trapos diversos, 260 de mantas y 400 de objetos diversos: estilográficas, peines, vajilla, bolsos, carteras, bastones, paraguas, etc." El banquero Alexandre gustaba de cuentas exactas,y llevó el prurito del detalle hasta calcular la masa de brillantes reexpedidos en quilates: 14.000.

Estos judíos, en permanente renovación por la elevada mortalidad que el tifus provocó en ellos durante el invierno de 1943-44, conspiraron durante nueve meses para sublevarse y, efectivamente, lo hicieron cuando el campo estaba a punto de ser cerrado y ellos liquidados para evitar testigos. Del millar aproximado que eran en Treblinka, lograron escapar unos 600, muriendo el resto en su lucha con los alemanes y ucranianos.

Cuando el ejército soviético alcanzó Polonia apenas si hallaron a medio centenar de aquellos evadidos. El resto pereció en lucha contra alemanes, desertores, guerrilleros o polacos. Esos pocos supervivientes conservaban un valioso archivo de testimonios, diarios, documentos, etc. que permitieron reconstruir todo el horror de Treblinka.