Comentario
La actividad artística durante el Quattrocento se mueve en el marco derivado de las nuevas funciones que asume la obra de arte y el papel preponderante que desempeñan los mecenas. Por ello, era lógico que, además de los programas artísticos orientados a establecer una imagen visual que prestigiase a los comitentes, surgiesen nuevos géneros o modalidades de otros -ya existentes orientados a la exaltación del individuo. La aparición del retrato, por ejemplo, se halla unida íntimamente a estas exigencias. Lo cual explica que, en ambientes sociales distintos pero en los que se ha producido una transformación similar, como es el caso de Italia y Flandes, el retrato haga su aparición simultáneamente, aunque, desde un punto de vista formal, sigan tendencias diferentes.
El retrato tiene uno de sus puntos de partida en la figura del donante, introducida en el escenario sagrado de las pinturas y esculturas de carácter religioso. Aspecto que seguirá durante mucho tiempo después de que el retrato, como género de pintura autónomo, hiciera su aparición. Como en La Trinidad de Masaccio las figuras de los donantes continúan siendo una representación obligada para determinadas obras si bien sin ser tratadas con una escala menor como por razones de jerarquías habían venido siendo representados. En este sentido, la aparición del retrato no se produjo solamente como consecuencia de una desvinculación del espacio sagrado en que se representaba al donante, sino como una exigencia del individuo de concretar su presencia en el tiempo y de permanecer en la Historia. En este sentido, algunos de los primeros retratos como el de Juan el Bueno no supusieron tanto una novedad con respecto a los problemas específicos del retrato, habida cuenta que existía escasa diferencia con los retratos de los donantes, sino por lo que suponía su aparición como género pictórico. A partir de entonces, el retrato sólo dependía para existir de sí mismo, fijando sus propias leyes y tipologías.
En la pintura flamenca los primeros retratos, como El hombre del turbante rojo, de Jan van Eyck (Londres, National Gallery), muestran ya resueltos todos los problemas específicos del género: concreción de la imagen del personaje, tipología y modelo, relación de parecido. Sin embargo, en el caso italiano el problema del retrato resulta mucho más complejo. El primer retrato, el Retrato de joven (Chambéry, Museo de Bellas Artes), atribuido a Uccello y Masaccio y realizado hacia 1430, muestra al personaje de perfil. Este tipo de retrato, que cuenta con precedentes medievales, surge motivado más por problemas derivados del nuevo sistema político que con la continuidad de una tipología preexistente. Además de permitir lograr un retrato, sin la concreción de un retrato de tres cuerpos, la posición de la figura permitía establecer una dimensión puramente formal.