Comentario
La genialidad con que concibieron los grandes del Clasicismo sus obras mayores deja aún más empequeñecidas las también ricas y variadas manifestaciones de las llamadas artes menores o decorativas. Sin embargo, en bastantes ocasiones los maestros consagrados no dudaron en cultivarlas o facilitarlas con sus diseños.
En el campo de la escultura en metal del período clasicista, y motivados por la fama de los descubrimientos arqueológicos y el coleccionismo, alcanzó gran renombre la fundición en bronce de pequeñas figuras que reproducían a pequeña escala las estatuas conservadas de la antigüedad o modelos originales del autor, generalmente por el procedimiento de la cera perdida. En el primer cuarto del siglo XVI, descolló en esta microescultura broncínea Pier Jacopo Alari Bonacolsi (h.1460-1528), conocido como Antico por su afición a estatuitas de tema clásico, en parte doradas, que trabajó casi siempre en Mantua cerca de la marquesa Isabel de Este. De su producción, que también abarca muchas medallas en bronce o plata y jarrones, hay ejemplos en el Museo Arqueológico Nacional y en el Lázaro Galdiano, de Madrid.
El arte de la medalla, recreado por Antonio Pisanello en la primera mitad del XV, tuvo en la corte mantuana de los Gonzagas, además de Antico, otras figuras como Giancristoforo Romano. Quien mereció entonces mayor renombre y los elogios de Benvenuto Cellini fue Caradosso, autor, entre otras muchas medallas de Papas y mecenas del primer cinquecento, de la conmemorativa de la primera piedra de San Pedro de Roma, y nos ha transmitido el alzado de la basílica ideada para Julio II por Bramante en 1506.
Decayó entonces la pequeña escultura en marfil, reducida a crucifijos e imágenes de devoción, por las restricciones impuestas por el imperio otomano al marfil venido de Asia. Se lo emplea para taraceas en muebles y paneles.
En cambio, la cerámica conoció gran auge, beneficiándose de los temas difundidos por los discípulos de Rafael, tanto en los alfares de Faenza y Deruta, como en Urbino, donde descolló Nicolás de Urbino, autor de piezas de vajilla para Isabel de Este con amplio repertorio clásico inspirado en la Biblia o en Ovidio y blasones.
A la difusión de los temas pintados por Rafael y su equipo contribuyó notablemente el grabado que, tanto para ilustración de libros corno estampas sueltas, conoció una expansión europea. El principal grabador rafaelesco fue Marcantonio Raimondi, que incorporó a la xilografía el grabado a buril sobre plancha de cobre. El empleo de color con varias xilografías superpuestas lo atribuye Vasari a Ugo da Carpi.
Otra manifestación artesana que prosigue el gran nivel del Quattrocento es el vidrio de Venecia, que se sigue trabajando con la técnica del soplado en las muflas de la isla de Murano, obteniendo gran fama con el vidrio cristalizado de brillante transparencia y el rojo de Murano. En cambio, disminuyó la producción de vitrales que la nueva arquitectura no fomentó como lo había hecho el gótico y el Renacimiento quattrocentista.
Aunque Mantua siguió contando con los talleres de tapicería para los que diseñó cartones Mantegna, cuando el Papa León X encarga a Rafael los de los Hechos de los Apóstoles para la Capilla Sixtina, se acude en 1515 a Bruselas al taller de Pieter van Aelst. Los modelos de Sanzio impusieron a la tapicería desde entonces una mayor identificación con la pintura que aumentará en adelante, pero planteó problemas de fidelidad al modelo y un mayor divorcio entre el cartonista famoso y los tapiceros.
La producción de alfombras no se iniciará hasta el siglo XVII, importándose de España, de Cuenca con preferencia, según testimonian Holbein o el veneciano Lotto que las incluyen en sus cuadros, por lo que se denominan con los apellidos de estos pintores cuando son de mano española.