Época: Renacimiento8
Inicio: Año 1525
Fin: Año 1550

Antecedente:
Pintura protomanierista

(C) Jesús Hernández Perera



Comentario

Por especial mecenazgo de la familia Este que como dirigentes de Mantua ejercieron su señorío también sobre Parma, en esta ciudad más cerca de Emilia pero adscrita al Milanesado, surgió una sorprendente escuela pictórica que tuvo como fundador a Antonio Allegri, famoso con el nombre de Correggio por la villa donde nació hacia 1489, que alcanzó renombre e influencia que impregnará desde el Clasicismo hasta el Barroco y llegará hasta nuestro Goya.
Se sabe que hasta 1520 no se acercará a Roma, pero desde sus comienzos conoció la manera suave de los pintores ferrareses Costa y Francia, que también fueron protegidos por los Este, y en Mantua recogerá de Mantegna múltiples sugerencias, desde la cúpula transparente de la Sala de los Esposos hasta la afición arqueológica. Lo demostró en la bóveda (1519) de la Sala de Giovanna de Piacenza, abadesa de San Pablo de Parma, que deseaba imitar a Isabel de Este. Lo mantegnesco se une al influjo de Leonardo.

Su primera gran cúpula transparente es la que pintó en San Juan Evangelista de Parma entre 1520-1530, ya después de sus contactos con el ambiente romano, y allí ideó al Pantocrátor flotando en atrevido escorzo en medio del dorado resplandor de cabecitas de querubes, al que rodean los Apóstoles sentados sobre nubes pétreas, figuras todas de inspiración miguelangelesca. Lo mismo sucede en el dinámico acompañamiento de ángeles en osados escorzos que rodean la Asunción de la Virgen del Duomo parmesano (1526-1530).

Sus pinturas devotas sobre lienzo muestran blandura y musicalidad como en sus Sacras conversaciones de la tercera década, tan admiradas como la Madonna de San Jorge (Dresde), la de San Jerónimo (Parma) y los Desposorios de Santa Catalina (Louvre), en que la ingravidez de su porte hace bailar quedamente a las figuras. Especial tratamiento de la luz da a los rostros suave unción romántica, como el Noli me tangere o la Virgen con el Niño y San Juan ante una gruta, ambas en el Prado, o el espléndido nocturno de la Adoración de los pastores, también en Dresde, nombrada La Noche.

Como pintor de mitologías son admirables sus blandos y sensuales desnudos con que ilustró las metamorfosis eróticas de Júpiter, encargadas por Federico II Gonzaga para Carlos V, pero que quedaron en Mantua. Tanto la Dánae (Galería Borghese, Roma), como la Leda (Berlín), Júpiter e Io o el airoso Ganimedes (estos dos en el Museo de Viena) rivalizan con Tiziano en la luminosidad de las carnaciones y la blandura del diseño diluido en sensual musicalidad

No militó Correggio, pese a los préstamos tomados a Miguel Angel, en un manierismo tan decididamente elaborado como el de su mejor discípulo Francesco Mazzola, más conocido que por ese apellido, por el de Parmigianino, el parmesanito. Nacido en Parma en 1503 y quince años más joven que su maestro, sí contó con influencias de otras escuelas del protomanierismo, pues estuvo en Roma, con estancias en Florencia y Bolonia, y en Mantua conoció a Giulio Romano. Se cree era extremadamente inclinado a la alquimia, y también se interesó, como hicieron Pontormo y Bronzino, por las estampas de Durero, convirtiéndose en uno de los más destacados grabadores italianos, con novedades propias en el uso del color. Pronto se desprendió de la vaporosidad de Correggio, adoptando un estilo muy personal, que se complacía en líneas fluidas y precisas de refinamiento extremo en la sinuosidad ondulante de contornos y ropajes, en un alargamiento caprichoso de las figuras y en las selectas gamas de color, que se traducen en artificiosa dicción de gran éxito inmediato a pesar de la banal cortesanía de los contenidos.

Su tendencia decorativista y rebuscada ya despuntaba en los frescos de San Juan Evangelista de Parma, todavía juveniles, y en la Madonna con Santa Margarita de Bolonia (Pinacoteca). A Mantegna y Correggio recuerda en la bóveda de la fortaleza de Fontanellato, donde pintó graciosos desnudos en la fábula de Diana y Acteón, ocasión en que también retrató al Conde de Fontanellato en busto con manos y táctil bodegón que le acerca a Pontormo y Bronzino. En su Autorretrato en espejo convexo (Museo de Viena) da testimonio de su proclividad experimental y capricho en pintarse enorme la mano por efecto de la anamorfosis o deformación por empleo de lentes aberrantes, recurso también grato a pintores cientifistas flamencos o alemanes como Holbein. El Prado cuenta con retratos minuciosos y prolijos en detalle que dan fe de su talante elitista, como el del Conde de San Secondo y Dama con sus hijos.

Mas su fama actual la sostiene casi exclusivamente, pese a la vaciedad con que muestra el argumento, en la Virgen de la Rosa (Dresde) y en la archifamosa Madonna del Collo Lungo (de h. 1535 en los Uffizi), puntual definición del protomanierismo más exquisito, decorativista y ondulante, caprichoso e intelectualizado. Pocas veces llega a resumir un solo cuadro tantos conceptos juntos del estilo, desde el alargamiento de las formas que llegan a la exageración del cuello de la Virgen, al blando reposo inestable del Niño, el quinteto delicioso del cortejo infantil y el capricho inesperado de la columnata sin capiteles en escorzo forzado, ante la que un desnudo profeta abre su pergamino para no leerlo.