Época: Cd8-3
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Países Bajos

(C) Diego Suárez Quevedo



Comentario

Desde sus inicios, con los Van Eyck y Petrus Christus, pasando por Van der Weyden y Memling, la retratística, realista y mediata, había sido uno de los logros de la plástica flamenca del cuatrocientos.
Recogiendo y asumiendo lo mejor de esta tradición, Antonio Moro (1519-1576), una de las cumbres de la retratística europea, hace suyos determinados planteamientos y sugerencias de la retratística de Tiziano, valorando el gesto y el ademán, como hemos visto, claves en los presupuestos clasicistas del género, que, para Moro, significan, además, un uso menos brusco del claroscuro (éste era muy contrastado en la pintura flamenca) y, sobre todo, una pérdida de dureza en el trazado, que hará que las vestimentas de sus retratados sean la antítesis de los plegados metálicos que usaba la figuración flamenca.

Moro, natural de Utrecht y protegido del cardenal Granvela, del que realizó un magnífico retrato, desarrolla su actividad a escala internacional, sobre todo en relación con la corte hispana de Felipe II, en cuya órbita ha de inscribirse el soberbio retrato de María Tudor del Prado. El artista tiende a usar una gama cromática reducida, fondos neutros y colores oscuros en general, pero con gran cantidad de matices que, cuando es ampliada, se trata casi siempre de colores de tonos cálidos. Con estos presupuestos y asumiendo también el sentido de distanciamiento, en pro de la dignidad del personaje protagonista del cuadro, propio de la retratística manierista, confecciona sus obras que, no obstante, por aquella mediatez flamenca de la que partía y por el rechazo de los colores fríos, nunca presenta las formas y gestos congelados de un Bronzino, culmen del Manierismo en este género; antes al contrario, términos tan contradictorios como mediatez flamenca y distanciamiento manierista, se conjugan en Moro con dosificación de ambos para conseguir un feliz equilibrio en sus retratos.