Comentario
La decidida voluntad de la Iglesia por imponer la fe católica se tradujo en un incremento cuantitativo y cualitativo de la comitencia. Con un esfuerzo económico y un despliegue artístico sin precedentes, desde mediados del siglo XVI hasta 1660 la mayoría de las iglesias de Italia se restauraron, se remodelaron y ampliaron con oratorios y capillas, y se decoraron. Este fenómeno fue particularmente brillante en Roma que, durante el pontificado de Sixto V (1585-90), fue del todo transformada "ad maiorem Dei et Ecclesiae gloriam". Como ciudad símbolo que era de la catolicidad, gozó del mecenazgo de Clemente VII, Pablo V, Gregorio XV y Urbano VIII, que, a la vez que ratificaron su función primaria, la confirmaron en su papel de centro de difusión artística y la convirtieron en el mayor núcleo consumidor y productor de arte, por encima de cualquier otra ciudad de Italia y del mundo.Si durante el Renacimiento, en la imaginación de los humanistas, Roma había renacido de sus antiguas y veneradas ruinas paganas, en el Seicento el rinnovamento de la Urbs se inspiró, se hizo obra, en el espíritu de la Contrarreforma, aunque sin que nunca se perdiera de vista la vivificadora aura clásica. Pero, a este clima espiritual debe añadirse la desmedida ambición de las grandes y ricas familias romanas, o no, que -siguiendo la tradición consagrada por los Colonna, Borgia, Della Rovere, Medici o Farnese -se transformaron en dinásticas castas principescas, dominadas por un febril nepotismo, como los Borghese, Ludovisi, Barberini, Pamphili, Chigi, Rospigliosi, Alteri, Odescalchi y otros más. Sin olvidar, también, la política magnilocuente, entre religiosa y laica, de la Santa Sede que -celebrando la grandeza de la Iglesia y el Papado- vendría marcada por la personalidad del pontífice de tumo y de su linaje. En el mecenazgo papal se evidencia, ante todo, la firme voluntad de exaltar la catolicidad y la capitalidad de Roma, pero también la de proclamar, a su socaire, la magnificencia y fortuna familiares. Bien lo prueban las iniciativas conmemorativas de las monumentales y vistosas inscripciones lapidarias que ornan los edificios por entonces erigidos, completados, transformados, remozados o, simplemente, lustrados. Porque, junto a las grandiosas obras de San Pietro, y a su alrededor, por toda Roma proliferaron palacios y villas suburbanas, capillas, fuentes monumentales, etc., erigidos a costa de las grandes familias de la aristocracia pontificia y curial de Roma.Esta es, sin duda, la razón por la que la renovación seiscentista que sufrió Roma, ejecutada en el espíritu contrarreformista, asumiría el Barroco como estilo obligado y caería en la retórica adulación.