Época: Barroco4
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1700

Antecedente:
El arte en los centros periféricos
Siguientes:
La escuela pictórica napolitana

(C) Antonio Martínez Ripoll



Comentario

Durante el siglo XVII, Nápoles además de ser la capital política y administrativa del Virreinato español, fue también la más populosa de las ciudades italianas (360.000 habitantes) y el mayor núcleo residencial de religiosos, incluida Roma. Bulliciosa y de duros contrastes, cada vez más lacerantes por causa de su neofeudalizada estructura social, Nápoles padeció las mayores desigualdades -una opulenta nobleza junto a unos hidalgos empobrecidos que compartían sinsabores con una ingente y paupérrima plebe, de vida tan miserable como la de Roma-, el odio de las clases llanas hacia sus nobles autóctonos, la lucha contra el mal gobierno español (revuelta de Massaniello, 1647-48), y la peste que diezmó a su población, 1656.Desde la orgánica planificación urbanística del virrey Alvarez de Toledo (1536), Nápoles no volvió a conocer más que intervenciones ocasionales sobre su complicado tejido urbano y aislados intentos de racionalizar su arbitrario crecimiento. Y, aun así, el Seicento fue una de las etapas de mayor actividad edilicia de toda su historia, al erigirse o remodelarse un sinfín de edificios civiles -que acentuaron el aspecto social de algunos barrios (así, mientras el centro se sobrecargaba, Posilipo marcaba su carácter residencial)- y, sobremanera, en número como en calidad, religiosos, casi todos de raíz renacentista en sus estructuras, pero con una decoración en extremo exuberante, rica y colorista que, al emplear los más variados materiales y técnicas: madera tallada, estucos, pintura, taracea marmórea, azulejería, rejería o escultura, crea unos ambientes interiores de gran sugestión y belleza.Al último Manierismo romano, trasplantado por arquitectos como el jesuita G. Valeriano, se unió la perfección formal y el sentido de medida toscanos con que G. A. Dosio remodeló la Certosa di San Martino. Entre esos maestros, se significaría Domenico Fontana que, tras morir Sixto V, abandonó Roma y se exilió en Nápoles (1593-1607), proyectando obras hidráulicas, ordenaciones urbanas y edificios, como su Palazzo Reale (1600-02), cuyo riguroso ritmo de la fachada era roto por el claroscuro de la planta baja porticada, buscando integrar arquitectura y ambiente urbano. De su obra, precisamente, nacieron los estímulos de renovación planimétrica y estructural de la arquitectura local.El teatino Francesco Grimaldi (Oppido di Lucania, 1560-Nápoles, hacia 1630), que obró en Roma con Maderno en Sant' Andrea della Valle (hacia 1597), fue el primero en adoptar el nuevo lenguaje en unas iglesias protobarrocas de planta basilical, interiores taraceados y fachadas articuladas (Santi Apostoli, diseño, 1610; 1626-32), logrando efectos escenográficos mediante escaleras exteriores de doble ramal (San Paolo Maggiore, 1590-1603). Ese rasgo típico de la arquitectura napolitana: estructuras retardatarias con interiores ricamente decorados, lo prolongaría Giovan Giacomo di Conforto (muerto en 1631), sucesor de Dosio (muerto en 1609) en las obras de la certosa di San Martino y autor del campanile del Carmine (1622), rematado por una cúpula bulbosa, diseñada por el dominico Giusepe Donzelli, llamado fra'Nuvolo (1631). La obra de este matemático de vocación ayudó, como ninguna, al arraigo en Nápoles del Barroco. Desde su primera gran realización: Santa Maria della Sanitá (1602-13), de planta de cruz griega -inspirado en los modelos para San Pietro in Vaticano-, fra'Nuvolo mostró su pronta inclinación por el plan central. En San Sebastiano (hacia 1610) y en San Carlo all'Arena (1631), ambas elípticas, se anticipa en varias décadas al plan usado por Bernini en Sant'Andrea al Quirinale. Por lo demás, adelantándose al gusto barroco por el color, ya había empleado, a fines del XVI, la teja vidriada y policromada para trasdosar la cúpula de Santa Maria di Costantinopoli, consagrando en territorio napolitano el empleo de un motivo decorativo, por otro lado tan típicamente español (levantino).Pero, hasta mitad del siglo, Nápoles no conocería al más versátil de sus artistas barrocos, el lombardo Cosimo Fanzago (Clusone, Bérgamo 1591-Nápoles, 1678), en Nápoles desde 1608. Escultor por formación, desde 1612 desplegó una intensa labor, primero como decorador, tallista -habilísimo en el estuco y la taracea- e, incluso, pintor, y después como arquitecto, traduciendo en invención espacial lo que, en realidad, sólo era pura creación decorativa. Sin ánimo comparativo, Fanzago fue para Nápoles lo que Bernini para Roma: un director nato de obras, no habiendo construcción del Seicento napolitano que no ostente su sello, al menos decorativo. Al margen de su colaboración decorativa en obras de Grimaldi y de Di Conforto, diseñó las fachadas de San Giuseppe dei Vecchi a Pontecorvo (1617) y de Santa Maria degli Angeli alle Croci (1638), así como las iglesias de la Ascensione (1622-45) y de Santa Teresa a Chiaia (1650-52), la pintoresca Guglia di San Gennaro (1631-60), el magnificiente palacio de Donn'Anna a Posillipo (1642-44) y la capilla del Palazzo Reale (1640-45), obras en las que mezcla, en diverso grado, la claridad toscana, la tradición decorativa lombarda y el delirio formal español con el fasto romano. Además de su intervención en la iglesia abacial de Montecassino (1626-27; destruida en 1944), la más interesante de sus obras es la transformación y ampliación de la iglesia de la Certosa di San Martino en Nápoles (1623-31), la decoración de su fachada (1636) y la finalización del claustro grande, cuya contenida disposición neocuatrocentista de Dosio animará con la erección en sus esquinas de unas recargadas portadas, de vivo diseño -ilógico en su ordenación tectónica, pero efervescente y delicioso en sus decorativas y plásticas formas-, sobremontadas por unos nichos con figuras de santos que por su áspero realismo son comparables a obras coetáneas del Barroco español. Aún así, su genio arquitectónico lo demostraría, si es que el proyecto es suyo, en la original Santa Maria Egiziaca a Pizzofalcone (1651-1717), cuya curiosa planta en cruz griega parece basarse en la, sin duda precedente, de Sant' Agnese in Agone de Roma y cuya cúpula parece inspirarse en la también romana, y anterior, de Sant'Andrea al Quirinale.Antes de que acabase la centuria e irrumpiera -como sucedió en Roma con Raguzzini y Valvassori- la dinámica tendencia dieciochesca de Vaccaro y Sanfelice, alumnos del pintor-decorador F. Solimena, cabe mencionar la aportación de Francesco Picchiatti, ideador del original complejo (que integra una iglesia octogonal y un palacio) del Monte della Misericordia (1658-70) y responsable de la gran Guglia di San Domenico Maggiore (1658), aparatosa máquina triunfal en la que también estuvo implicado Fanzago. Dicho esto, aparte de las obras de Fanzago (busto-relicario de plata de San Bruno en la sacristía de la Certosa), la escultura napolitana se limitó a la copiosa actividad artesanal de tallistas y estuquistas que ayudaron en la decoración arquitectónica, como la que cubre las ya citadas puertas del claustro cartujano, ejecutadas con diseños y bajo la dirección de Fanzago.