Época: Barroco9
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1700

Antecedente:
Flandes bajo el signo de Rubens
Siguientes:
Gozando del favor archiducal

(C) Antonio Martínez Ripoll



Comentario

El archiduque Alberto de Austria, gobernador de los Países Bajos, tras renunciar a sus dignidades eclesiásticas y ser dispensado de su estado religioso, en 1598 abandonó Bruselas en busca de su prometida y prima la infanta española Isabel Clara Eugenia, con la que compartiera educación y juegos. Ya casados, entraron solemnemente en sus Estados como soberanos, siendo calurosamente acogidos en las tierras del Sur, cuyas principales ciudades les recibieron con festivas celebraciones: procesiones religiosas, cabalgatas cívicas, banquetes, conciertos y bailes. Enraizadas en la tradición local y en las costumbres europeas del Renacimiento, las felices entradas les fueron tributadas en Lille, Arras y Bruselas, permaneciendo célebre la que -diseñada y ejecutada bajo la dirección de O. Venius- le rindió Amberes (1599), perpetuada por los Plantin-Moretus en una edición con 31 láminas calcográficas (J. Bocchius, "Pompae triumphalis et spectaculorum in aduentu et inauguratione Seren. Prin. Alberti et lsabellae..." Amberes, 1602).Sin menospreciar el flujo cultural del jesuitismo postridentino y la aportación formal y estilística de Rubens, es evidente que, sin la activa intervención de los archiduques Alberto e Isabel -proseguida, sin solución de continuidad, aunque cada vez con menor intensidad, por el cardenal-infante Fernando y el archiduque Leopoldo Guillermo-, el arte flamenco hubiera ido por unos derroteros paralelos, cuando no muy similares, a los de sus vecinos del Norte. Sin embargo, la necesidad celebrativa de la Monarquía y la propagandística de la reputación del Estado, les llevó a favorecer un arte áulico centrado en plasmar la grandeza y los intereses políticos de la Corona, comisionando obras glorificadoras de la institución monárquica y de sus regias personas o de sus órganos de gobierno y sus representantes, junto a otras puestas al servicio de los ideales de la Iglesia, que -defendidos por las órdenes religiosas- estaban en íntima ligazón con el hecho público.De ahí, por ejemplo, que el retrato cortesano y de aparato alcanzase entre los pintores flamencos unas cotas altísimas, procurando hacer evidente, si es que no realzar, con pompa -hasta por las dimensiones del soporte y a la complejidad temático-compositiva de los cuadros-, el empleo político o la dignidad eclesiástica, además de la clase social, de la persona retratada, empleando en ocasiones, y según conveniencia, el simbolismo cristiano o la alegoría pagana. O que abunden en Flandes las obras de arte de tema alegórico y mitológico, adaptadas en cuanto a su dramatismo, alcance y significado a las exigencias políticas y morales del momento histórico, y destinadas a la ostentosa decoración -hasta por la desmesura de sus tamaños- de palacios y residencias campestres, de palacetes o de casas urbanas y de edificios públicos.Cultos y sinceros aficionados a las artes, educados en Madrid por Felipe II en el amor a la arquitectura y particularmente a la pintura, los archiduques le imitaron en la política que emprendieron en Flandes en favor de las artes. Apreciaron las creaciones pictóricas del Bosco, Patinir y P. Brueghel el Viejo y buscaron las de Mabuse y Metsys o los cuadros de Raffaello y Tiziano, con los que decoraron el Palacio real de Bruselas y el Castillo residencial de Tervuren, convirtiendo sus salas en maravillosas kunstkammeren con las piezas de mayor rareza de sus colecciones. Allí, entre pinturas, esculturas, obras de orfebrería y joyas, tapices, monedas, libros, estampas o instrumentos de música, se amontonaban ingenios técnicos y aparatos científicos, elementos de estudio y medición, más otros objetos tan curiosos como extraños.Prueba del delicado y ecléctico gusto de Alberto e Isabel son las tablas de J. Brueghel de Velours: La Vista y el Olfato, y El Tacto, el Oído y el Gusto, encargadas en 1618 por la ciudad de Amberes como una ofrenda a sus soberanos (destruidas, sólo se conocen las excelentes repeticiones ejecutadas por el artista con G. Seghers, F. Francken el Joven, H. van Balen y J. de Momper (Madrid, Prado). Como aquéllas de la magnífica serie de Los Cinco Sentidos, pintadas en colaboración con Rubens (Madrid, Prado), nos introducen en la naturaleza del refinado y cosmopolita mecenazgo y en el planteamiento de la política emprendida en los Países Bajos españoles por los archiduques que, apoyándose en sus súbditos más cultos, en las órdenes religiosas más emprendedoras y en la inquietud de los artistas, potenciaron antiguas tradiciones del país (D. van Alsloot, Fiesta del Ommeganck, de 1615. Madrid, Prado) y lograron que su pequeña corte se convirtiera en centro de intensa vida social alta cultura en los inicios del siglo XVII (Pourbus el Joven, Fiesta palatina ante los archiduques (La Haya, Mauritshuis). Para el cardenal Bentivoglio, nuncio en Flandes, la corte de Bruselas (a pesar de la rígida etiqueta hispano-borgoñona y de la dura tutela española) era, frente a Madrid, "más alegre, más agradable, a causa de la mayor libertad del país y de la mezcla de naciones que allí se encontraban" ("Memorie", edic. Milán, 1807).No en vano, entre 1631-38, fue albergue de señores franceses que, con sus familias y casas, huían del poderoso cardenal Richelieu, como María de Médicis, Gastón de Orleans y Carlos de Lorena. Y ello, sin arrebatar a Lovaina su carácter intelectual y universitario o sin anular la índole mercantil y la función financiera de Amberes. Por respetar, hasta consintieron que los mejores artistas cortesanos no residieran en Bruselas; ejemplares fueron los casos de Brueghel de Velours y Rubens que, nombrados pintores archiducales en 1609, siguieron -gracias a su permisividad- con sus casas y talleres abiertos en Amberes, la verdadera capital artística de Flandes, núcleo generador de una de las versiones más originales y atractivas del arte barroco transplantado desde Italia.Reveladora de la protección dispensada a las artes, de la aureola con que se rodearon y del gusto que fomentaron entre sus súbditos, más allá de la nobleza, es la imagen (familiar casi) que de su mecenazgo nos ofrece El gabinete de Cornelis van der Geest (1628) (Amberes, Rubenshuis), obra del antuerpiense W. van Haecht (1593-1637). En ella. se pretendió representar la visita que en 1615 giraron a la galería de ese rico comerciante y aficionado al arte, uno de los más tempranos protectores de Rubens y miembro de honor de la guilda amberina de San Lucas, o de los pintores. A pesar de su aire realista, es una visión ideal, no documental, reveladora del refinado gusto y las preferencias estilísticas de la burguesía flamenca (Van Eyck, Metsys, Rottenhammer, Tiziano, Elsheimer, Venius, Rubens, Giambologna, etc.) y de aquellos personajes que, como comitentes, aficionados y coleccionistas o como creadores, más influencia ejercieron sobre la sociedad del momento: Rubens, que habla con el archiduque sobre la tabla que les muestra el anfitrión; aparte de Ladislao Segismundo Vasa, futuro rey de Polonia, rodean a los príncipes el general y consejero A. de Spínola y la dama de honor de la infanta, duquesa de Croy; conversando con Van Dyck, el maestro de la ceca de Bruselas J. de Monfort; delante de la condesa de Arenberg, el regidor de Amberes N. Rockox, coleccionista de Rubens (F. Francken el Joven, Gabinete del burgomaestre Rockox. Munich, Alte Pinakothek), y el humanista J. van den Wouwer, consejero del Tribunal de Cuentas bruselense; aparte, J. de Cachiopin, coleccionista italiano, residente en Amberes, y P. Stevens, mejor marchante que pintor. Además de Rubens y Van Dyck, figuran los pintores P. Snayers, J. Wildens, F. Snyders y H. van Balen, así como el autor del cuadro, y los escultores H. van Mildert y el alemán J. Petel.Tan dilecto y experto fue el mecenazgo de los archiduques, que se potenció la tradicional afición de los flamencos por el arte, y muy en especial por la pintura, multiplicándose por todas partes los cabinets d'amateurs, sobremanera entre la alta burguesía mercantil, y no sólo entre la aristocracia. Además de los casos citados, Balthazar Moretus, el nieto del gran tipógrafo Ch. Plantin, encargó en 1613 doce retratos de hombres ilustres para decorar, con fin ejemplarizante, la remozada imprenta familiar antuerpiense de los Plantin-Moretus.