Comentario
Otro género de la pintura de caballete que alcanzó un desarrollo inusitado en Holanda durante el siglo XVII, fue la pintura de paisaje. Entre los artistas flamencos que, hacia 1600, por razones económicas o por convicciones religiosas, emigraron al Norte, Gillis Van Coninxloo (Amberes, 1544-Amsterdam, 1607), que se estableció en Amsterdam en 1593, preparó el advenimiento del paisajismo barroco holandés con sus boscosos paisajes teñidos de cierto naturalismo fantástico, de cuidado tonalismo general, pincelada caligráfica y valoración del lugar, al igual que anuncia el flamenco por su amplitud de visión y su grandioso carácter decorativo (Espesura, Viena, Kunsthistorisches Museum). Entre sus discípulos, es preciso mencionar a otro flamenco emigrado, David Vinckboons (Malinas, 1576-Amsterdam, h. 1631/33), que al recuperar la tradición de Brueghel el Viejo, entremezclando en su producción vistas naturales y escenas de género, urbanas o campesinas, con los típicos miserables brueghelianos -acaparadores del desprecio de la burguesía acomodada, liberal de vía estrecha y con prejuicios de clase-, inspiró fuertemente a Brouwer.Entre los primeros paisajistas, pero ya plenamente holandeses, se destaca la vena incisiva y delicadamente arcaizante -que se deriva de Brueghel- de Hendrick Avercamp (Amsterdam, 1585-Kampen, 1634), que pintó con precisión pequeños paisajes invernales por los que pululan multitudes de graciosos personajillos (Escena invernal con patinadores, 1618) y el aguafortista Hércules Seghers (Haarlem, 1589/90-1638), sin duda pupilo de Coninxloo, además de E. van de Velde, que reformuló los paisajes fantásticos del maestro en unas panorámicas vertiginosas, como la de su Gran paisaje (Florencia, Uffizi).Durante las primeras décadas del siglo, Esaias van de Velde (Amsterdam, h. 1590-La Haya, 1630) y Willem Buytewech (Rotterdam, 1591/92-1624) realizaron verdaderas innovaciones en la pintura de paisaje, dibujando los paisajes según la naturaleza, en busca ante todo de la simplicidad y fieles a la realidad hasta obtener resultados admirables, y no sólo en los dibujos (como sucediera con Goltzius y su círculo de manieristas). Algo más jóvenes, integrando las escenas de género en el paisaje, J. Van Goyen, Pieter de Molyn (Londres, 1595-Haarlem, 1661) y Salomon van Ruysdael (Naardem, h. 1600-Haarlem, 1670), crearán un tipo de pintura que se destacará por la sencillez de la composición, la vastedad de los planos y la ligereza de las brumas, la luz plateada y los colores sobrios y suaves. Estos paisajes parecen reproducir la naturaleza holandesa, labrada y formada por los hombres, y reunirla en un único verso poético. Los ríos y el mar jugarán un papel primordial en este arte de tintas terrosas y tostadas. Superior a todos los paisajistas de la primera mitad, Jan Van Goyen (Leyden, 1596-La Haya, 1656) pintará sus vistas marinas volátiles, vaporosas y algodonosas, y sus paisajes de cielos inmensos y horizontes bajos y lejanos, plenos de intensa poesía (Vista de la Merwede frente a Dordrecht, Amsterdam, Rijksmuseum). Junto a ellos, deberá recordarse la extraordinaria pintura de marinas de Jan Porcellis (Gante, h. 1584-Zoetewoude, 1632), con sus dramáticas tempestades y naufragios (Mar borrascoso, 1629, Munich, Alte Pinakothek), y de Simon J. de Vlieger (Rotterdam, 1601-Weesp, 1653), con sus nubosas y grisáceas marinas.Hacia la mitad de la centuria, el relevo en la pintura de marinas lo recogerá Jan van de Capelle (Amsterdam, 1624/1625-1679), sin duda el más poético paisajista holandés del mar. Su obra, como la de Willem van de Velde, padre (Leyden, 1611-Londres, 1693) e hijo (Leyden, 1633-Londres, 1707), que terminaron su carrera en Inglaterra al servicio de Carlos II y de Jacobo II, gestando el nacimiento de la pintura marina inglesa, se definirá por la construcción á partir de la luz. Pero, entre todos los paisajistas de esta época, la gran figura fue Jacob van Ruysdael (Haarlem, h. 1628-Amsterdam, 1682), discípulo de su tío Salomon, encontró en la naturaleza, sobremanera en las vistas boscosas y en las caídas de agua, el eco de sus más íntimos sentimientos, que lo hacen aparecer como un prerromántico. Y, sin embargo, sus obras provocan tal consideración gracias a la alta perfección alcanzada en el dominio de las muchas posibilidades que le ofrecía la ciencia de la composición clásica y en su comunión anímica pura con la naturaleza, que le hicieron superar la nota ilustrativa en favor de la concepción sentimental (El molino de viento de Wijk bij Duurstede, h. 1670, Amsterdam, Rijksmuseum).Su amigo Meindert Hobbema (Amsterdam, 1638-1709), que trabajó con él en Haarlem (1655-577T, pronto se contentó con imitarle, aplicando algunas fórmulas estereotipadas.El arte de esta época, redescubridor del color y la luz del sol, debe mucho a los llamados italianizantes, que permanecieron a lo largo del segundo cuarto del siglo un tanto aislados de las corriente más extendidas del paisajismo holandés. Sus pequeños paisajes ideales, con campesinos y pastores, que presentan una mezcla entre la campiña romana y la poética tierra de la Arcadia, causaron gran impresión desde que, en 1641, regresó de Italia Jan Both (Utrecht, h. 1618-1652). A partir de entonces, el paisaje italianizante suministró a lo largo del tercer cuarto del Seiscientos un número elevado de maestros, de los cuales el más destacado fue Nicolaes P. Berchem (Haarlem, 1620-Amsterdam, 1683), cuyos paisajes pastoriles, de cálida luz dorada, se distinguen por una exquisita elegancia, tanto figurativa y tipológica como compositiva. Muy influido por Berchem, Aelbert Cuyp (Dordrecht, 1620-1691), que no fue a Italia, destacó como creador de un subgénero que combinaba los elementos del paisaje nacional (tomados a través de Van Goyen) con los de la corriente italianizante.Los paisajes de Cuyp se distinguen por estar animados por figuras de pastores y de caballeros rodeados de animales o por sólo animales, como sus Vacas abrevando (Budapest, Szépemvészeti Múzeum). Y es que, tan neerlandés como el paisaje puro o la marina, fue el paisaje con animales, en particular de granja, que dio lugar al nacimiento de los pintores animalistas, en general más preocupados por la observación y la figuración naturalista del animal que por su posible carga poética, entre los que descolló Paul Potter (Enkhuisen, 1625-Amsterdam, 1654) por la atmósfera luminosa y pretendidamente bucólica en la que situó a sus caballos, toros o vacas. En fin, Melchior Hondecoeter (Utrecht, 1636-Amsterdam, 1695), el último y el mejor de una familia de pintores animalistas, se dio a pintar obras suntuosas en las que representó corrales y patios con aves, muchas de ellas exóticas (El pavo blanco, París, Louvre).