Comentario
A pesar del traslado de la corte a Madrid en 1561, Toledo mantuvo su florecimiento económico y cultural hasta las primeras décadas del XVII, gracias a su pasado prestigio, a la riqueza de la catedral y a su próspera industria de tejidos. Hacia 1600 el ambiente pictórico estaba dividido entre el personal estilo del Greco y el de los pintores toledanos vinculados al foco escurialense, como Luis de Velasco y Blas de Prado. El propio Sánchez Cotán, probable discípulo de este último, al realizar su obra religiosa depende compositiva y formalmente de Luca Cambiaso y de los efectos luminosos de los Bassano (serie de la Cartuja de Granada, 1615-1617, Cartuja y Museo de Bellas Artes de Granada).Al reformismo escurialense se sumó en fecha temprana la influencia de Caravaggio, a través de Maino, quien trabajó en la ciudad desde 1611 hasta 1620 aproximadamente, y del italiano Carlo Saraceni, uno de los seguidores del maestro milanés que realizó hacia 1613 tres lienzos para la capilla del Sagrario de la catedral toledana por encargo del cardenal Sandoval y Rojas, importante miembro de esa elite culta que propició la introducción de novedades en la Ciudad Imperial, como ya se ha dicho anteriormente.En este panorama se formó Luis Tristán (h. 1590-1624), quien completó su aprendizaje en Italia entre 1606 y 1611. Discípulo del Greco, admirador de Maino y profundamente interesado por el realismo tenebrista, aunó todas estas opciones, sin renunciar a ninguna, en un estilo ecléctico y desigual (retablo mayor de la iglesia de Yepes, Toledo, 1616; La Trinidad, catedral de Sevilla, 1624; San Luis dando limosnas a los pobres, Museo del Louvre, París, h. 1620).El último pintor importante que trabajó en Toledo fue Pedro Orrente (1580-1645), quien repartió su actividad entre Murcia, ciudad en la que nació; Valencia, donde residió los últimos años de su vida, y Toledo, en la que desarrolló su labor en diferentes etapas (1617, 1628-1631).Su formación en la Península es desconocida, pero entre 1604 y 1612 parece que viajó a Italia, deteniéndose especialmente en Venecia, donde trabajó en el taller de los Bassano. De su estilo dependen sus cuadros de tema bíblico y evangélico, en los que representa personas, animales y objetos tratados con gran realismo, como si fueran escenas de género (historia de Jacob, de Abraham, parábolas, milagros, etc.). Este tipo de obras le proporcionó gran éxito, convirtiéndose en el principal producto de su taller.En su producción destacan también algunos lienzos que realizó poco después de regresar de Italia. En el San Sebastián de la catedral valenciana (1616) demuestra su conocimiento de la pintura italiana de la época, ya que el modelo es de origen caravaggesco, pero no la disposición de la figura, que recuerda al Sansón de Guido Reni (Pinacoteca de Bolonia, 1610). En 1617 pintó para la catedral de Toledo una de sus obras más importantes, la Aparición de Santa Leocadia, en la que prima la visión naturalista junto a efectos lumínicos de raíz veneciana.