Comentario
Tras la guerra del Peloponeso, la situación de todas las ciudades griegas se ha transformado y la propia Esparta entra en la dinámica que se titula habitualmente de lucha por la hegemonía, entendida como aspiración al control de territorios lejanos y de poblaciones susceptibles de ser sometidas a dependencia. Lisandro organiza un imperio controlado por los harmostas y con la colaboración de las oligarquías locales. El rey Agesilao emprende la labor de recuperar para Esparta los territorios de la costa jónica, a través del procedimiento de liberar las ciudades griegas, del dominio ateniense y del peligro de caer bajo el persa. Pero en la península helénica se organiza una alianza antiespartana, formada por Atenas, Tebas, Argos y Corinto, que obligaron a regresar a Agesilao. Fue la guerra de Corinto en la que la victoria de Coronea no proporcionó a los espartanos ningún beneficio importante. Que Atenas restaurara los muros y que Conón, con la ayuda del oro persa, pudiera reconstruir la flota, llevó a Esparta a iniciar las negociaciones que llevarían a la Paz de Antálcidas. Paralelamente, la revuelta de Cinadón, en 397, que había reunido a todos los sectores de las clases marginales espartanas, había colaborado a minar las estructuras sociales y militares de la ciudad triunfadora. Los impulsos expansivos volvían a chocar con los frenos procedentes de las rígidas estructuras sociales espartanas.