Comentario
Los edificios destinados a albergar a las distintas instituciones que gobernaban la ciudad tuvieron siempre muy en cuenta lo que podríamos llamar su apariencia pública. Esto se plasmó no sólo en su ubicación en la ciudad y la envergadura de su arquitectura, sino incluso en los detalles decorativos: si los remates almenados del palacio de los Virreyes de México recrean la imagen de una fortaleza, también en el Real Palacio de la Audiencia de Nueva Galicia (Guadalajara, México) las gárgolas de la fachada tienen forma de cañones. Son signos que recuerdan el poder de aquellos a quienes se reconoce autoridad para gobernar.La influencia de modelos peninsulares fue una constante. Con respecto a los edificios de los cabildos, en las cortes de Toledo de 1480 se había ordenado a las ciudades y villas peninsulares construir edificios para ayuntamiento, porque "ennoblescense las cibdades e vecinos de tener casas grandes e bien fechas en que faser sus ayuntamientos e conçejos e en que se asienten la justiçia e Regidores". Los que se construyeron en las ciudades y villas de los virreinatos americanos se situaron en las plazas mayores o de armas y responden a una tipología claramente hispana de la que se pueden encontrar ejemplos en el siglo XVI lo mismo en Extremadura que en Andalucía o La Mancha.Por otra parte, en los edificios destinados a controlar el comercio, la producción agrícola o la fabricación de moneda, los exteriores adoptaron los modelos que ofrecía la arquitectura palaciega y por ello es frecuente referirse a ellos calificando su grandeza con el término de palacio aunque en ninguna manera lo sean, pues fueron otras funciones las que determinaron sus espacios interiores y tan sólo el exterior utilizó en ocasiones una tipología palaciega por resultar esta imagen la más acorde con la noción de poder que debían transmitir.Organizados en su interior muchas veces en torno a patios, continúan en ese aspecto una tradición constructiva utilizada desde la Antigüedad para muy diversas funciones. Su relevancia en la ciudad fue tanta que a veces -como ocurrió en La Habana en el siglo XVIII con la Casa de Correos proyectada por Silvestre Abarca- los edificios erigidos para sede de las instituciones influyeron en la arquitectura de la ciudad, incluso en la doméstica.