Comentario
Después de la guerra del Peloponeso, una expedición espartana, en la que tomó parte el ateniense Jenofonte, apoyó a Ciro el Joven en sus pretensiones de acceder a la realeza de los persas frente a su hermano mayor Artajerjes, a la muerte de Darío II. La derrota de Ciro en la batalla de Cunaxa trajo como consecuencia el deterioro de las relaciones entre persas y espartanos, agravado por las repercusiones que pudieron tener las actuaciones de Agesilao en Asia Menor como liberador de las ciudades griegas. Los acontecimientos de los años noventa agravaron la situación para Esparta, sobre todo con la guerra de Corinto, por lo que se impuso la tendencia que pretendía llegar a un acuerdo con los persas, cuyo principal representante fue Antálcidas, que ofreció a Tiribazo la renuncia a defender la autonomía de las ciudades griegas de Asia, a cambio del control del resto de Grecia, con el apoyo persa. Las propuestas, sin embargo, no tuvieron éxito hasta el año 386. Perduraban hasta entonces los efectos de la batalla de Cnido y las buenas relaciones con Atenas entre los persas.
En el cambio de década, sin embargo, las circunstancias variaron, pues los atenienses apoyaron la revuelta de Evágoras de Chipre frente a Persia y las acciones expansivas de Trasibulo podían llegar a afectar a zonas que los persas consideraban dentro de su órbita. El acuerdo con los espartanos podía llegar a garantizarles su control real. Por ello, en el ano 386, con la participación formal de todos los griegos, se juró el texto de la paz que contenía tres puntos principales. Las ciudades griegas de Asia pasaban a depender del control del Gran Rey, incluidas Clazómenas y Chipre, lo que afectaba claramente a las posibilidades expansivas del imperio ateniense. Por el contrario, todas las ciudades de Grecia, incluidas las islas, quedaban libres de cualquier control sin poder unirse en ligas o confederaciones, salvo Lemnos, Imbros y Esciro, únicas que permanecían bajo el control ateniense, sin duda las más importantes desde el punto de vista de los tráficos marítimos hacia el mar Negro, pero no para la recuperación del imperio como fuente de recursos capaces de mantener la libertad del demos. Finalmente, todas las ciudades que se negaran a aceptar las condiciones de la paz podían ser objeto de los ataques persas.