Época: España4
Inicio: Año 1750
Fin: Año 1800

Antecedente:
La segunda mitad del siglo XVIII en España

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

Para F. Chueca, Villanueva "es un teórico que no ha escrito nada, pero que ha escrito en piedra", y para P. Monleón, el más reciente investigador de la obra y la personalidad del arquitecto, la complejidad de su legado es tal que es preciso desglosar su visión en ocho puntos, con referencias explícitas a la contingencia del modo, a la doble solicitud del edificio y la ciudad, a la consideración del territorio, a la constancia del tipo, al pórtico excavado, al orden como valor instrumental, al orden como emblema y a la utilidad y conveniencia. Son los postulados que, afrontados con profunda actitud crítica y reflexiva, nos adentran en el entendimiento y en el anchuroso mundo arquitectónico de Juan de Villanueva.Para todos, Villanueva es un genio que se hace inimitable y, para muchos, se define su talento por algo tan simple como el haber sido el intérprete de lo esencial, sencillo y claro del hecho arquitectónico. Muchas y variadas definiciones han conducido al reconocimiento de su talento, siempre sustentadas en el trabajo del artista, en la huella de su obra.Pasó, sin prisa, por Roma, en el momento en que la escuela de Winckelmann o el Parere de Piranesi y las rígidas filosofías de Algaroti sustentaban el estilo rigorista al que se acomodaban Lodoli y Laugier. La Antiquitá Romana disparaba también aquellos fragmentos de las ruinas clásicas, vistas ad absurdum, y las ideas de los discípulos de Servandini se afianzaban, mientras pasaban también por la ciudad, no con poco asombro para su mentalidad de analistas, Adan, Goudoin o Clerisseau. Allí, y en ese ambiente, creyó encontrar el arquitecto español su camino estético, el sendero que, a su regreso a España, en el amor por lo antiguo, le conduce a integrarse en la expedición formada para dibujar las Antigüedades árabes de Granada y Córdoba, hecho analizado recientemente en su trascendencia por D. Rodríguez.Con la ayuda de Ponz, en fecha temprana, 1768, fue nombrado arquitecto de El Escorial, lugar donde planteaba por primera vez el tema de la arquitectura doméstica en los edificios del Marqués de Campo Villar y del Cónsul francés. Permitió que, analizando su estilo, confiaran en él los hijos del rey Carlos III, quienes le encargaron la Casa de Infantes frente al Monasterio, la cual le daría opción para desarrollar la magna obra con cinco patios a la que llega diluido el eco del edificio realizado en La Granja con el mismo propósito por Díaz Gamones.Simultáneamente interviene en la Capilla Palafox de Burgo de Osma, cuya planta a él debe el mérito, aunque más tarde sería interferida por la intervención de Francisco Sabatini y Bernarconi. En el esquema palladiano dibujó una rotonda rodeada de columnas in antis. La columna bajo entablamento liso comenzaba a ser un símbolo que iría configurando hasta su conclusión en años sucesivos.Bajo la mirada atenta de Juan de Villanueva, El Escorial iniciaba su desarrollo urbano. Fondas, mercado, casas, fincas privadas hacían su aparición dentro de un esquema racional de tejido ortogónico. No pierde la clave escurialense en proporción y técnica. En la Casa de Infantes introduce la escalera imperial de tramos convergentes bajo una premisa de magnificencia que ha de volver a evocar en 1793, cuando construya la escalera del ala norte del palacio.Para disponer de un alojamiento independiente para el Príncipe e Infantes construyó tres villas o casinos. La llamada Casita de Arriba para Don Gabriel, verdadero auditorium arquitectónico, en el que no se pierde el carácter íntimo y suntuoso, y respuesta también al carácter de mecenas de las artes y de las ciencias del infante.En la Casita de Abajo, para el Príncipe Carlos, el núcleo central de dos pisos se flanquea por dos alas bajas. Al este proyecta un pórtico tetrástilo, y al oeste, se adelanta una tercera ala, configurando la original planta en forma de T que ha permitido esa cualificación pintoresca de su arte.La Casita del Príncipe, de ladrillo visto enmarcada por piedra blanca, dibuja una planta pentapartita, de palaciega escala, con su pabellón central y alas extremas. Sus volúmenes, articulados por austeras superficies, se alteran por el juego de sombras de los vanos. Kubler indicó que la inspiración estuvo en la "Architecture des ombres" de Boullé.Los postulados de su arte iban tomando configuración. Se plasmaron a un unísono cuando, por real decreto de 30 de mayo de 1785, le fue encargado el proyecto del Gabinete de Ciencias de Historia Natural y Academia de Ciencias, obra que impulsaría decisivamente Floridablanca. Destacará seguidamente su intervención en el Jardín Botánico y, después, en el original edificio del Observatorio Astronómico.Para la primera de estas obras, Juan de Villanueva trabajó en un primer proyecto en el que el edificio se condicionaba a un amplió entorno porticado, complementado con otros edificios y jardines, una idea sugerida sin duda por el emplazamiento en el viejo Prado de San Jerónimo. A la idea había precedido un planteamiento de gran relieve, de configuración circoagonal, de Hermosilla, y el plan de peristilo-paseo, dibujado por Ventura Rodríguez, fórmulas embellecidas con las tres fuentes equidistantes trazadas por este mismo arquitecto, Apolo, Cibeles y Neptuno. Villanueva volvió a la idea de paseo cubierto terminado en exedras y centrado por una rotonda con columnata. La planificación de Paseo-Auditorio con eje cruzado, se amplificaba con la idea de espacio basilical, planteándose el valor del museo como templo de la ciencia bajo el punto de vista formal. Un segundo proyecto conduciría a Villanueva a consideraciones de mayor sincretismo, abandonando el sentido de edificio-paisaje para profundizar en la distribución racionalista, en la que muestra en el juego de unidades geométricas diferenciadas, uno de los planteamientos articulados más inteligentes. Las cinco células congregadas son cambiantes. El pabellón norte en rotonda concentra un ambiente puro neoclásico dentro de un diferenciado caparazón arquitectónico con orden jónico in antis. Los extremos se relacionan con el centro por galería de estatuas. En cada extremo, el espacio mayor permite la adición de varias estancias, manteniéndose la variación y el juego de independencia modular. El lado sur es palaciego, de orden corintio, y clara influencia italianizante. El edificio, pese a su definición interiorizada, condesciende al ambiente exterior en su alineamiento externo, ceñido al impulso de la horizontalidad del paseo, con rotura en la continuidad por el simbólico pórtico escultural que parece imprimir en su alegorismo el temperamento intemporal del diseño. El edifico, desde estos términos, es representativo y visualizante.En el Oratorio de Caballero de Gracia (1789) evocó las basílicas romanas con sus pantallas de columnas y sus bóvedas artesonadas. En el Observatorio Astronómico volvió al rigorismo clásico. Su planta cruciforme, con amplio espacio central, sirvió para conectar las laterales alas de Instrumentos y Biblioteca. El centro sirve de soporte al bello templete jónico que, aunque puesto en relación con las obras efímeras del último barroco, no es más que la enseña más justa de la asimilación del fenómeno neoclásico en España.En el Botánico, salvando todas las innovaciones que en él se han experimentado, la firma villanovina aún está latente en la solemne entrada frente al Museo, entendida como propileo de carácter neo-griego.Otras obras completaron su actividad y son muestra también de su talento versátil, rico en matices, como la Galería del Ayuntamiento de Madrid, los diseños para casas domésticas de la capital, los pabellones y jardines para la ciudad cortesana de Aranjuez, retablos, tabernáculos, remodelaciones de obras antiguas, a las que imprimió su estilo. Un denso legado que sirvió también de enseñanza a un amplio discipulado que, a pesar de los reveses históricos, mantendría la ideología del clasicismo puro o del clasicismo romántico.A la misma generación de Villanueva corresponde Juan Pedro Arnal (1735-18??), formado en la Academia de Toulouse, integrado también en la expedición de Andalucía y miembro docente de la Academia de S. Fernando. Realizó obras de consideración como la Imprenta Real, el Palacio de Buenavista o la Real Casa de Postas. Era el intérprete de un acercamiento al clasicismo, como lo fueron Juan Soler y Fanecas al construir la Lonja de Barcelona o Vicente Gascó, restaurador de la arquitectura en Valencia, Juan Antonio Olaguivel en el País Vasco, Silvestre Pérez, Isidro Velázquez, Antonio López Aguado, Benjumea o Ignacio Haan, entre otros; alcanzando con su obra cierta autoridad contribuyeron a que la gran arquitectura de Juan de Villanueva permaneciera viva, y actualizable su huella.Una huella, que como se ha escrito, tiene la cualidad de la intemporalidad, tal vez porque "sus soluciones no dejaran de sorprender por lo inagotable de sus respuestas".