Comentario
Según Matisse, Manet "fue el primero que obró por reflejos y simplificó así el oficio de pintor... no expresando sino lo que le impresionaba a sus sentidos inmediatamente". Este pintor se debatiría siempre en la ambigüedad y la contradicción, porque queriendo permanecer dentro de la tradición se convirtió en portavoz y líder de un movimiento revolucionario como fue el Impresionismo, al cual nunca deseó pertenecer.
De familia perteneciente a la alta burguesía y de posición desahogada, Eduard Manet nació en París, en 1832. A los doce años de edad ingresó como pensionista en el colegio Rollin, donde coincidió con Antonin Proust, futuro ministro de Bellas Artes, quien al cabo de los años le apoyaría fielmente. Alumno mediocre, aficionado al dibujo y a los museos debido a la influencia de su padrino y sufragador de sus primeras clases, Fournier, acabó enfrentándose con su padre que deseaba para su hijo la carrera de abogado o de marino. Si bien intentó esta última, no logró por dos veces, en 1847 y 1848, ingresar en la Escuela Naval, lo que le decidió a embarcarse en el mercante Le Havre Guadalupe, rumbo a Río de Janeiro.
A su regreso a Francia, y ya convencido de su vocación artística, Manet vence la resistencia de su familia y entra en uno de los talleres más reputados. Se trata del de T. Couture, donde adquirió una sólida formación, complementada con dos viajes a Austria, también en 1856, y con la copia en el Louvre de obras de Tiziano, Rembrandt, Velázquez y Hals.
Su personalidad le revela como un hombre brillante, refinado, culto, enamorado de la música y de la literatura. Tuvo como amigos íntimos a Baudelaire y Mallarmé, dos grandes poetas de su tiempo. Sin embargo, su actividad artística tuvo unos principios marcados por las dudas y los fracasos, como los que cosechó en los Salones de 1857 y de 1859.
En el de 1861 es premiado, sin embargo, con una medalla por su Guitarrista (Nueva York, Col. Osbom), lo que le anima a iniciar un año después una serie de cuadros muy ambiciosos. Victoria Meurent, modelo preferida del artista durante muchos años, posó para su caballete en dos de sus obras más conocidas: Cantante callejera (Boston, Museum of Fine Arts) y La señorita torera (Nueva York, Metropolitan).
La boda del emperador francés con una española, Eugenia de Montijo, vino a reavivar la moda ya vigente del romanticismo español. Manet no fue ajeno a ello y pinta Ballet español (Washington, Col. Phillips) y Lola de Valencia, cuya protagonista era una bailarina de una compañía que por entonces triunfaba en París y a la que Baudelaire dedicó un cuarteto en su "Flores del mal": "Entre tanta belleza como la vista alegra/, comprendo, amigos míos, que vacile el deseo;/mas, entreabrirse en Lola de Valencia yo veo/ el encanto imprevisto de una flor rosa y negra".
Manet lleva a cabo en 1862 su primera obra contemporánea. Se trata de una escena urbana, Concierto en los jardines de las Tullerías (Londres, National Gallery), una animada evocación de la vida del Segundo Imperio, en la que se representa a una multitud congregada en dichos jardines para asistir a un concierto al aire libre. Según Antonin Proust, el artista "acudía casi a diario a las Tullerías, entre las dos y las cuatro de la tarde, para hacer al aire libre, bajo los árboles, estudios de los niños que jugaban y de las señoras que se dejaban caer en las sillas".
Muchas de las personas representadas en esta obra pueden ser identificadas con personajes de la época, entre ellas la del propio pintor, que figura a la izquierda del lienzo.
Un año después, en 1863, Manet vuelve a pintar escenas de la vida moderna que produjeron gran escándalo. Así, en El almuerzo sobre la hierba, presentado en el Salón de los Rechazados, el pintor se inspira en el Concierto campestre de Giorgione y en un grabado de un cuadro de Rafael, El juicio de Paris, hoy desaparecido, para realizar una versión moderna que se burla de la tradición. La composición presenta a su ya citada modelo Victoria Meurent, desnuda y en actitud de animada conversación con dos hombres vestidos, su cuñado y su hermano Eugène.
De nuevo en 1865 produjo un gran revuelo con su cuadro Olimpia (París, Museo d'Orsay), pintado dos años antes. También aquí el artista realizó una versión modernizada de temas tratados por maestros antiguos, en este caso con la Venus de Tiziano y con La Maja desnuda de Goya. Público y crítica no vieron en este cuadro más que una escandalosa apología de la prostitución, desmarcándose de esta corriente descalificadora solamente unos pocos, entre ellos Zola y Baudelaire. Con motivo del centenario de Manet, Paul Valery glosaría esta obra en los siguientes términos: "Olimpia choca, despierta un horror sagrado, se impone y triunfa. Olimpia es escándalo, ídolo; potencia y presencia pública de un miserable arcano de la sociedad. Su cabeza está vacía: un hilo de terciopelo negro la separa de lo esencial de su ser. La pureza de un trazo perfecto esconde a la Impura por excelencia, aquella cuya función exige la ignorancia sosegada y cándida de todo pudor. Vestal bestial consagrado al desnudo absoluto, lleva a soñar todo lo que esconde y conserva de barbarie primitiva y de animalidad".
Contrariado por la incomprensión, Manet se traslada ese mismo año a España a fin de conocer la pintura española. Contempla la obra de Goya, pero por quien se siente cautivado es por Velázquez, al que considera como "el pintor de los pintores". Inicia entonces su segunda incursión de españolismo, pintando Corridas de toros, El actor trágico y El Pífano, inspirados en Velázquez. También realiza, ya en 1867 y esta vez mirándose en Goya, La ejecución de Maximiliano (Ny, Carlsberg Glyptothek, Copenhague), tema de historia contemporánea para el que se auxilia con crónicas y fotografías publicadas en la prensa de la época.
Excluido de la Exposición Universal de 1867, organizó su propia exposición en la Place de l'Alma, justamente enfrente de la que montó el realista Courbet. En total, Manet colgó cincuenta telas de su firma, provocando el entusiasmo de los futuros impresionistas.
Como testimonio de gratitud a Zola, cuyo apoyo incondicional nunca le faltó, Manet presentó en el Salón de 1868 un retrato del escritor, cuya figura sitúa en el interior de un gabinete de trabajo, apreciándose entre otros elementos decorativos un biombo japonés, una estampa de Utamaro, una reproducción de su Olimpia y un grabado de Los borrachos de Velázquez.
En el Salón de 1869 le fueron admitidos El almuerzo en el taller y El balcón. En este último lienzo figura en una composición de inspiración goyesca Berthe Morisot (1841-1895), pintora que influenciada por Corot y luego por Jongkind orientaría su labor en el campo de la acuarela paisajística. Morisot conoció a Manet en 1868, posando para su caballete en cuatro retratos, de los que el más destacado fue el titulado El sombrero negro (París, Col. Rouert). Y a Morisot se debe, con independencia de que se casara con el hermano de Manet, el ya citado Eugène, en 1874, que el pintor se acercara al impresionismo y a la pintura al aire libre.
En 1873 pinta La partida de croquet (Francfort, Städelsches Kunstinstitut) y El ferrocarril (Washington, National Gallery), obras que constituyen un preclaro logro de la fusión de las figuras y el aire libre. Sin embargo, es a partir de 1874 cuando, en compañía de Claude Monet, pinta del natural en Argenteuil y aplica una técnica más vibrante y provista de colores más nítidos y vivos. Son ejemplos de ello En la barca (Nueva York, Metropolitan), Argenteuil (Tournai, Museo de Bellas Artes), Claude Monet pintando con su esposa en su estudio flotante (Munich, Neue Pinakotek) y La familia Monet en el jardín (Nueva York, Col. privada), así como algunas vistas del gran canal veneciano, correspondientes a la visita que en 1875 realizara a esa ciudad italiana.
No obstante estas composiciones, Manet continuó siendo un pintor independiente que se interesaba por la vida contemporánea. Así lo demuestra con sus obras En la pista de patinar (Cambridge, Massachusetts, Fogg Art Museum), Nana (Hamburgo, Kunsthalle), En el invernadero (Berlín, Staatliche Museen) y En casa del tío Lathuille (Tournai, Museo de Bellas Artes).
En el verano de 1878, y antes de abandonar su taller de la rue de Saint Petesbourg de París, Manet quiso perpetuar el paisaje que había contemplado desde su ventana. Para ello realizó una rica serie de paisajes urbanos, entre los que no faltaron cervecerías, cafés y otros centros de animación y moda propios de la capital francesa.
A partir de 1879 Manet sentiría los primeros síntomas de su enfermedad, ataraxia locomotriz. Es entonces cuando utiliza el pastel para retratar a numerosas figuras femeninas.
Fallecido el 30 de abril de 1883, una de sus últimas obras más significativas, y expuesta en el Salón de 1882, fue la titulada El Bar del Folies Bergére (Londres, Col. Courtland). Se trata de una composición misteriosa, en la que el artista juega con las ampliaciones del espacio, la vibración de la luz y la animación lúdica del local, todo ello a través del espejo del mostrador. Su amigo Jenniot dijo al respecto: "Cuando volvía París, en enero de 1882, mi primera visita fue para Manet. Pintaba entonces el bar, en el Folies Bergére, y la modelo, una hermosa mujer, posaba detrás de una mesa llena de botellas y vituallas... Manet, aunque pintaba sus cuadros con modelo, nunca copiaba exactamente del natural; me di cuenta de sus magistrales simplificaciones. Todo estaba abreviado; los tonos eran más claros, los colores más vivos y los valores más próximos. Todo ello formaba un conjunto de una armonía tierna y rubia... Manet dejó de pintar para ir a sentarse en el diván. Me dijo cosas como ésta: La concisión en el arte es una necesidad y una elegancia... En una figura hay que buscar la gran luz y la gran sombra; el resto vendrá naturalmente". Unas consideraciones del pintor, acaso las últimas, que acaso sean las que mejor definen el secreto y la profundidad de su pintura.