Época: arquitectura
Inicio: Año 1850
Fin: Año 1900

Antecedente:
La arquitectura en la segunda mitad del siglo XIX

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

Durante el último tercio del siglo XIX, y al margen de la aparición en la arquitectura española de fenómenos tan diversos como los neomedievalismos tardo-románticos, el eclecticismo y los primeros brotes del modernismo, fue la arquitectura del hierro la que resultó más novedosa y meritoria, dado el retraso tecnológico que sufría España en relación a otros países.
Ya en la época isabelina se manifiesta una temprana utilización de las estructuras metálicas en los ejemplos del puente de Isabel II (1845-1852), que une Sevilla con el barrio de Triana, y del puente de hierro de Teruel sobre el río Turia (1862-1865), ambos llevados a cabo con piezas manufacturadas en el extranjero y bajo el proyecto de autores extranjeros. También con elementos fabricados en Inglaterra, pero esta vez según el proyecto de los ingenieros españoles C. Campuzano y A. Borregón, se realizó el mal llamado Puente Colgante (1865) de Valladolid.

La presencia de especialistas extranjeros en arquitectura metálica fue muy acusada en los albores de su aplicación en España. Es el caso del francés Horeau, quien elaboró un proyecto de mercado para Madrid en 1868 y que, caracterizado por tener una planta triangular y una cubierta colgante, no llegaría a realizarse. Es el caso también de los numerosos proyectos que salieron del estudio parisino de Eiffel para la construcción de puentes y viaductos que por entonces requería la red nacional de ferrocarriles, cuya explotación estaba en manos de capital belga, inglés y francés.

Serían precisamente las nuevas estaciones ferroviarias y algunos mercados donde se aplicaron por primera vez estructuras de hierro. Bajo la responsabilidad del ingeniero francés Grasset se levantarían las estaciones de Santander (1876) y la del Norte (1879-1882), en Madrid. Esta última revela claramente su origen francés, tanto en su fachada como en su cubierta, a dos aguas y con cuchillos atirantados; un modelo que se repetiría en varias estaciones de la línea Madrid-Irún, tales como la de Valladolid (1890) y la de Burgos (1901).

Otros ejemplos destacados son la estación de Delicias (1870-1880), también en Madrid, debida a E. Cachelievre, cuya armadura metálica aporta considerables novedades técnicas al prescindir de tirantes y configurar una cubierta sin interferencias de 35 metros de luz y 22,5 metros de altura.

Otro proyecto igualmente significativo es el de la madrileña estación de Atocha (1888-1892), obra de Alberto de Palacio, que reunía la doble condición de arquitecto e ingeniero. Su cubierta, en forma de casco de nave invertido, posee una luz de casi 49 metros, una altura aproximada de 27 metros y una longitud de 157 metros, superando crecidamente a todas las realizaciones que de ese tenor se habían hecho hasta entonces en España. Por otra parte, la carena, en cuyo diseño participó el ingeniero Saint James, presenta la novedad de estar construida en acero laminado, mostrando un gran parecido con la que Dutert y Contamin hicieron para la Galería de Máquinas de la Exposición Universal de París de 1889.

Otras edificaciones utilitarias o de servicios que se beneficiarían del empleo del hierro fueron los mercados. La nueva tecnología facilitaba todo tipo de posibilidades en el diseño de las plantas, que incluso podían adaptarse a la irregularidad de muchos solares, si bien, en aras de la funcionalidad, se impusieron los esquemas simples, regulares y geométricos. En tanto que en el caso de las estaciones prevalecía la amplitud de las armaduras, en el de los mercados se buscaría como prioridad la ventilación y la iluminación, condicionantes que se subsanaron con el recurso de practicar amplios ventanales en los muros y de disponer cubiertas elevadas, de modo que el aire pudiera circular a través de persianas y que la luz pudiera filtrarse a través de cerramientos de vidrio.

El modelo que primó en Europa fue el de Les Halles Centrales (1854-1866) de Baltard. Los mercados de Madrid y Barcelona fueron los primeros en aplicar el modelo parisino. Los tres construidos en Madrid en el corto período de seis años a partir de 1868, fueron: el de la Cebada, el de los Mostenses y el de Olavide, los tres hoy desaparecidos.

Barcelona dispondrá en las mismas fechas de dos mercados de estructura metálica; el de San Antonio y el del Borne. El mercado del Borne (1874-1876) se debe a la colaboración del arquitecto Fontsere y Mestres y al ingeniero Cornet y Mas, con un planteamiento muy semejante al francés, siendo diferente el mercado de San Antonio (1876-1882) proyectado por el arquitecto Rovira y Trías, el cual se distribuye con ocho crujías a partir de un espacio central octogonal rematado por un cimborrio. Este arquitecto fue uno de los mayores defensores del hierro como material estructural y expresivo, siendo autor también de otros mercados barceloneses.

En muchas provincias españolas se levantaron mercados semejantes a éstos: Valladolid, Salamanca, Valencia, etc. Muchos de ellos desaparecidos o semiabandonados en la actualidad. En Madrid se conserva todavía felizmente el mercado de San Miguel (1915), obra de Alfonso Dube y Díez.

A pesar de las muchas reticencias que en algunos suscitaba el uso del hierro, hubo también acérrimos defensores del mismo, dado que veían con su empleo la posibilidad de renovar la arquitectura española, apartándola del eclecticismo reinante y acercándola a la modernidad. Poco a poco, y en mayor o menor grado, la mayoría de los arquitectos irían aceptando este material, sobre todo para cierto tipo de edificios. Plazas de toros, teatros, circos y otros locales destinados a ofrecer espectáculos públicos serían los protagonistas de esta nueva arquitectura, cuya aplicación, al margen de permitir una mayor ligereza en la edificación, resolvía con las columnas de hierro fundido los problemas de visión que para el espectador planteaban otros materiales, amén de que con la utilización del hierro en plateas, graderíos y balcones se ganaba tanto en el terreno práctico como en el económico.

De entre los muchos ejemplos que podrían citarse, cabe destacar el coso taurino de Valencia (1860-1870), la plaza de toros que construyera Rodríguez Ayuso para Madrid en 1874, hoy desaparecida, y la de Vista Alegre (1882) de Bilbao, en las que se incorporó el hierro para las estructuras internas, así como la de Salamanca (1892), que extendería su aplicación también en el exterior.

Teatros como el de La Comedia (1875) y circos como el ya desaparecido Price (1880), ambos en la capital de España y debidos al arquitecto Agustín Ortiz de Villajos, son también notorios exponentes del hacer arquitectónico de esa época. A resaltar, en el segundo ejemplo citado, la disposición poligonal de su sala, formada por dieciséis lados, que circunscribían un espacio octogonal, y la estructura metálica de la cubierta, rematada con ventanas y revestida exteriormente de un decorado historicista.

El hierro también se utilizó para cubrir patios y galerías interiores, sirviendo de armazón a un material que, como el vidrio, permite el paso de la luz. Eduardo Adaro así lo haría en el caso del Patio de Operaciones del Banco de España (1884) y Ricardo Velázquez Bosco en el del patio de la Escuela de Minas (1886), ambos en Madrid.

Fue también este último arquitecto quien llevó a cabo en el madrileño parque del Retiro una obra maestra. Se trata del Palacio de Cristal, diseñado en 1886 como pabellón-estufa de la Exposición de Filipinas. Formado por una planta de tres cuerpos absidales poligonales de ocho lados, cuenta con una cúpula de cuatro paños, ubicada en el centro, donde se cruzan los arcos. Aunque de dimensiones más reducidas, las características de ese invernadero, hoy utilizado como sala de exposiciones, rememoran a su tocayo de Londres, el Crystal Palace de Paxton.

La paulatina incorporación del hierro en la construcción corría pareja a su empleo en multitud de elementos urbanos. Así, el hierro acabará inundando el paisaje de las ciudades españolas por medio de farolas, bancos, marquesinas, quioscos, templetes, etc.