Época: escultura
Inicio: Año 1850
Fin: Año 1900

Antecedente:
La escultura en la segunda mitad del siglo XIX

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

La escultura del último cuarto de siglo, coincidente históricamente con el período de la Restauración, se caracterizará por un decidido intento de apartarse del idealismo romántico para acercarse al Realismo.
Pocas etapas como ésta fueron tan propicias para el desarrollo de la escultura en España, pues nunca como entonces surgirían tantos mecenas. De hecho, la burguesía adinerada, las corporaciones locales y numerosas entidades públicas cuajaron de estatuas la geografía española. Fachadas, ensanches, plazas y cementerios se vieron invadidos de imágenes escultóricas, si bien de desigual calidad. Las innumerables oportunidades de lucimiento de que gozaron los escultores de esa época no fueron siempre aprovechadas. Y así, tanto en Madrid como en Barcelona, se emplazaron muchas estatuas de dudoso mérito.

El ideal que, sin apenas excepciones, persiguieron todos los artistas se concretaba en la imitación del natural. Una búsqueda que, sin embargo, se hizo sin normas ni criterios, desembocando en una falsa realidad que únicamente reflejaba los aspectos más superficiales. La ejecución escultórica se excedió en el detallismo pictórico, al tiempo que la importancia de los materiales se vio devaluada por la utilización indistinta del mármol y del bronce, con cuya combinación caprichosa se pretendía lograr un mayor cromatismo.

El laberinto escultórico incorporó, en consecuencia, una dilatada nómina de monumentos y de artífices, en la que no merece la pena extenderse. Bastan unos cuantos nombres y algunas obras para tener una idea cabal de la complejidad que protagonizó la escultura española de esta época.

Cabe citar, en primer lugar, a Jerónimo Suñol y Pujol (1839-1902). Natural de Barcelona, de origen humilde y formado inicialmente en La Lonja y en el taller de los Vallmitjana. Completó su formación en Roma, donde tras residir varios años a expensas de sus propios medios, logró ser pensionado oficialmente en 1867 y proseguir su experiencia en la capital italiana. Allí realiza su Dante (Barcelona, Museo de Arte Moderno), una de sus obras más conseguidas, y El sepulcro del general O'Donnell (Madrid, Salesas Reales), de resultado menos personal y con decoraciones neoplaterescas afines al gusto oficial.

A su vuelta a España en 1875 se instala en Madrid, recibiendo algunos encargos públicos de cierta importancia. A destacar Colón, que ultimaría en 1885, estatua que se colocó sobre un pedestal ubicado en los hoy llamados jardines del Descubrimiento del madrileño paseo de la Castellana, junto a la Biblioteca Nacional. Para el frontón de este monumento presentó un proyecto decorativo en 1892, que no se le adjudicaría, eligiéndose el de Agustín Querol.

También realiza las figuras de san Pedro y san Pablo para el templo de San Francisco el Grande de Madrid, así como la de José de Salamanca (1902), situada en la plaza madrileña del mismo nombre.

Otro artista significativo es Ricardo Bellver y Ramón (1845-1924) que, nacido en Madrid, fue el continuador de una dinastía artística levantina. Muy dotado, supo abarcar todos los géneros, trabajando tanto el relieve como la escultura exenta.

Fruto de su pensión en Roma fueron el relieve Entierro de santa Inés (Madrid, San Francisco el Grande) y El ángel caído (Madrid, Parque del Retiro). Esta última obra, que fue presentada en la Exposición Nacional de 1878, obtuvo una primera medalla.

Se trata de una realización singular que, al margen de la polémica que suscitara por el motivo elegido, es considerada como una de las obras escultóricas más logradas del siglo XIX español, dada la fuerza, la tensión y la belleza del desnudo representado. Guiado por la corriente historicista, Bellver eligió el estilo goticista para la portada principal de la catedral de Sevilla y el neoplateresco para el sepulcro del cardenal Lastra y Cuesta, ubicado en ese mismo templo.

Demostró su facilidad para adaptarse a todos los géneros con sus realizaciones en el campo de la escultura sepulcral, de lo que dan fe los monumentos funerarios de Meléndez Valdés y de Donoso Cortés, sitos en el cementerio madrileño de San Isidro, así como las de motivos religiosos del tipo de san Andrés y san Bartolomé, en San Francisco el Grande, y la Virgen del Rosario, en San José, templos ambos situados en la capital de España.

Figura asimismo representativa de esta etapa de la escultura española es Agustín Querol Subirats (1860-1909), nacido en Tortosa (Tarragona), que se formó en sus comienzos en el taller de los Vallmitjana y en La Lonja. Pensionado en Roma en 1884, tres años más tarde presenta en la Exposición Nacional el grupo La traición (Madrid, Jardines de la Escuela Normal), obteniendo una primera medalla, galardón que le abriría las puertas para conseguir otras distinciones tanto en España como en el extranjero.

En 1882 le fue adjudicada la decoración del frontón de la Biblioteca Nacional de Madrid, gracias a la protección que le dispensaba Antonio Cánovas del Castillo, a la sazón presidente del Gobierno, y para quien más adelante diseñó su sepulcro en la madrileña Sacramental de San Isidro.

Querol, dotado de una extraordinaria facilidad para el modelado y de gran flexibilidad para adaptarse a todo tipo de realizaciones, aceptó gran diversidad de encargos de monumentos conmemorativos. El de Quevedo, en Madrid, es uno de los muchos ejemplos que se prodigaron no sólo en España, sino también en numerosas ciudades hispanoamericanas, como es el caso de La Habana, Buenos Aires, Lima, Guayaquil, etc. Para ello dispuso, en su taller madrileño, de un numeroso grupo de artistas, cuya distinta profesionalidad viene a justificar la diferente calidad que manifiestan las obras de Querol.

Un último nombre a resaltar al respecto, situado entre el Realismo y el Modernismo, es el de Mariano Benlliure y Gil (1862-1947). Natural de Valencia, cursó estudios en la capital levantina, en París y en Madrid, afincándose en esta última ciudad hasta el final de sus días, donde, además de llevar a cabo una abundante producción escultórica públicamente reconocida, llegó a ser académico de Bellas Artes y director del museo de Arte Moderno.

Dotado de una gran facilidad creadora, Benlliure alcanzaría desde muy temprano el éxito con esculturas de carácter castizo: bailaoras, guitarristas, picadores, toreros, etc. Pero sus mayores logros los materializará en diversos monumentos ecuestres, tales como el de Alfonso XII (Madrid, Parque del Retiro), General Primo de Rivera (Jerez de la Frontera, Cádiz) y General Martínez Campos (Madrid, Parque del Retiro). En este último no imprimió el habitual aire triunfante al protagonista, sino que lo representa con cierta imagen de preocupación y cansancio.

Muy expresivo en monumentos sepulcrales como los del tenor Gayarre (Navarra, El Roncal) y el torero Joselito (Sevilla), Benlliure se prodigará en la representación escultórica de numerosos personajes históricos españoles como los de la reina gobernadora María Cristina (1893), Bárbara de Braganza (1882), Emilio Castelar (1908) y Goya (1902), todos ellos ubicados en Madrid, y muchos de ellos adornados en su correspondiente pedestal con relieves de acusado aspecto pictórico.

Puede decirse que Benlliure fue una mezcla de realismo y de eclecticismo, cuyo estilo personal, efectista y detallado, enriqueció con elementos decorativos que le aproximan al modernismo.