Comentario
Si la atmósfera de Puvis de Chavannes era inquietante, no lo es menos la de G. Moreau (1826-1898) que, además, fue calificada de enfermiza (muy del gusto de los decadentes...). Y si al referimos al primero no tenemos más remedio que hablar de restricción de medios, ingenuidad y falta de afectación, de Moreau diremos, siguiendo a Gauguin, que era un orfebre. Ciertamente ese gusto por el color brillante, (como el de las joyas) que heredará de Chasseriau y los temas de exotismo, voluptuosidad y muerte que lo acercan a Delacroix (aunque él mantiene una actitud contemplativa en lo que en Delacroix era pura acción), hacen de Moreau un frío, minucioso, cerebral y excéntrico pintor decadente.
El horror por lo vulgar y su caudaloso inconsciente despertaron la admiración de Huysmans quien contempló su obra en el Salón de 1880, año en el que, inexplicablemente, Moreau deja de exponer (sólo volverá a hacerlo en 1886, en la sala Durand Ruel, con 65 acuarelas para la ilustración de las "Fábulas" de La Fontaine). Siempre vivió retirado; su infancia transcurrió en un ambiente cultivado y sensible. A los 15 años realiza su primer viaje a Italia. Al parecer no necesitaba ya más que permanecer recluido en su confortable casa de París, pintando sus sofisticados sueños. Allí se dedicaría a "hacer visibles los relámpagos interiores que uno no sabe a qué atribuir".
Era una especie de visionario. La idea para realizar un cuadro se le aparece ante los ojos de la mente sin ninguna dificultad. Los problemas se le presentarán a la hora de elaborar su obra cuando esa primigenia espontaneidad quede ahogada por la ejecución del cuadro, en el momento que la concepción devenga composición. Porque Moreau sabía que tendría que conseguir la mayor fidelidad posible a lo que él había soñado, debería hacer que todo en el cuadro vibrara al unísono. Esa preocupación para lograr una correspondencia entre la forma y el tema representado influye también en el formato del cuadro, pues busca los contrastes y las aproximaciones entre las fuerzas dominantes en la composición del cuadro y el marco. No obstante, algunos críticos encuentran inquietantes la obra de Moreau por una falta de acoplamiento entre el contenido y la forma.
Pese a la importancia del tema, Moreau negaba ser un pintor literario: "He dedicado mis cuidados, todos mis esfuerzos -decía- a la evocación del pensamiento a través de la línea, del arabesco y los medios abiertos a las artes plásticas". No es un narrador, no es un ilustrador de la literatura, es un pintor que trabaja la visión de la forma coloreada y que es capaz de crear un microcosmos autónomo.
Sin embargo, en su obra están presentes muchos de los elementos que caracterizan la pintura simbolista y que adorarán los escritores (él mismo utiliza la frase "leer una obra de arte"). Su imaginación desenfrenada da vida a un mundo poblado de símbolos: adolescentes andróginos, mujeres destructoras, seres que se funden entre arquitecturas fantásticas, paisajes que nunca podrán ser explorados, objetos preciosos y plantas devoradoras. Todo ello le hará ser un afanoso trabajador de la pintura. Como fuentes: la evocación de Bizancio, el decorado greco-oriental, Leonardo, Mantegna, los vasos arcaicos, los mosaicos antiguos, la India, siempre Delacroix. El Unicornio (1885)), Galatea (1896), Hércules y la hidra de Lerna (1876), Júpiter y Semele (1896). El protagonista de la novela de Huysmans, "Des Esseintes", fascinado por la Salomé del pintor (La aparición, 1876) verá a través del cuadro un "creador de inquietantes y siniestras alegorías, fruto de las desasosegantes percepciones de una neurosis enteramente moderna (..) obsesionado por los símbolos de perversidades y amores sobrehumanos".
Su sensibilidad moderna y su credo -creo sólo en lo que no veo y únicamente en lo que siento- fue lo que cautivó a los Surrealistas e hizo de Breton un asiduo de su museo de París. Son, sin embargo, sus bocetos y sus acuarelas (Esbozos abstractos) los que hacen de él un pintor entregado a esos "medios abiertos a las artes plásticas capaces de suscitar por sí mismos ideas y emociones". La crítica discute la presencia o no de tema en estos pequeños cuadritos, queriendo ver en ellos una abstracción avant la lettre. En cualquier caso, no se puede desestimar esta faceta de Moreau a quien a partir de la exposición que tuvo lugar en el MOMA en 1961 se le dedicará una mirada distinta (La Parca y el ángel de la muerte, 1890).