Comentario
Hacia las última horas del día 2 de mayo apenas si se disparaba ya en Berlín y el día 3 la calma era casi completa. 70.000 combatientes rindieron sus armas a los soldados de la URSS y salieron hacia el Este, rumbo a los campos de concentración soviéticos, de los que muy pocos regresarían.
Pero ya para entonces el agonizante III Reich tenía nuevo jefe de estado y un gobierno. A las 15 horas 18 minutos del uno de mayo llegaba al cuartel general Dönitz este telegrama: "Despacho radiotelegrafiado. Gran Almirante Dönitz. ¡Jefatura! ¡Sólo a transmitir por oficiales! "Führer falleció ayer quince horas treinta minutos. Testamento del 29 de abril le confía el cargo de presidente del Reich. Reichsleiter Bormann, cargo de ministro de partido, Ministro del Reich Seyss-Inquart, cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Reichsleiter Bormann tratará de ponerse en contacto con usted en el día de hoy para informarle de la situación. Se deja a su decisión cuándo y cómo informar a la tropa y a la opinión pública."
Firmaban Goebbels y Bormann.
Cuando el telegrama alcanzó Ploen, la situación del Reich era desesperada. Tres ejércitos soviéticos avanzaban por el interior de Alemania y Austria; los ejércitos angloamericanos alcanzaban y aun rebasaban el curso del Elba; la Alemania aún no ocupada estaba partida; quedaban más de 3 millones de hombres con las armas en la mano en bolsas repartidas por toda Europa cuyas órdenes eran combatir sin dar un paso atrás, "confiando siempre en la victoria final" (6).
La situación militar era perentoria. Los ejércitos alemanes seguían enfrentándose a los soviéticos en Checoslovaquia, Austria, sur de Berlín y costa Báltica, retrocediendo hacia la línea del Elba, con la intención de rendirse a los aliados occidentales y de salvar de las tropas soviéticas a la mayor cantidad posible de población civil.
Dönitz estuvo seguro desde el primer momento que el único cometido de su mandato era rendirse. La cuestión era ¿cómo rendirse? ¿Combatir en el este y capitular en el oeste, tal como deseaban y como estaban haciendo de hecho las tropas? ¿Mostrar una total inactividad frente a los aliados occidentales y entregarse a ellos cuando decidieran avanzar? ¿Dejar que la guerra se consumiera por si misma, zarandeando hasta el final a Alemania como si fuera una hoja seca?
Dönitz formó un gobierno marginando de él a las personalidades más significativas del partido, como Himmler, que rondaban su puesto de mando en busca aún de una prebenda en la nueva situación. El antiguo ministro de Finanzas, Lutz Schwerin von Krosigk, fue encargado de la dirección general, cuyas atribuciones eran similares a las de Canciller del Reich, entregándosele también las carteras de Finanzas y Exteriores; AIbert Speer, el hombre clave de la industria y el armamento durante los tres últimos años de guerra, fue convertido en ministro de Hacienda y Producción. Y aunque en aquella hora todo ya diera casi exactamente lo mismo, el formalismo germano seguía funcionando y se nombraron ministros de Bosques, Alimentación, Educación, Trabajo ....
Su entrada en funcionamiento hubo de ser precipitada. Speer logró que se revocaran todas las órdenes de destrucción dadas por Hitler, salvando docenas de puentes, estaciones de ferrocarril e industrias, aunque los comandantes militares, como ocurrió con Kesselring, desobedecieran muchas veces estas órdenes, atendiendo a prioridades bélicas.
Otra cuestión que hubo de resolver inmediatamente fue la actitud de las tropas combatientes en el frente del oeste. Las autoridades militares se preparaban para resistir los avances aliados, mientras que las civiles se desesperaban ante la inutilidad de continuar la lucha, que inevitablemente acarrearía nuevas destrucciones y muertes. Tal fue el caso de Hamburgo, cuya guarnición estaba dispuesta a pelear, mientras que la población civil se aprestaba a recibir a los ingleses como a libertadores. Dönitz ordenó que la guarnición se replegase y que la ciudad no fuera defendida.
Claro, que en la mayoría de los casos las rendiciones o resistencias se efectuaban al margen del gobierno de Dönitz, que el 2 de mayo se había retirado a Flensburgo, estableciéndose en el buque de pasajeros Patria. Por ejemplo el 2 de mayo los representantes de los generales von Vietinghoff y Wolff firmaban, en el palacio Real de Caserta, próximo a Nápoles, la rendición de las tropas alemanas del norte de Italia y de las zonas fronterizas de Austria.
Pero la guerra aún seguía en el este y con suma ferocidad. En la zona central, al suroeste de Berlín, el general Wenck sostenía sus posiciones en espera de que llegara a sus líneas del destrozado IX Ejército del general Busse, que había recibido de lleno la embestida de los ejércitos soviéticos en el Oder y que, desde hacía dos semanas, se replegaba embolsado hacia el oeste (7).
Cuando se verificó la fusión de ambas fuerzas, al anochecer el uno de mayo, Wenck dirigió sus tropas hacia el oeste abriendo inmediatamente conversaciones con los norteamericanos. El día 4 se les comunicó a los negociadores alemanes que se aceptaba su rendición y las fases que preveían, pero los norteamericanos se negaban a aceptar a la población civil; sólo admitirían como prisioneros a los soldados y se impediría el paso de los civiles a la orilla oeste del Elba.
Ni los norteamericanos comprendían el terror de la población civil a caer en manos de los soviéticos, ni los alemanes entendían el motivo de la negativa. Los primeros ignoraban el trato dispensado a la población civil por los soldados de la URSS; los segundos desconocían los acuerdos de Yalta. Tras reiterar las conversaciones inútiles, los alemanes terminaron cediendo y en la tarde del 5 de mayo comenzaron a pasar los puentes del Elba hacia el oeste, librando en retaguardia fuertes combates defensivos frente a las presionantes fuerzas soviéticas.
En la tarde del 7 de mayo terminó el paso del río; logrado por 130.000 soldados y unos 26.000 civiles que consiguieron colarse entre ellos. Al anochecer, las tropas soviéticas saludaban a las norteamericanas desde la margen este del Elba.
Algo parecido ocurría simultáneamente en el norte de Alemania, donde los ejércitos alemanes XXI (Von Tippelskirch) y III (Student) eran arrollados en medio de una terrible confusión por el grupo de ejércitos soviéticos del mariscal Rokossovsky. Student, que se había hecho cargo de un ejército fantasma el uno de mayo, afirmó, en el colmo de la insensatez, que establecería unas líneas definitivas de defensa. Von Tippelskirch, que asistió a la toma de posesión, salió hacia el puesto de mando de su XXI Ejército y activó todo para retroceder aún más aprisa hacia el frente oeste. El día 2 establecía contacto con los ingleses de Montgomery y halló más comprensión que su colega Wenck en el lado norteamericano.
El día 4, librando fuertes combates defensivos con las tropas soviéticas que les presionaban por todas partes, terminó la retirada del XXI Ejército, que pudo pasar unos 100.000 hombres y 30 o 40.000 paisanos. Entretanto Student y su estado mayor, firme y seguro en la victoria, no llegó a ponerse al frente del III Ejército, pues fue sorprendido por el avance americano mientras sus tropas penetraban en masa por el sector de Motgomery. En el norte de Alemania, la lucha cesó al atardecer del día cuatro, aunque aún se dieron combates aislados y tiroteos en los días siguientes.