Comentario
Si Calder aprovechaba los materiales de la industria para hacer su escultura lúdica, Julio González (1876-1942), un español en París, hace un proceso en cierto modo opuesto o semejante. González entroniza el hierro como material artístico y los métodos de trabajo tradicionales propios de este material -la forja y la soldadura directa - como procedimientos artísticos. Con una formación familiar de forjador y orfebre en Cataluña, se fue a París en 1900. Allí se hizo amigo de Picasso en 1902 y de Brancusi, entre otros. Tras el duro golpe que supuso para él y para su trabajo la muerte de su hermano mayor Joan, en 1918 trabajó tres meses como aprendiz en la Soldadura autógena francesa, que fueron decisivos para su obra. Partiendo de unos inicios cubistas, su escultura cambió radicalmente a finales de los años veinte cuando el malagueño le pidió colaboración para realizar sus esculturas. El beneficio fue doble: González enseñó a Picasso el oficio, pero a su vez se sintió atraído por lo que hacía -esculturas abiertas y lineales, más abstractas-, y sus obras más interesantes datan precisamente de esos años, entre 1930 y 1939. Hasta entonces el material noble para la escultura había sido el bronce; González, después de que Dada dejara claro que todo vale, toma el hierro, que sólo se había utilizado para fabricar herramientas y objetos de uso, lo trabaja como se venía trabajando y consigue cargarlo con una fuerza expresiva desconocida, que viene dada por la textura especial que estos procedimientos -la forja y la soldadura- dan a la superficie y por la tensión elástica que permite una nueva abertura al espacio. Sus figuras, porque no abandona nunca del todo la figuración, se componen de varillas y láminas de hierro que se curvan y se sueldan, fragmentándose una y otra vez en un espacio abierto. Lo que él hacía era dibujar en el espacio, según sus propias palabras.Julio González, como Calder -con la Fuente de mercurio -, participó en el pabellón español de París con una de sus esculturas más famosas, La Montserrat (1937, Amsterdam, Stedelijk Museum), un monumento a la mujer catalana, como El segador, de Miró, lo era al hombre. No se trata en este caso de uno de sus dibujos en el espacio, sino de una estatua figurativa, enraizada con fuerza en su tierra -Cataluña-, que le obsesionó durante los últimos años y a la que volvió una y otra vez.También uno de los caminos que abrió González se demostró muy fértil y después de la segunda guerra, ingleses y americanos, como David Smith, aprendieron su lección, aunque abandonando el carácter figurativo, que él nunca llegó a perder.