Época: Hiroshima L2
Inicio: Año 1945
Fin: Año 1945

Antecedente:
La guerra chino-japonesa

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

En 1939 cayó en poder japonés la isla de Hainan. En China central expulsaron a las tropas de Chiang del norte de Kiangsi y prosiguieron su avance en Hupeh. En el sur, ocuparon un pasillo a través de Kuangsi y alcanzaron cerca de Nanning la frontera de la Indochina francesa.
Entre 1940 y 1944, la actividad política superó en importancia a la puramente militar en el frente chino.

La incapacidad del Kuomintang para invertir el curso de la guerra y pasar a la ofensiva, la cautela del Alto Mando japonés ante las grandes ofensivas lejos de las vías férreas, el estallido de la guerra en Europa y su inevitable repercusión en el Pacífico, marcaron un prolongado compás de espera que trasladó a otros escenarios la decisión del conflicto.

Los japoneses controlaban el 42 por 100 de la población china, los puertos y las zonas industriales. Para instaurar el nuevo orden y camuflar la ocupación militar, buscaron el concurso de Gobiernos "quisling" que, al igual, que Manchukuo, exhibieran una fachada de soberanía en el marco asiático oriental sometido a los intereses de Tokio. Los japoneses encontraron los imprescindibles colaboracionistas en la burguesía urbana y en algunos políticos atraídos por la política anticomunista y panasiática de los ocupantes y convencidos del triunfo final de Japón.

Ya en 1937, los japoneses formaron un Gobierno provisional chino, presidido por el anciano Wang Ke-min, en Pekín, e impulsaron la aparición de un partido colaboracionista, el Partido de la Renovación del Pueblo, que apenas encontró eco.

En Mongolia interior favorecieron las corrientes independentistas al apoyar la creación de un Gobierno mogol en Kalgan.

Sólo cuando se sintieron razonablemente seguros del próximo fin de la guerra buscaron los nipones una figura colaboracionista con suficiente talla para hacer sombra al Gobierno de Chungking. La encontraron en Wang Ching-wei, antiguo líder del ala izquierda del Kuomintang y uno de los más firmes rivales de Chiang Kai-chek.

Wang estaba convencido de la inutilidad de toda resistencia y creía que China escaparía a la destrucción colaborando en los ambiciosos planes de sus conquistadores. En diciembre de 1939, tras fracasar en sus intentos mediadores, abandonó Chungking y se puso a disposición del enemigo. En marzo de 1940 formó en Nankín un Gobierno que afirmaba representar al Kuomintang y a los intereses nacionales de China, pero que en realidad estaba totalmente supeditado a la política de Tokio.

Tampoco el Gobierno de Chiang Kai-chek podía exhibir muchos títulos de gloria. La popularidad obtenida por el generalísimo tras el acuerdo de Sian había sufrido un duro golpe con las continuas derrotas. Todo el ficticio y corrupto entramado administrativo de los nacionalistas había quedado en evidencia con la guerra.

A la incapacidad de sus generales, más preocupados en mantener sus feudos particulares que en coordinar una defensa nacional, se unía la traición de algunos, como el gobernador de Shangtung, Han Fu-chu, que había entregado la provincia al enemigo.

Las deserciones en el Ejército, mal armado y peor alimentado, eran masivas, sobre todo en los primeros años de la guerra. La catastrófica voladura de los diques del Hoang-ho, que sumió en la miseria a buena parte del campesinado chino, acrecentó la impopularidad del Kuomintang en el medio rural y estimuló el apoyo a la guerrilla comunista.

A pesar de todo, no se les puede negar a Chiang y a muchos auxiliares suyos el mérito de sostener durante casi nueve años un esfuerzo bélico que obligó a Japón a desviar amplios recursos materiales y humanos de otros frentes. En Chungking alentó un auténtico patriotismo y un decidido propósito de no claudicar ante el invasor. Fuera del alcance de la aviación enemiga, en Yunnan, en Szechuan, en Sikang, se reconstruyeron las fábricas desmanteladas durante la retirada, se reabrieron las universidades, se puso en pie un ejército numeroso y cada vez mejor preparado, se trazaron carreteras y pistas de aviación.

A partir de la entrada en guerra de Estados Unidos, en diciembre de 1941, Chiang fue reconocido por los aliados como uno de los grandes y la China que representaba como la potencia asiática llamada a ocupar el lugar que dejaría Japón en el orden internacional.

Mucho más modesto, pero a la larga más eficaz, fue el papel desempeñado por los comunistas en la contienda. Las unidades del VIII Ejército habían conquistado merecida fama en los primeros meses de la guerra. Desde sus bases en Shensi y en Mongolia estaban en condiciones de operar sobre los centros vitales de China del norte.

Aprovechando la formación de los primeros núcleos guerrilleros en la retaguardia enemiga, en diciembre de 1937 se estableció un Gobierno de la zona liberada que, en teoría, abarcaba las provincias de Shansi, Chahar y Hopeh.

En años sucesivos, los comunistas fueron tejiendo un amplio sistema de bases guerrilleras que se extendieron como gigantescas manchas de aceite por toda la zona controlada por los japoneses. En la región de Anhwei-Hupeh se formó incluso una gran unidad regular, el IV Ejército.

Desde estas bases, nutridas por el campesinado local, los soldados rojos traían en jaque al enemigo, hostilizando sus movimientos ofensivos y obligándole a fijar grandes contingentes de tropas lejos de los frentes principales.

A la vez, las zonas liberadas actuaban como instrumentos de propaganda de masas. En ellas se establecía una organización revolucionaria tan sencilla como eficaz: atraía las simpatías del campesinado hacia la causa comunista y minaba el poder de los terratenientes, que constituían una de las principales bases de apoyo al Kuomintang.

Los éxitos de Yenan acabaron alarmando en Chungking. Aunque los nacionalistas mantenían también guerrillas en la retaguardia enemiga, estaban lejos de conseguir la popularidad que disfrutaban los comunistas.

Hacia 1940, el VIII Ejército contaba con unos 400.000 hombres y el IV se aproximaba a los 140.000. Este último controlaba una buena parte del curso inferior del Yangtsé y su comandante, Yeh Ting, actuaba con independencia del Consejo Supremo de Defensa Nacional, presidido por Chiang y establecido en Chungking.

Los roces eran inevitables. En noviembre de 1940, con el pretexto de que había desobedecido una orden, Chiang Kai-chek envió un fuerte ejército contra las tropas de Yeh Ting. Tras un sangriento combate, el general rojo cayó prisionero y 8.000 soldados suyos fueron eliminados por los nacionalistas.

Los comunistas protestaron y exigieron una reparación, a lo que se negó el Kuomintang. A partir de ese momento, las relaciones entre ambos partidos no hicieron sino empeorar y hacia 1943 podían considerarse definitivamente rotos los acuerdos de Sian.

Con respecto a la ayuda exterior frente a Japón, desde sus inicios el conflicto chino-japonés tuvo una dimensión internacional determinada por los intereses de las grandes potencias en el Extremo Oriente. La URSS, temerosa del poderío militar japonés, se convirtió durante algún tiempo en un firme sostén de la resistencia china, sobre todo a partir del acuerdo de Sian, que puso fin a la guerra civil.

Entre 1937 y 1939, los soviéticos enviaron ayuda militar y económica a los chinos a través de la frontera mogola. Pero la firma del pacto germano-soviético, el tratado ruso-japonés de no agresión de abril de 1941 y la posterior invasión nazi de la URSS cortaron la colaboración entre Moscú y Chungking por un largo período.

La ayuda fundamental para Chiang Kai-chek era la norteamericana. En virtud del Acta de Neutralidad de 1935, el Gobierno de Washington vetaba cualquier venta de armas a países beligerantes, fueran agresores o agredidos.

Dado que los chinos necesitaban angustiosamente esas armas, Chiang evitó cuidadosamente declarar la guerra la Japón, con lo que se aseguró la continuidad de los suministros norteamericanos.

En Estados Unidos, como en Gran Bretaña, la causa nacional china gozaba de simpatías generales, que se acrecentaron cuando los japoneses hundieron en el Yangtsé el cañonero norteamericano Panay y cañonearon el buque británico Ladybird.

La presión de la opinión pública forzó a Roosevelt a un paulatino cambio de actitud en el conflicto asiático. De recomendar el aislamiento internacional de los contendientes -la célebre cuarentena- pasó a solicitar el embargo de armas a Japón.

Cuando, en 1940, los nipones ocuparon parte de la Indochina francesa, los políticos norteamericanos comenzaron a ver amenazados sus intereses en el Pacífico. No por ello aumentaron su ayuda al Gobierno chino que, perdido el control de las costas y cerrada la frontera sur, atravesaba una grave penuria de suministros.

El ataque japonés a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, cambió la situación. Ya desde el mes de octubre el coronel Claire Chennault dirigía a un grupo de pilotos norteamericanos -los Tigres Voladores- cuya eficacísima actuación contribuyó a anular la actividad de los bombarderos japoneses y desorganizó sus líneas de comunicación.

El general Joseph W. Stilwell, un antiguo agregado militar en China, se convirtió en el jefe del Estado Mayor de Chiang Kai-chek. Bajo su dirección, el Ejército regular chino se reforzó notablemente y fue capaz de coordinar su actuación con los británicos de Birmania y la India.

A partir de la Conferencia de El Cairo (noviembre de 1943), el Alto Mando norteamericano se volcó en su apoyo a Chiang. A lo largo de los dos últimos años de guerra, los chinos recibieron de sus aliados consejeros militares y pertrechos suficientes para armar a 39 Divisiones.

En el plano político, sin embargo, las relaciones chino-americanas fueron difíciles. Tanto Stilwell como Chennault despreciaban la capacidad militar de los chinos y consideraban a la Administración del Kuomintang demasiado corrupta para ser eficaz.

Por otra parte, el Gobierno norteamericano deseaba revitalizar la cooperación entre comunistas y nacionalistas, que Stilwell, ferviente admirador de la actividad guerrillera comunista, consideraba imprescindible desde el punto de vista bélico.

En junio de 1944, el vicepresidente de Estados Unidos, Wallace, recomendó a Chiang el restablecimiento del acuerdo con el PCCh. Pese a las reticencias del generalísimo, una misión militar norteamericana se acreditó en Yenan.

El nuevo embajador en Chungking, Patrik J. Hurley, entró a su vez en relaciones con Chu En-lai, representante comunista en la capital del Kuomintang. El 7 de noviembre, Hurley se entrevistó con Mao Tsé-tung en Yenan y llegó a suscribir con el líder rojo un acuerdo de cinco puntos para la creación de un Gobierno chino de coalición.

Pero la negativa de Chiang a tratar en pie de igualdad con sus eternos rivales frustró éste y otros intentos norteamericanos de evitar la reanudación de la guerra civil.