Época: Hiroshima L3
Inicio: Año 1942
Fin: Año 1945

Antecedente:
Guadalcanal

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

La guerra ya no cambió de estilo en Guadalcanal. Para los japoneses los problemas continuaron siendo los mismos, acentuados por la potenciación del aeropuerto Henderson, que llegó a contar con más de doscientos aviones, enormes dificultades para poner en la isla una gran fuerza combatiente (ahora ya conocían el poderío norteamericano en Guadalcanal), bien equipada de medios pesados y de abastecimientos suficientes.
La marina y la aviación, pese a sus sacrificios y espíritu combativo, se revelaron cada vez más impotentes para sostener esta batalla. Así, por ejemplo, para llevar 1.500 hombres a Guadalcanal bien pertrechados, el almirante Yamamoto tuvo que organizar una gran armada integrada por la flota de Kondo (cinco cruceros pesados, uno ligero, cinco destructores y el acorazado Mutsu), de Nagumo (portaaviones Shokaku -Grulla ascendente- y Zuikaku -Grulla feliz- y seis destructores), de Abe (los cruceros de batalla Hiei y Kirishima, tres cruceros pesados uno ligero y seis destructores), de Hara (portaaviones Ryujo, el crucero pesado Tone y dos destructores), de Mikawa (la escuadra que venció en Savo), el portaaviones Chitose, diez submarinos con base en Truk, la flotilla de destructores de Tanaka (ocho buques) y la propia agrupación del almirante, que izaba su pabellón en el acorazado Yamato (62.000 toneladas) y conducía al portaaviones de escota Taiho y a tres destructores. ¡En total: cuatro portaaviones, un portahidroaviones (más de 200 aviones en suma), dos acorazados, dos cruceros de batalla 13 pesados y cuatro ligeros, 31 destructores y diez submarinos...!

Este enorme movimiento de buques de guerra, que dio lugar a la compleja batalla de las Salomón Orientales (17), ni siquiera permitió que los 1.500 hombres de refuerzo alcanzasen Guadalcanal.

En vista de las enormes dificultades que suponía el envío de grandes transportes cargados de tropas, Tokio decidió reforzar la isla a base de pequeños grupos transportados por los destructores de Tanaka y algunos transportes rápidos, pero de pequeña capacidad. Así se reunió en la isla la división Sendai al completo, a las órdenes del general Muruyama. Pero eran tropas que seguían sin contar con apoyo pesado y su abastecimiento era deficiente, incluso en alimentos.

El periodista Gen Nishino, corresponsal de guerra del diario Mainichi, el más prestigioso y difundido del Japón, estuvo en Guadalcanal. Tras la guerra pudo contar que, después de abandonar la isla, se entrevistó con un coronel del cuartel general del XVII Ejército, con base en Rabaul:

-"Nuestros hombres en Guadarukanaru sobreviven sólo gracias a su espíritu combativo, pero no pueden durar mucho. Quería pedirle, señor coronel, que les suministrase víveres y armas, en la mayor abundancia posible.

-¿Está usted tratando de criticar al ejército? -replicó el coronel.

-Lo mío no es crítica. Le estoy exponiendo la realidad de los hechos. En Guadarukanaru se muere de hambre y de sed (Los combatientes japoneses en Guadalcanal estaban convencidos de que los norteamericanos aún estaban peor y que su mortandad a causa del hambre, las aguas contaminadas y las enfermedades era aún mayor en sus filas), aunque se sobreviva a los norteamericanos..."

Naturalmente, Nishino no pudo regresar al Japón hasta después de la guerra.

El general Muruyama, que durante el peligroso viaje hacia las Salomón escribía sereno con su pincel, en antiguos caracteres, un fatalista proverbio chino: "La vida, la muerte, los dioses decidirán", se estrelló el 24 de octubre contra la muralla de fuego norteamericana, cuya artillería era más abundante que nunca y cuyas fuerzas de infantería habían sido relevadas e incrementadas (División América y 7. ° Regimiento de Infantería de Marina).

A lo largo de noviembre y diciembre ya los japoneses no lograron montar ningún ataque de gran envergadura. El envío de refuerzos se hizo más difícil, el aprovisionamiento hubo de hacerse, al menos en parte, lanzando al mar bidones cargados de alimentos y municiones, para que la corriente los condujera a la zona japonesa. Las nuevas batallas navales (Cabo Esperanza, Santa Cruz, primera y segunda batallas navales de Guadalcanal) no modificarían el panorama.

El alto mando japonés estudió durante el mes de febrero de 1973 el envío de dos divisiones completas a Guadalcanal, pero finalmente se abandonó el proyecto: primero, resultaría difícil y costoso su traslado; segundo, seria aún más complicado que nunca su avituallamiento; tercero, era improbable que pudiera dotársele de un acompañamiento suficiente de carros y artillería y, sobre todo, en la isla tenían ya los norteamericanos no menos de 35.000 hombres, que habían ampliado mucho su perímetro defensivo, fortificándolo día y noche y protegiéndolo con no menos de un millar de cañones, morteros y carros; más aún, en el aeropuerto de Henderson tenían su base más de 200 aviones, entre ellos varias fortalezas volantes.

Finalmente se decidió evacuar la isla. Y los días 2, 4 y 7 de febrero de 1943, con la protección de los buques de Kondo, en el máximo secreto, los destructores de Tanaka -el expreso de Tokio- rindieron su más brillante servicio (18): retirar de Guadalcanal a 11.706 soldados cubiertos de harapos y medio muertos de hambre y paludismo.

Midway había mostrado las limitaciones de la Marina Imperial: exceso de navíos pesados vulnerables, escasos portaaviones, timidez de los mandos medios ante situaciones que exigían audacia táctica.

Guadalcanal mostraba ahora las limitaciones del Ejército Imperial que, obnubilado por su experiencia en China -una guerra gigantesca de corte colonial, conducida con una enorme superioridad en medios, formación militar y moral de lucha- se mostraba ahora incapaz de organizar eficazmente una operación en la que las masas de infantería, con abundante acompañamiento de artillería, aviación y carros, pudieran aplastar una concentración enemiga allí donde fuera necesario.

Pasada la época de las fulgurantes victorias, los japoneses no acertaban a hacer -quizá porque no lo comprendieron o porque sus medios materiales o mentales no les permitieron hacerla- la guerra moderna que en esos mismos momentos se hacía en Europa.

El Estado Mayor Imperial no apreció nunca las ideas nuevas que en Europa habían suscitado esta especial concepción de la guerra. Ese retraso técnico e ideológico respecto al reloj de la historia constituyó una crisis completa del Ejército Imperial japonés y, por tanto, del Imperio mismo. La rendición en la Bahía de Tokio sólo tenía que esperar.