Época: Hiroshima L3
Inicio: Año 1942
Fin: Año 1945

Antecedente:
La campaña de Filipinas

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

De acuerdo con sus planes, los japoneses se pusieron en marcha tras el primer desembarco. La flota de Ozawa (portaaviones Chiyoda, Zuikaku, Zuiho y Chitose, más dos portaaviones auxiliares, dos acorazados y varios cruceros y destructores) buscó a la americana para servir de reclamo, mientras la de Kurita (7 acorazados, 13 cruceros, 3 cruceros ligeros y 23 destructores) se dividía en tres formaciones para tratar de sorprender a los norteamericanos, destruir sus transportes y bombardear a las tropas desembarcadas en Leyte.
La fuerza principal (mandada directamente por Kurita) se dirigió hacia el estrecho de San Bernardino, y las secundarias (vicealmirantes Nishimura y Shima), al estrecho de Surigao, para converger ambas sobre las cabezas de playa norteamericanas en el golfo de Leyte.

Incomprensiblemente, Halsey mordió el anzuelo y siguió a Ozawa, que se llevó tras su casi desarmada escuadra a la más poderosa agrupación naval de la tierra, mientras que la 7.ª Flota (Kinkaid) quedaba en peligro de ser envuelta, como en efecto ocurrió. Pero no adelantemos los acontecimientos.

Entre los días 24 y 26 de octubre se libró en tres escenarios diferentes lo que luego se denominaría batalla de Leyte, donde la superioridad armamentista norteamericana, pese a los errores de sus mandos, se impuso abrumadoramente a los japoneses, con un armamento cada vez más obsoleto.

En los prolegómenos de la batalla, madrugada del 23 de octubre, las cosas comenzaron a rodar mal para los japoneses. La escuadra de Kurita, que avanzaba en paralelo a la cota de Palawan, fue descubierta y seguida por dos submarinos norteamericanos, que dieron la alerta a Halsey y, de paso, lanzaron con fortuna sus torpedos, hundiendo dos cruceros pesados.

Durante el día 24, la escuadra de Ozawa multiplicó sus esfuerzos para atraer a Halsey, enviando repetidas oleadas de aviones contra su escuadra, que también fue atacada por aviones con base en tierra.

Ese día perdieron los norteamericanos a su portaaviones Princeton; pero los aviones de Halsey, que no hallaron a Ozawa, descubrieron a Kurita.

El gigantesco acorazado Musashi (70.000 toneladas) sufrió media docena de ataques aéreos. Alcanzado por 16 bombas de 500 y 1.000 kilos y por 21 torpedos, aquel coloso, tras ocho horas de combate y agonía, se hundió al atardecer, llevándose al abismo 1.023 muertos.

Kurita dio media vuelta para escapar de los aviones, pero al terminar la luz del día 24 volvió proa hacia el estrecho de San Bernardino. Los aviadores de Halsey creyeron haber hundido todos los acorazados de Kurita, pues cada una de las formaciones que alcanzó al Musashi se atribuyó el hundimiento. Ante esto, Halsey, que ya había descubierto a Ozawa, marchó contra él despreciando la amenaza de Kurita, a quien suponía en retirada.

Simultáneamente, Nishimura, sin ninguna fe en el triunfo, se lanzó a una carga suicida en el estrecho de Surigao. A la salida le esperaban los viejos y potentes acorazados de Oldendorf (encuadrados ahora en la flota de Kinkaid).

No tuvo posibilidad alguna: atacado en los estrechos parajes por lanchas torpederas y destructores que le hicieron mucho daño, a la salida del estrecho Oldendorf le disparó más de 4.500 granadas de grueso calibre, valiéndose de la guía del radar, ya muy precisa en aquellos momentos, mientras Nishimura respondía a ciegas, guiándose sólo por los lejanos resplandores de los cañones enemigos.

Deslumbrados, ensordecidos y abatidos por la tempestad de metralla, los japoneses continuaron disparando y avanzando hasta que sus acorazados Yamashiro y Fuso, un crucero y cuatro destructores fueron hundidos. La pequeña formación que le seguía a distancia, mandada por Shima, recogió a los náufragos que halló a su paso y se retiró, sufriendo algunas pérdidas el día 25 bajo el ataque de los aviones de Kinkaid.

Y mientras los siete buques de Nishimura se hundían destrozados, llevándose entre su ardiente chatarra más de 5.000 vidas japonesas con su vicealmirante al frente, Halsey aceleraba su persecución contra Ozawa, que se alejaba hacia el norte.

Al amanecer del día 25 lanzó el norteamericano sus aviones contra la casi indefensa flota japonesa y en seis oleadas consecutivas con un total de 527 salidas logró hundirle cuatro portaaviones, un crucero y dos destructores.

Pero Halsey no podría saborear las mieles de la victoria, porque pocos minutos después de haber iniciado su ataque recibía las desesperadas llamadas de auxilio de Kinkaid: Kurita atacaba.

Efectivamente, el almirante japonés, con dos acorazados (entre ellos el Yamato), dos cruceros de batalla, ocho cruceros pesados y 15 destructores, amaneció a 30 kilómetros de 16 portaaviones de escolta, protegidos por 15 destructores, pertenecientes a la 7.ª Escuadra norteamericana.

Era como un sueño maravilloso para Kurita y como una pesadilla para el jefe de aquella agrupación, contralmirante Clifton A. Sprague, que se vio sentenciado a la más completa destrucción. Sin embargo, en el combate que se desarrolló a continuación, calificado por Nimitz como las dos horas más gloriosas de la Marina americana, las pérdidas japonesas casi igualaron a las americanas, que perdieron un portaaviones y tres destructores y sufrieron graves destrozos dos portaaviones más y otros cuatro destructores.

Después de haber perdido tres cruceros, Kurita tocó retirada a las 9.25 horas, cuando Sprage estaba ya a su merced. Esta fase de la batalla demostró lo anticuado de la flota japonesa: sus inmensos cañones resultaron inefectivos contra un enemigo que se protegía tras cortinas de humo, desde las que lanzaba oleadas de torpedos y una lluvia de proyectiles ligeros, pero eficaces.

Esa impotencia fue lo que hizo retirarse a Kurita, que sin radares poderosos y precisos no podía saber dónde se hallaba el resto de la escuadra norteamericana.

Esta serie de choques aislados, denominados batalla de Leyte, constituyó la mayor contienda naval de todos los tiempos. Se habían enfrentado 282 buques de guerra, con un desplazamiento total de más de dos millones de toneladas (en Jutlandia apenas si alcanzaban las flotas 1.600.000 toneladas) y más de 2.000 aviones.

En esta batalla, parte de las pérdidas sufridas por los norteamericanos fueron ocasionados por un nuevo factor introducido en la guerra, los pilotos suicidas, los kamikazes ("viento divino"), que si bien habían tenido alguna actuación aislada anterior, aparecieron como fuerza organizada.

El día 25 lanzaron cuatro ataques con cinco aviones cada uno. Once pilotos suicidas fueron derribados sin que ocasionaran percances, pero los nueve restantes alcanzaron con mayor o menor acierto siete portaaviones de escolta norteamericanos. Uno se fue a pique y los demás sufrieron daños de diversa gravedad. Once aviones fueron destruidos dentro de los buques, que tuvieron cerca de 600 bajas (más de la mitad muertos). Pese a todo, tampoco su actuación pudo cambiar el curso de la guerra.