Comentario
Esta zona ofrece un gran número de yacimientos, mayoritariamente en cuevas (Toll, Balma de l'Espluga, L'Espluga de Francolí, etcétera) pero también al aire libre (Los Guixeres, Cambrils, etcétera) que merecieron la atención de los investigadores desde principios de siglo. Durante muchas décadas, los estudios se enfocaron principalmente hacia la cultura material y, así, a raíz de la publicación de los trabajos realizados en las cuevas de Monserrat, en 1925, se identificó una industria lítica y una cerámica cardial tan característica que mereció por parte de aquellos autores la denominación de cerámica monserratina. Estos materiales eran paralelizables a los encontrados en yacimientos del sur de Francia, el norte de Italia y otros puntos del Mediterráneo Occidental, conformando la relativa uniformidad de esta primera fase del Neolítico Antiguo.
La cerámica cardial presenta formas globulares con cuello generalmente marcado, que en los casos más pronunciados se denominan botellas, con pequeñas asas macizas o mamelones perforados y con la decoración distribuida en bandas horizontales o verticales que ocupan casi tres cuartas partes de la superficie del recipiente.
Las investigaciones de los últimos años han aportado mayor número de datos sobre el poblamiento y el modelo de ocupación del territorio, conociéndose mayor número de yacimientos al aire libre en las tierras bajas más fértiles y vislumbrándose también, como apunta Bernabeu, una combinación entre los poblados al aire libre y las cuevas de sus alrededores que podían haber estado destinadas a funciones ganaderas, de almacenamiento o incluso sepulcrales. También se está conociendo la propia estructura de los poblados y, por ejemplo, los trabajos realizados en el Barranc de Fabra (Tarragona) muestran una aldea rodeada de un muro de piedra, en cuyo interior se extienden nueve viviendas circulares u ovaladas construidas con un posible zócalo de piedra y paredes de arcilla.
Tras esta primera fase del Neolítico Antiguo, tan bien caracterizada, se identificó en la mayoría de las cuevas un nivel de ocupación, denominado Epicardial, en el que progresivamente se iba abandonando el uso de cerámicas con decoración cardial y se fabricaban mayoritariamente cerámicas lisas o con una decoración menos cuidada a base de incisiones o cordones.
Algunos autores, como Guilaine, identificaron a principios del IV milenio una fase de Neolítico Medio, intermedia entre el Epicardial y las culturas del Neolítico Final, que se habría desarrollado en la región de los Pirineos mediterráneos con ramificaciones hasta el sur de Cataluña y norte de Levante, encontrándose representada, entre otros lugares, en la cueva del Toll, en Balma de L'Espluga e incluso en la cueva de L'Or.
Esta fase intermedia recibió el nombre de Montboló debido a que fue en el yacimiento epónimo, situado en los Pirineos franceses, donde aparecía un nivel estratigráfico, posteriormente muy discutido, caracterizado por la ausencia de cerámica cardial y la presencia de unos nuevos recipientes cerámicos sin decoración, de formas simples globulares con unas típicas asas tubulares dispuestas verticalmente. La industria lítica que la acompañaba era escasa mientras que eran más abundantes los útiles de hueso, tipo punzones y alisadores. Los testimonios directos de actividad agrícola están mal documentados conservándose, en cambio, numerosos restos de fauna doméstica (oveja, cabra, cerdo, vaca) que parecen indicar una mayor importancia de la ganadería junto a la que seguiría practicándose, en menor proporción, la caza de roedores, liebres y aves.
La etapa más reciente del Neolítico catalán está ocupada por la cultura de los Sepulcros de Fosa, identificada arqueológicamente a principios de siglo y objeto de sucesivos estudios, que toma su nombre del tipo de yacimientos conocidos, casi exclusivamente enterramientos individuales de inhumación en fosa, siendo los lugares de habitación prácticamente desconocidos. Las sepulturas están cavadas en el suelo, con el cadáver en el fondo en posición encogida, y protegidas por lajas de piedra de diferente forma, encontrándose aisladas o en grupos, formando pequeñas necrópolis como en Bóvila Madurell (San Quirze del Vallés); aunque mayoritariamente los yacimientos se han encontrado en las tierras bajas de los valles fluviales, algunos enterramientos hallados en cuevas, como la de Toll, pueden adscribirse a este grupo cultural.
Muchos de los huesos procedentes de las inhumaciones se perdieron en el momento de su hallazgo, pero los que han podido ser estudiados (Bóvila Madurell, San Juliá de Ramis, Puig d'en Roca, Toll, etcétera) muestran que los individuos de aquel momento eran de baja estatura, cráneo dólico-mesocéfalo, cara plana y mentón poco prominente, incluibles en el tipo mediterráneo grácil. El equipo material conocido procede de los ajuares que acompañaban el enterramiento y aunque tienen particularidades propias, pueden paralelizarse en muchas ocasiones con los objetos típicos de los grupos neolíticos tardíos de la Europa templada occidental.
La cerámica es uno de los elementos materiales más característicos, destacando los recipientes lisos de variada forma, desde las grandes vasijas ovoides o cilíndricas a los cuencos carenados, ollas o tazas de fina factura, destacando por su originalidad los vasos de boca cuadrada.
Entre los útiles líticos destacan los microlitos geométricos, los cuchillos triangulares, las puntas de flecha y, sobre todo, las hachas pulimentadas fabricadas sobre distintos materiales como la obsidiana o la serpentina.
Los objetos de adorno están bien representados en las numerosas cuentas de collar encontradas, destacando las fabricadas en piedra color verde que en un principio se identificó como calaíta y se suponía que había sido importada de lejanos lugares porque no existían minas de esa piedra en los alrededores; sin embargo, hoy día se cree son de variscita, puesto que se ha descubierto una mina de esta piedra cerca de la localidad de Gavá, junto al curso del río Llobregat. En este lugar se han identificado una serie de pozos excavados en la roca que dan paso a varias galerías subterráneas conectadas entre sí, en las que se han encontrados numerosos materiales arqueológicos: cerámicas de tipología variada, utensilios de hueso, así como picos y otros útiles de piedra, empleados presumiblemente por los mineros para extraer la materia buscada.
La explotación de estas minas implica que esa sociedad de finales del Neolítico tenía ya una compleja organización, puesto que no se trataba solamente del trabajo técnico sino, posteriormente, de la transformación del material extraído y de su distribución por un amplio territorio.
Aparte de esta importante actividad minera y comercial, las gentes de los sepulcros de fosa practicaron intensamente la agricultura, según parecen indicar los hallazgos de molinos de mano y, sobre todo, la ubicación de los yacimientos en las tierras bajas y fértiles de los valles. Ello no excluye la existencia de actividad ganadera, puesto que han aparecido utensilios fabricados sobre metacarpianos de ovicápridos y de bóvidos, ni de la caza, como demuestran los numerosos huesos de ciervo encontrados en las sepulturas.