Comentario
Podemos definir el fenómeno megalítico como la corriente cultural que se caracteriza por la construcción de enterramientos colectivos bajo grandes y variados monumentos de piedra, que tuvo una amplia dispersión geográfica por toda Europa durante el Neolítico y los primeros momentos de la Edad de los Metales.
Por la espectacularidad de los restos conservados, estos monumentos son conocidos desde hace siglos y ya en 1850 fueron denominados megalitos (megas = grande, litos = piedra) en clara alusión a la materia en que estaban construidos.
Las primeras sociedades que adoptaron la costumbre de realizar enterramientos colectivos protegidos por un túmulo de piedras y tierra fueron las asentadas en las costas atlánticas europeas y desde las primeras cistas y cámaras circulares sencillas, se fue pasando a formas más variadas entre las que destaca el dolmen y, posteriormente, los sepulcros de corredor y las galerías cubiertas. Existen también otros tipos de monumentos megalíticos no representados en la Península Ibérica pero sí, por ejemplo, en Bretaña donde los menhires, los cromlech y algunos recintos ceremoniales más complejos están bien documentados.
Las nuevas interpretaciones las inició hace años el arqueólogo británico Renfrew, que pensaba que estas sociedades formadas por grupos dispersos utilizaban los monumentos como punto central, definidor de su territorio; en caso de rivalidad entre grupos, estas tumbas de los antepasados eran un argumento para demostrar la posesión de las tierras en litigio. Aparte de la importancia que llegó a tener el dominio de la tierra por parte de quien los construía, también debieron utilizarse para señalizar ciertos espacios como lugares comunes de encuentro o de culto. En el mismo sentido, otros autores tienden a considerar que todos estos monumentos son indicativos de la progresiva evolución de aquellas sociedades, desde estadios más igualitarios hasta formas sociales más complejas, puesto que la inversión de más horas de trabajo en estas construcciones implica una participación colectiva, un plan previo y un control centralizado para canalizar los esfuerzos de la población.
Estos enfoques interpretativos, que entienden el fenómeno megalítico como parte y resultado de unas determinadas formas sociales propias, han conducido al abandono de las antiguas teorías que consideraban dichas manifestaciones como producto de una corriente religiosa o espiritual propagada por un grupo o raza megalítica que iba recorriendo Europa predicando sus creencias.
Por la gran distribución que los megalitos tuvieron en Occidente y su supuesto parecido con otras construcciones del Mediterráneo Oriental, desde principios de siglo surgió la polémica sobre su origen y su cronología, defendiéndose las distintas hipótesis desde las llamadas escuelas orientalista y occidentalista.
La primera de ellas defendía un modelo difusionista de relación cultural, pensando que el foco originario de todo este proceso estaba en Oriente, desde donde poco a poco habría llegado hasta Occidente en fechas lógicamente más recientes. Entre los investigadores que defendían esta postura cabe destacar a Childe y en España a Almagro Basch. La Península Ibérica habría sido uno de los primeros territorios europeos en recibir estas influencias sobre sus costas mediterráneas, donde se habrían desarrollado los monumentos más complejos, mientras que en zonas más alejadas del interior el proceso habría llegado más diluido y las formas constructivas resultantes habrían sido más simples. Los occidentalistas defendían, por el contrario, el modelo denominado evolucionista, según el cual el fenómeno megalítico había surgido en Occidente, en los territorios más próximos al Atlántico y posteriormente se habría difundido hacia Oriente. A finales de los años 70 esta idea volvió a tomar fuerza a raíz de la revisión que hizo Renfrew sobre la cronología de todos los monumentos, al obtener numerosas dataciones de C-14 que ponían de manifiesto la mayor antigüedad de los monumentos europeos en casi mil años siendo imposible, por tanto, seguir defendiendo su procedencia del Mediterráneo. Hoy en día se interpreta el megalitismo como un fenómeno plural, poligenista, que surgió en diferentes sitios a la vez sin que necesariamente tuviera que existir entre ellos una relación directa, siendo las cronologías más antiguas las de Bretaña, Inglaterra y Portugal, que se remontan al V y IV milenios antes de la era.
En la Península Ibérica los dos focos más antiguos y representativos de este fenómeno cultural se sitúan en el Suroeste de Portugal, donde están documentados dólmenes sin corredor desde el IV milenio, y en el Sureste, en la zona de Almería, donde se observa una evolución continuada desde el final de la cultura neolítica de Almería hasta la fase calcolítica de Los Millares de la que son característicos los sepulcros de corredor y falsa cúpula denominados tholos. Muchas de estas sepulturas están asociadas a poblados fortificados con grandes murallas y aunque el modelo explicativo difusionista oriental se ha abandonado porque no proporcionaba una explicación satisfactoria, también es difícil pensar que todo este complejo cultural se produjera como resultado de un autoctonismo absoluto, sin ninguna forma de relación externa.