Época: Periodo prerromano
Inicio: Año 600 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Área indoeuropea. Pueblos del centro, oeste y norte de la P. Ibérica



Comentario

Fijar los orígenes de la explotación del hierro en la Península Ibérica y su difusión es cuestión problemática y dificil de resolver, pues, fundamentalmente, ha de hacerse a partir de los hallazgos arqueológicos y, en los primeros momentos, los objetos de hierro son escasos, debido a que son privilegio de unos pocos.
Tenemos constancia de que hacia el año 1100 a. C. ya se conocía el hierro en el reino de Tartessos (lo que no quiere decir que se conociera el proceso de obtención), pero también que entre el 1000 y, más o menos, el 500 a. C. gran parte de la Península ibérica desconocía la metalurgia del hierro e incluso en algunas áreas no se utilizaba.

Los objetos más antiguos aparecidos son dos instrumentos de hierro del Tesoro de Villena (Alicante), fechado hacia el 1000 a. C.; cuchillos de hoja curva de la necrópolis de La Joya (Huelva) con prototipos en la Grecia micénica; restos aparecidos en una tumba de Cástulo (cerca de Linares), que pueden situarse entre los siglos VII y VI a. C. y objetos de hierro que aparecen en Almuñecar de alrededor del 750 a. C.

Sin embargo, la presencia de objetos de hierro no significa la existencia de una metalurgia del mismo, pues debemos distinguir entre el uso de los objetos y el conocimiento de las técnicas metalúrgicas y su aplicación. Por ello, el planteamiento del estudio del hierro en la Península debe girar en torno a cuestiones como si este uso es en algún punto de la Península fruto exclusivo del desarrollo de una tecnología local, si es consecuencia de una acción comercial de importación o si, por el contrario, es un redescubrimiento a partir de su existencia y uso.

La arqueología nos presenta un doble frente de contacto con el exterior: un amplio frente marítimo con oriente desde los Pirineos hasta el Atlántico, en el que se produce el contacto entre pueblos que conocen el hierro y pueblos indígenas que no lo conocen o, en todo caso, que no lo producen, y otro frente terrestre representado por el Pirineo por medio del cual distintos pueblos pueden haber conocido el hierro sin contacto obligado con el frente marítimo mediterráneo.

Con influencias de uno u otro frente, o de ambos a la vez, se pueden distinguir en España tres grandes zonas: frente catalán y Bajo Ebro, Valle Medio del Ebro y Zona Sur.

Por estar refiriéndonos al área indoeuropea, vamos a fijarnos sobre todo en las dos primeras zonas. En lo que podríamos denominar frente catalán mediterráneo se documentan contactos por parte de poblaciones indígenas y prácticas de incineración con los griegos focenses que recorren sus costas. En el caso del Bajo Ebro se constata una cultura paleoibérica con importaciones que aparece en la primera mitad del siglo VI a. de C. y en la que hallamos una amplia utilización del hierro. La documentación de la zona catalana sobre el hierro proviene fundamentalmente de las necrópolis costeras donde se atestigua el uso masivo del hierro sobre todo para armas. Se plantea la duda de si se trata de producción propia o importación, inclinándose Maluquer por atribuirlo al comercio, como parece demuestran la extraordinaria uniformidad de útiles y armas y la gran extensión de los mismos tipos y su perduración.

Para el Valle Medio del Ebro sabemos que estos productos de hierro se extienden desde el Bajo Ebro hasta el norte remontando la cuenca del río, aunque desconocemos cuáles son los mecanismos de esa expansión, si consecuencia de la acción aislada de comerciantes griegos o la extensión de grupos humanos indígenas relacionados con la cultura de los campos de urnas. Parece ser que el contacto con la riqueza férrica del Moncayo y la facilidad para su extracción dan lugar al nacimiento de la primera industria metalúrgica indígena, por imitación de los productos que se importan, en la ribera de Navarra y en el ambiente celtibérico, que habrán de influir decisivamente en la introducción del hierro en la Meseta Norte. Como ejemplo las excavaciones de Cortes de Navarra indican que en la segunda mitad del siglo VI a. C. había una metalurgia del hierro, que coexistía con la metalurgia del bronce (junto a un horno utilizado para fundir bronce se documentó el mineral en un bloque de varios kgs. de peso). En la Meseta no sólo el uso, sino también la producción del hierro, alcanzó rápidamente un gran desarrollo. Parece que la metalurgia del hierro llega a la Meseta Norte a partir del valle del Ebro (en el siglo VI a C. hay grupos de pueblos, los "paleoceltíberos", que están produciendo hierro en la Meseta).

Por último, el tercer elemento que tradicionalmente se ha puesto en relación con la llegada de poblaciones indoeuropeas es el rito de la incineración. En este caso el fenómeno transpirenaico aparece sobrevalorado, porque el rito de la incineración pudo llegar a la Península Ibérica a través de las relaciones mediterráneas, pues existe en Tartessos. Tartessos y los campos de urnas son dos momentos culturales que se desarrollaron paralelamente.

La influencia de los campos de urnas llegó desde Cataluña por el valle del Ebro hasta las tierras de Navarra y Alava y a la Meseta por el Sistema Ibérico desde el Bajo Aragón, siguiendo las rutas del Jalón y de Pancorbo. Pero estas influencias procedentes del lado de allá de los Pirineos traían a la demás zonas elementos específicos por su propia evolución en los territorios al este del Sistema ibérico.

Pero las infiltraciones y movimientos de poblaciones indoeuropeas a que nos hemos referido no fueron sincrónicas, sino que se realizaron en épocas distintas, estando atestiguados los últimos movimientos en el siglo III a. C., sobre todo por la propia dinámica interna expansiva de las comunidades preexistentes. Es precisamente en esta etapa de expansión de los pueblos más poderosos cuando debieron producirse los arrinconamientos de poblaciones en las zonas montañosas y menos productivas (arévacos que arrinconan a los pelendones, vacceos que arrinconan a los vettones, etc.), como parece hay que deducir de los datos de los autores greco-latinos de época clásica y han analizado recientemente M.C. González y J. Santos.

Por tratarse de una zona de tránsito de influencias múltiples debido a su situación geopolítica vamos a detenernos sucintamente en lo que sucede en el territorio de los vascones históricos en la época anterior a la llegada de los romanos. Para A. Castiella la escasa población indígena del Alto-medio valle del Ebro en la Edad del Bronce se vio incrementada en la Edad del Hierro con la llegada de nuevas gentes. Nos encontramos, de esta forma, con un aporte indoeuropeo sobre la base indígena del Bronce con dos vías de acceso, la una por los Pirineos Occidentales y la otra remontando el valle del Ebro desde el Bajo Aragón y Cataluña. Pero, ¿cuál es el resultado de este proceso desde el punto de vista del poblamiento? Seguimos el trabajo de Sayas (Veleia, 1, 1984) en el que se constata que en la zona al norte de Leire, Lumbier, Pamplona, etc., con testimonios muy abundantes en la Edad del Bronce, apenas registra asentamientos del Hierro. Los recién llegados por los valles de los Pirineos occidentales no produjeron asentamientos en los altos valles profusamente habitados en la Edad del Bronce, aunque en algunos lugares de la montaña aparecen manifestaciones culturales que, a simple vista, sugieren un asentamiento de la Edad del Hierro al lado o sobre otro del Bronce, este último con una orientación preferentemente ganadera. Pero, ¿son asentamientos de gentes indoeuropeas o una continuidad poblacional del Bronce con un pequeño aporte cultural y poblacional hallstático? Los materiales arqueológicos apuntan más bien a una integración poblacional. En la zona del valle, al sur de Pamplona, se producen mayores asentamientos de la I Edad del Hierro (primeros aportes transpirenaicos) y, a medida que avanza el I milenio a.C., una cultura de tradición celta, emparentada con los túmulos y campos de urnas y con cerámica manufacturada, será sustituída en lo que llamamos convencionalmente II Edad del Hierro por una cerámica torneada correspondiente a la cultura ibérica, dando lugar a las vasijas celtibéricas. Sobre este doble sustrato se realizará el poblamiento romano.

Otro factor externo que interviene decisivamente en la formación histórica de algunos de los pueblos del área indoeuropea es el denominado Bronce Atlántico. En las zonas occidentales de la Península, tanto en el Noroeste, como en toda su extensión hasta el Estrecho, encontramos culturas que participan del desarrollo llamado por los arqueólogos Bronce Atlántico. Supone comunicaciones marítimas importantes con Bretaña, Inglaterra, Cornualles e Irlanda. Estas comunicaciones se realizaron porque el estaño de las costas e islas occidentales de Europa (Galicia y Tras-os-Montes en la zona norte de Portugal, Bretaña, Devon y Cornualles) se hizo indispensable para los pueblos civilizados del Mediterráneo.

Las relaciones costeras se realizaban mediante navegaciones atlánticas en pequeños barcos de madera o cuero a lo largo de las playas con dunas o de costas rocosas.