Época: Hispania Alto Imperio
Inicio: Año 29 A. C.
Fin: Año 268

Antecedente:
La organización económica



Comentario

Cuatro productos esenciales marcan las importaciones que se realizan desde las provincias hispanas; de ellos, parte de los minerales se exportan en bruto, como ocurre concretamente con el mercurio de Sisapo (Almadén); la vigilancia que se ejerce sobre su producción y transporte, su volumen que llega a las dos mil libras (= 654 kg), así como el precio que alcanza en Roma de 70 sextercios la libra son subrayados por Plinio el Viejo. Se trata de un yacimiento excepcional en el Imperio, cuya importancia es parangonable con la del oro a cuya decantación contribuye, lo que explica el control que se ejerce sobre su producción, explotación y transporte. Una situación parecida cabe proyectarla en las explotaciones auríferas. En cambio, la exportación de otros metales debió de realizarse por los correspondientes comerciantes tras su fundición en los hornos situados al pie del yacimiento. Uno de los indicios en tal sentido está constituido por los pecios con lingotes descubiertos a lo largo de las rutas marítimas septentrionales que comunican con Italia; concretamente, los lingotes de plomo descubiertos en el Estrecho de Bonifacio se consideran por su tipología y marcas como procedentes de Carthago Nova; en cambio, los encontrados en Planier (Francia) se han puesto en relación con la explotación de los yacimientos de Riotinto (Huelva).
En el conjunto de las exportaciones dominan dos productos derivados de la producción agraria: el vino y, especialmente, el aceite. Las zonas productoras y exportadoras de vino están constituidas por la costa oriental de la Provincia Tarraconense correspondiente a la actual Cataluña y la Baja Andalucía. La importancia de la primera queda reseñada incluso en la propia tipología de los envases que a fines del siglo I a.C. se exportan en ánforas conocidas como Tarraconense I y Layetana I; con posterioridad, se utilizan ánforas de un volumen que oscila entre los 22 litros y los 26, con una proyección que no sólo atiende el mercado itálico, como documentan algunos pecios encontrados en las mismas rutas comerciales que comunican Hispania e Italia y que utilizaban otros productos, sino también la Aquitania y Britania, donde se documentan asimismo el tipo de ánfora que le sirve de transporte. El período de mayor intensidad en la producción y comercialización corresponde a la segunda mitad de siglo I y comienzos del siglo II d.C., en el que también se documenta la presencia de las propiedades imperiales en el sector.

El volumen que adquiere la exportación de aceite se deriva de su importancia para el mundo romano en la alimentación o el alumbrado. Sin embargo, no agotan ahí su utilidad, ya que está presente en la medicación y en las actividades gimnásticas; en función de estas necesidades se realiza una auténtica especialización de la producción agraria y artesanal de determinadas zonas de la Betica, especialmente las comprendidas entre Hispalis (Sevilla) y Corduba con proyección tanto en el valle del Guadalquivir en sentido estricto, como en el de su afluente el Singilis (Genil).

Un elemento indicativo de la importancia que adquieren las exportaciones de aceite bético está constituido por la abundancia de los talleres de fabricación de su envase, conformado por un ánfora globular que conocemos tipológicamente como Dressel 20, que se produce en hornos (figlinae) próximos a las propiedades (fundus) donde se cultiva el olivo, formando parte en ocasiones de las instalaciones de la explotación (villa). Conocemos actualmente unos 71 hornos dedicados a su fabricación, dispersos en el valle medio del Guadalquivir a partir del arroyo del Temple y en el tramo final de su afluente el Genil y, más concretamente, desde la huerta de las Delicias, próxima a la Colonia Augusta Firma Astigi (Ecija).

Además de abastecer las necesidades locales, el aceite bético se proyecta en los grandes centros consumidores del Mediterráneo occidental, cuyos mercado domina hasta que en el siglo II d.C. sufre la competencia del aceite africano. El centro de consumo fundamental de éste, como de los restantes productos exportados, está constituido por Roma, donde los envases Dressel 20 llegan a formar en los alrededores del Tíber, junto a la zona portuaria, una colina artificial, a la que conocemos como Monte Testacio, que se eleva 50 metros sobre el nivel del río; se estima que el número de ánforas tiradas en este basurero puede alcanzar los 40 millones, correspondiente a un volumen de litros de aceite que puede elevarse a los dos mil millones. El abastecimiento a las legiones asentadas en las zonas fronterizas del Imperio en la Europa central también estimula un comercio importante, aunque de menor relevancia.

Gracias a las anotaciones realizadas en las ánforas podemos aproximarnos al conocimiento del sistema de comercialización. En la totalidad de las ánforas se observan dos tipos de anotaciones, que están constituidas por sellos marcados normalmente sobre una de las asas y a veces sobre el labio, y por determinadas anotaciones pintadas (tituli picti) sobre la panza del ánfora en el espacio comprendido entre las dos asas. Los sellos corresponden a los hornos en los que se fabrican las ánforas y en ellos se aprecia normalmente el nombre de un individuo con sus tres elementos clásicos (tria nomina), que se identifica con el propietario del horno (figlina), seguido del nombre de otra persona configurado por un solo elemento que se considera como propio del esclavo que interviene en la fabricación del ánfora. A partir del siglo II d.C. esta configuración de las marcas se modifica con la aparición de los nombres de las figlinae, identificables con determinados fundus, lo que se interpreta en la perspectiva de una potenciación de la fabricación de envases en serie por determinados hornos que abastecen a una determinada zona.

En cambio, las anotaciones que se aprecian pintadas en la panza del ánfora se refieren a su peso, al de su contenido, es decir, el volumen de aceite, y al nombre del comerciante (mercator) que participa en la comercialización del producto; precisamente, cuando este comerciante se encuentra vinculado al servicio de abastecimiento del Estado conocido como annona, lo que comporta una serie de privilegios y obligaciones, es conocido como difusor olearius. Las relaciones que se aprecian entre los tres elementos que participan en los procesos de producción y comercialización del aceite constatan la identificación en ocasiones del propietario agrario con el difusor, y de forma más generalizada la coincidencia entre mercator o diffusor y fabricante del envase.

También el comercio nos ha proporcionado pecios correspondientes a determinados naufragios como el que se produjo en el 149 d.C. cerca de Massalia (Marsella), en cuyas ánforas los tituli picti documentan el peso del ánfora vacía, el nombre del comerciante, el peso del aceite que contiene el envase y el nombre de la persona que lo pesó, quién realizó la facturación y la hacienda de donde procede.

Las exportaciones afectan también a otro sector de la producción donde se aplican criterios de especialización y de producción en serie, como es el de los salazones. Su importancia es subrayada por la tradición literaria, como ocurre en las apreciaciones de Plinio el Viejo sobre el garum fabricado en Carthago Nova, al que se considera de excelente calidad y precio elevado; su difusión en el Imperio puede reconstruirse mediante los hallazgos de las ánforas que le sirven de envase, a las que conocemos tipológicamente como Dressel 7-11, que se encuentran presentes en Roma, especialmente en la zona de Castro Pretorio, en diversas zonas de Italia, que van desde Campania al valle del Po, en la Galia y en la frontera renana. Conocemos, incluso, a determinadas familias que se vinculan a la comercialización de los productos de las factorías de salazones; tal ocurre con los Numisii, que posiblemente eran originarios de Carthago Nova y se encuentran representados en Roma mediante sus libertos o directamente a través de algún miembro de la familia, como L. Numisius Agatermes, considerado en Ostia mercader de los productos de la Hispania Tarraconense.

Pese al importante desarrollo que alcanzan en el contexto de la urbanización las actividades artesanales, que abastecen con sus productos las demandas locales e incluso se proyectan a zonas más o menos amplias, continúan las importaciones de diferentes productos. Concretamente, a comienzos del principado se observa una continuidad del comercio colonial propio del período republicano, que se aprecia en las importaciones de cerámica aretina, procedente de Italia, o de sigillata sudgálica de la Galia y, especialmente, de los talleres de La Graufesenque, de marmorata, de vidrios y lucernas. Este tipo de importaciones van cesando a medida que las imitaciones de los talleres locales satisfacen las demandas de las ciudades hispanas. No obstante, se aprecia la continuidad de importaciones de productos suntuarios representados por determinados objetos de vidrio, esculturas o algunos elementos arquitectónicos.

La utilización de animales salvajes para el desarrollo de los correspondientes espectáculos circenses exigía también su importación del cercano mercado africano.