Época: Hispania Bajo Imperio
Inicio: Año 248
Fin: Año 476

Antecedente:
El cristianismo en la Hispania bajoimperial



Comentario

La arqueología paleocristiana prueba también la existencia de núcleos cristianos en el siglo IV, si bien no pueden compararse con los hallazgos arqueológicos de que sólo se conserva el piso inferior. La basílica de Bruñel (Jaén) no es considerada con seguridad un edificio cristiano. El martyrium de La Cocosa (Badajoz) pertenece también al siglo IV y, pese a su mal estado de conservación, Schlunk ha visto en él influencias itálicas. De esta época es también la pequeña iglesia de Elche, aunque Palol y Albertini consideran que inicialmente se trató de una sinagoga que en el siglo V fue transformada en templo cristiano. Schlunk, por el contrario, no cree que fuera una sinagoga.
De la primera mitad del siglo IV se conocen 32 sarcófagos paleocristianos, correspondientes principalmente a la Tarraconense, la Betica y la Cartaginense y, ya en menor medida, a Gallaecia. La mayoría de ellos pertenecen a talleres romanos que trabajarían al por mayor, exportándolos a las distintas provincias del Imperio. Los sarcófagos realizados en talleres locales, llamados del grupo de La Bureba, pertenecen a la segunda mitad del siglo IV. Mientras los importados de Roma son labrados en mármol y representan generalmente escenas del Nuevo Testamento, los de origen local, ejecutados en piedra de la región, presentan una iconografía peculiar, generalmente inspirada en el Antiguo Testamento: Daniel en el foso de los leones, el sacrificio de Abraham, etc. Algunos incluso presentan escenas inspiradas en fuentes apócrifas y sin parangón con los de otras regiones cristianas. La interpretación iconográfica es, por tanto, bastante compleja y mientras algunos estudiosos, como Sotomayor, consideran una influencia principalmente oriental, otros ven una mayor influencia africana. Palol cree que la presencia de los vándalos en el norte de Africa produjo un éxodo de los cristianos a la Península y entre estos africanos se encontrarían los artífices de los sepulcros hispanos. Sin embargo, y puesto que no se han hallado en Africa sarcófagos iconográficamente semejantes, la teoría no tiene carácter definitivo.

La arqueología paleocristiana ha sido y aún sigue siendo el principal argumento en el que se apoyan los que defienden el origen africano del cristianismo hispano. Para Díaz y Díaz, Blázquez y García Iglesias entre otros, tanto los restos arqueológicos como la epístola de Cipriano de Cartago a propósito de la herejía de Basílides y Marcial, como la interpretación doctrinal de algunos cánones del Concilio de Elvira son argumentos probatorios del origen africano del cristianismo hispano.

Sin embargo, la interpretación arqueológica no prueba en absoluto tal procedencia. Durante el siglo IV la mayoría de los sarcófagos se importan de Italia y los restos arquitectónicos tienen, como hemos visto, un influjo más oriental que africano.

Por otra parte, la epístola dirigida a Cipriano no obedece tanto a la posible dependencia del cristianismo hispano de Africa, como al hecho de que la autoridad moral e intelectual del propio Cipriano le configuraba como una autoridad eclesiástica. Cierto que la incorporación de Mauritania a la diócesis hispana creó una serie de vínculos más estrechos entre el norte de Africa y las costas levantinas y principalmente la Betica, pero en la época de Diocleciano el cristianismo hispano ya estaba muy extendido en la Península. Hoy día, la tesis de Sotomayor sobre la variada influencia (tanto africana como gala, oriental, etc.) que posibilitó la difusión del cristianismo en la Península es no sólo la más razonable, sino también la más plausible.