Comentario
Hacia finales de 870, el poder omeya daba la impresión de dominar sin demasiada dificultad un Estado complejo desde el punto de vista étnico -se ha visto en varias ocasiones, en las páginas precedentes, destacar grupos árabes, beréberes, indígenas- y desde el punto de vista religioso -se admite generalmente que los cristianos mozárabes seguían siendo mayoría y los judíos eran, casi con seguridad, numerosos a pesar de que en esta época aparecen bastante poco en las fuentes-.
El gobierno y la administración se habían perfeccionado sensiblemente después de la época de Abd al-Rahman I y sobre todo, según parece, en época de Abd al-Rahman II. Los impuestos eran regularmente percibidos y producían, según Ibn Hayyan, un ingreso anual de un millón de dinares hacia mediados del IX. Las emisiones monetarias, interrumpidas durante la crisis de mediados del siglo VIII, se habían reanudado, como se vio, hacia el 760 y se desarrollaban regularmente.
En el catálogo de Miles sobre las monedas de los omeyas en España se encuentran 47 emisiones durante 27 años entre 763 y la muerte de Abd al-Rahman I en el 788; 28 durante 8 años bajo Hisham I (788-796); 129 durante 26 años bajo al-Hakam I (796822); y 266 durante 36 años bajo Abd al-Rahman II, lo que da medias anuales de 1,7 /3,5/ 4,9 / 7,3 para cada uno de estos cuatro primeros soberanos, entre los años 763 y 852.
A pesar del carácter extremadamente elemental de estas cuentas, se percibe bastante bien, a través de las cifras, una continua mejora cualitativa y cuantitativa del rendimiento del aparato estatal, es decir su perfeccionamiento desde el punto de vista del gobierno central, dueño de una acuñación monetaria muy centralizada.
Esta relativa facilidad brindó al poder de Córdoba los medios suficientes para seguir la actividad constructora de su fundador (segunda fase de la mezquita de Córdoba bajo Abd al-Rahman II) y una capacidad militar que le permitió no sólo detener en la medida de lo posible las amenazas de disidencia interior, sino también realizar operaciones en el exterior y tener a raya a los Estados cristianos. Esta impresión de un refuerzo continuado del Estado omeya se encuentra extrañamente desmentida en la segunda parte del reinado del emir Muhammad (muerto en el 886).
El bajón brutal del poder central que se produjo alrededor del año 880 plantea un problema histórico difícil de solucionar y la crisis del fin del IX y del comienzo del X merece un atento examen.