Comentario
Tras la unificación almorávide, Alfonso el Batallador de Navarra y Aragón, muy influido por las Ordenes del Temple y del Hospital, proyecta una magna cruzada peninsular que sería el preludio de su marcha como cruzado a Jerusalén. La cruzada contra Zaragoza fue un éxito, y tras la ciudad, los ejércitos aragoneses ocuparon Tudela, Tarazona y toda la comarca próxima al Moncayo (1119) y se aprestaron a llevar sus armas hasta Lérida, Tortosa y Valencia. Las metas están marcadas en la carta fundacional de la cofradía de Belchite, cuyos miembros se comprometen en 1122 a luchar contra los musulmanes hasta abrir la ruta desde Zaragoza al mar para desde aquí llegar a Jerusalén.Con la ayuda de los miembros de ésta y otras cofradías y de los auxiliares francos, entre 1120 y 1133, Alfonso se apoderó de todas las posesiones zaragozanas situadas en las cuencas del Jalón y del Jiloca, penetró en la serranía de Cuenca, asedió Valencia y llevó a cabo una expedición militar por Andalucía (1125). Los intentos de ocupar Lérida y Tortosa fracasaron ante la oposición del conde de Barcelona, que no puede permitir que se le prive de las parias ni que sus tierras sean rodeadas por los dominios aragoneses y se cierre la expansión de su condado hacia el Sur, como en la práctica se había cerrado la posibilidad de expansión del reino navarro al reunir las tierras ocupadas por Alfonso el Batallador en un reino independiente, el de Zaragoza. Cuando unos años más tarde, navarros y aragoneses se separen y los últimos se unan a los catalanes -1137-, juntos ocuparán las plazas de Lérida y Tortosa.La fragmentación del Imperio almorávide se traduce en nuevas expediciones cristianas hacia el Sur y en la ocupación por Alfonso VII de Coria en 1142, Albacete y Mora en 1143, Calatrava, Almería, Baeza y Úbeda en 1147, la mayoría de las cuales se perderá en 1157 tras la muerte de Alfonso VII, que divide el reino entre sus hijos Sancho (Castilla) y Fernando (León), que alternan la guerra entre sí con las alianzas y los enfrentamientos con los almohades o con los reyes de taifas. Tras años de enfrentamientos entre Castilla-León y León-Portugal, en 1165 se reemprendieron los ataques contra los musulmanes: el rey leonés ocupó Alcántara en 1166 con la colaboración de Armengol VII de Urgel, y el caudillo portugués Geraldo Sempavor, el Cid portugués, ocupó entre 1165 y 1168 las plazas de Evora, Trujillo, Cáceres, Montánchez y Serpa y llegó a sitiar Badajoz en 1169. Ante la imposibilidad de dominar con sólo sus fuerzas la ciudad, Geraldo pidió ayuda a su rey, y contra ambos se dirigió Fernando II de León para evitar que los portugueses cortasen la expansión de su reino y ocupasen plazas que consideraba suyas. Vencido Alfonso de Portugal en Badajoz, tuvo que renunciar a esta plaza y entregar Cáceres al rey leonés. Geraldo Sempavor fue hecho prisionero y sólo recobró la libertad tras entregar al noble castellano Fernando Rodríguez de Castro, al servicio del rey leonés, las plazas de Montánchez, Trujillo, Santa Cruz y Monfragüe. A raíz de esta victoria, Fernando II se alió a los almohades como medio de mantener sus posesiones frente a Portugal. Castilla, con graves problemas internos por los enfrentamientos entre los nobles y en guerra con el navarro Sancho VI que ocupó La Rioja durante la minoría de Alfonso VIII, nada pudo hacer en los primeros años contra los almohades y sólo la presencia del rey Lobo de Murcia al lado de Castilla sirvió de freno hasta 1172 a la expansión norteafricana, e inmediatamente después, en 1173, castellanos y portugueses firman treguas con los almohades para concentrar sus fuerzas contra Navarra y contra León, respectivamente. El sultán almohade, libre de enemigos en el campo musulmán y en tregua con Castilla y Portugal rompe la paz firmada en 1169 con León, sus ejércitos llegaron hasta Ciudad Rodrigo y recuperaron las plazas extremeñas ocupadas años antes por Fernando II.
Treguas y guerras se suceden: con éxitos importantes, como la ocupación de Cuenca en 1177, y con fracasos como la derrota sufrida por Castilla en Alarcos (1194), propiciada por la falta de colaboración de Alfonso IX de León. Éste, al frente de tropas almohades saqueará Madrid, Alcalá, Cuenca... mientras los castellanos, unidos a Portugal y Aragón, devastaban las tierras salmantinas y gallegas. El fracaso del matrimonio de Alfonso IX y Berenguela de Castilla supuso un nuevo retroceso en la guerra contra los almohades, pero la experiencia había demostrado que, unidos, los cristianos podían derrotarles, y a comienzos del siglo XIII se firman diversos acuerdos entre Castilla, Navarra, Aragón y Portugal, que obtienen el apoyo del Papa: la guerra contra los musulmanes tendrá carácter de cruzada y en ella intervendrán nobles europeos. El resultado fue la victoria de Las Navas de Tolosa (1212), con la que se iniciaba la decadencia del Imperio almohade, que sólo sobrevive mientras se mantienen las diferencias entre castellanos, leoneses y portugueses. La firma de treguas entre Alfonso IX de León y su hijo Fernando III, rey de Castilla desde 1217, permitió al leonés ocupar Cáceres tras varios años de asedio (1227), y con esta ciudad cayó la mayor parte de Extremadura en manos de León o de Portugal, al tiempo que Fernando III controlaba La Mancha. En estos años, la frontera cristiana pasa del Duero-Tajo al Guadiana-Guadalquivir.