Comentario
En el 289 a.C., después de la muerte de Agatocles, los mercenarios campanos y samnitas que habían dependido de éste, se adueñaron de la ciudad de Mesina, matando a sus habitantes, dividiéndose sus bienes y dándose el nombre de mamertinos, derivado del nombre osco del dios de la guerra Mamers, equivalente al Marte de los romanos.
Durante las guerras de Pirro en Sicilia, los mamertinos habían colaborado estrechamente con los cartagineses. Tras la retirada de Pirro, los mamertinos y los cartagineses quedaron en libertad de extender su poder. Los mamertinos, más que someter, se dedicaron a saquear las ciudades griegas del área nordeste de Sicilia. Pero en el 268 a.C. tomó el mando en Siracusa -la única de las ciudades griegas de cierta importancia- un joven oficial llamado Hierón que dos años después se proclamaría rey. Éste logró controlar a los mamertinos y obligarlos a replegarse. En el 264, una parte de los mamertinos pidió ayuda a Cartago, que apostó una guarnición en la fortaleza de Mesina. Pero otra legación de mamertinos solicitó la ayuda de Roma, ofreciendo a cambio de ella su propia deditio, es decir, la entrega incondicional de su ciudad.
Según Polibio, los romanos permanecieron durante bastante tiempo sumidos en dudas e indecisiones respecto al asunto de los mamertinos. No cabía duda de que resultaba absurdo ayudar a una banda de ladrones y asesinos como eran los mamertinos. El Senado sentía escrúpulos morales y decidió someter a los comicios la decisión a tomar. Pero frente a la primera actitud también se configuró la expectativa de que la deditio de los mamertinos podía significar posteriormente el sometimiento de Siracusa. No hay duda de que el enfrentamiento con Cartago no se contemplaba. El objetivo seria exclusivamente atenerse a la solicitud de los mamertinos y el enfrentamiento con los siracusanos. Esta fue la decisión adoptada.
No obstante, contra toda expectativa, esta guerra se prolongó veinticuatro años. Una vez transportadas las tropas romanas desde Reggio a Mesina, la guarnición cartaginesa de la ciudad de Mesina se retiró. Mientras tanto, se había producido la alianza entre Siracusa y Cartago y ambos ejércitos se dirigieron conjuntamente contra Mesina.
La primera fase de las operaciones culminó con la derrota de los siracusanos. Hierón decidió abandonar a los cartagineses y firmó una alianza subordinada con Roma. De hecho se convirtió en un rey vasallo de Roma. Esta alianza duró cincuenta años.
La guerra produjo enormes pérdidas en ambos bandos. Durante la batalla decisiva de Lilibeo en el 241 a.C., unos 300.000 romanos e itálicos perecieron o se ahogaron en el mar. No obstante, Roma logró la victoria frente a Cartago y se vio dueña de la isla. La paz firmada en el 241 a.C. determinaba que Cartago abandonaría la isla comprometiéndose, además, al pago de una desorbitada indemnización bélica.
Sicilia pasó a convertirse en provincia romana, gobernada inicialmente por uno de los cuatro quaestores classici creados en el 267 y que pasó a residir en Lilibeo. A partir del 227 a.C., después de conquistar Cerdeña, fueron creados dos pretores para el gobierno de ambas islas.
Cartago sufrió a consecuencia de su derrota una sublevación de los mercenarios mal pagados que el general Amílcar había trasladado de Sicilia a Africa. Éstos, apoyados por poblaciones tributarias de Cartago, llegaron a amenazar la propia existencia del Estado cartaginés. Sofocada la revuelta, el ejército cartaginés se dirigió a Cerdeña, donde también la guarnición cartaginesa se había sublevado, a fin de poner de nuevo orden en la isla. La actitud de Roma fue sumamente cínica. Con el pretexto de que la expedición estaba dirigida contra ella misma, amenazó de nuevo con iniciar la guerra. Los cartagineses abandonaron la isla, además de verse obligados a pagar una indemnización de guerra aún más elevada. Esto ocurría en el 237 a.C. y Polibio considera que esta prepotencia de Roma y la humillación sufrida por Cartago, fueron la causa que verdaderamente decidió la Segunda Guerra Púnica.
Lo que estaba claro es que primaba la ley del más fuerte y Roma, dado el estado de cosas, era incomparablemente más fuerte que Cartago.
La primera Guerra Púnica fue la primera guerra extra-itálica de Roma. Sin duda la avidez fue un factor decisivo a la hora de pronunciarse la asamblea a su favor. La acción fue característica y se repetirá durante mucho tiempo: la aristocracia romana no pudo resistir jamás la tentación de intervenir si había oportunidad para ello.