Época: Castilla Baja Edad Media
Inicio: Año 1369
Fin: Año 1046

Antecedente:
El ascenso de la nobleza

(C) Julio Valdeón Baruque



Comentario

La expansión señorializadora supuso la pérdida de la condición realenga de numerosas villas y aldeas de la Corona de Castilla. Los vecinos de las localidades que eran donadas por el poder regio a los grandes magnates pasaban a depender directamente de los nuevos señores. Pero esa situación no siempre fue recibida con agrado por los que se situaban en la órbita señorial. Por lo demás, aunque no puede generalizarse, en diversas ocasiones los poderosos cometían abusos sin cuento, lo que propiciaba la actitud hostil de sus dependientes, protagonistas de movimientos de resistencia antiseñorial de la más variada índole. Así las cosas, no tiene nada de extraño que en las últimas décadas del siglo XIV la Corona de Castilla fuera escenario de diversos movimientos antiseñoriales. Por lo general, se trata de movimientos de corto radio de acción, que afectaban a un determinado núcleo de población.
Veamos algunos ejemplos significativos. En 1371, los vecinos de Paredes de Nava, según el puntual relato que nos ha transmitido López de Ayala en la Crónica de Enrique II, dieron muerte a su señor, Felipe de Castro. Este personaje, cuñado del propio rey de Castilla, Enrique II, era un noble de origen aragonés que había recibido el señorío de esta localidad palentina, villa que contaba con una larga tradición realenga, como de Medina de Rioseco y Tordehumos. Felipe de Castro, en un momento concreto, pidió a sus vasallos de Paredes "que le diesen cierta quantía de algo", a lo que aquellos se negaron. El señor, ante el rechazó de su petición, se dirigió a la villa "á prender algunos dellos, é escarmentar otros", pero los paredeños, ni cortos ni perezosos, "salieron al camino, é pelearon con él é mataronle".

A raíz de aquellos sucesos, sigue diciéndonos López de Ayala, Pedro Fernández de Velasco, otro destacado rico hombre, peleó con los vecinos de Paredes, "entró en la villa é fizo y grand daño". Más tarde actuaría, en idéntico sentido, la justicia regia. Todo indica, por lo tanto, que la represión fue muy dura. En cualquier caso lo más significativo del suceso fue la actitud de oposición frontal manifestada por los habitantes de Paredes de Nava frente a su señor.

Unos años antes había tenido lugar un movimiento antiseñorial en las villas de Soria y Molina. Ambas habían sido donadas por Enrique II al dirigente de las Compañías Blancas, Bertrand du Guesclin. Pero las dos resistieron al nuevo señor. Es posible que en ello influyera el temor a caer bajo la dependencia de un extranjero, con fama de rudo y violento, y al que acompañaban mesnadas de soldados de fortuna, cuyos desmanes en la guerra fratricida habían sido sonoros. Soria, finalmente, hubo de someterse, pero Molina tomó una opción insospechada: su entrega al rey de Aragón, Pedro IV. Las operaciones militares llevadas a cabo por Bertrand du Guesclin para ocupar Molina fracasaron y finalmente el caudillo bretón retornó a Francia.

Unos años más tarde, en 1395, la villa de Agreda, que acababa de ser donada por Enrique III a Juan Hurtado de Mendoza, uno de sus más fieles colaboradores, resistió con las armas en la mano al nuevo señor. Oigamos, una vez más, a López de Ayala, el cual, en su Crónica de Enrique lll, nos dice que "la villa de Agreda non le quiso acoger (a Juan Hurtado de Mendoza), antes cataron pieza de gentes de armas é ballesteros é otra gente, é dixeron que en ninguna manera del mundo non le rescivirian por Señor". Los vecinos de Agreda terminaron por salirse con la suya, pues Enrique III decidió cambiar la concesión de Agreda a Juan Hurtado de Mendoza por la de otra villa, concretamente Almazán. Todo parece indicar que la actitud de Enrique III obedeciera a la estratégica posición de Agreda, fronteriza con el reino de Aragón, lo que llevó al monarca castellano a evitar un foco de tensión en dicha villa. Pero lo cierto es que Agreda escapó a la marea señorializadora.

Hubo ocasiones en que la resistencia antiseñorial se encauzó por vías pacíficas. Un ejemplo paradigmático nos lo ofrece la villa de Benavente. En el año 1400, el concejo de la mencionada villa envió al rey de Castilla, Enrique III, un memorial de agravios, en el que exponían numerosos abusos cometidos por el señor de la localidad, Juan Alfonso Pimentel, desde que se posesionara de ella en 1398. El concejo benaventano confiaba en encontrar amparo a los desmanes de su señor en el monarca, al fin y al cabo, árbitro supremo y brazo ejecutor por excelencia de la justicia.

En el memorial aludido se especificaban las arbitrariedades en que había incurrido el señor de Benavente, que iban desde exigencias fiscales desmedidas hasta incumplimiento descarado de los fueros y costumbres de la villa, amén de abusos diversos, como la práctica de monopolios injustificados o la presión ejercida sobre mozas de la zona para que se casaran con escuderos de la casa señorial. Los redactores del escrito llegan a afirmar que a los vecinos de Benavente "pocas mas fuerzas lles podrían fazer en tierra de moros". En su conclusión, el memorial en cuestión admitía que Juan Alfonso Pimentel continuara como señor de la villa pero pedían que "use de sus derechos ...e non mas e nos guarde nuestros usos e costunbres e fueros e otrosy que emiende los males fechos e tomas pasadas". No se rechazaba el sistema señorial, pero al menos se pedía que éste se desarrollara dentro de sus justos límites.