Comentario
Paralelamente al afianzamiento de los grandes señores territoriales en el terreno social tuvo lugar, por lo que al ámbito de la economía se refiere, una notable expansión de la ganadería lanar trashumante, que contaba, desde tiempos de Alfonso X el Sabio, con una poderosa institución a su servicio, el Honrado Concejo de la Mesta. El profesor L. Suárez no ha dudado en afirmar que el rasgo dominante de la vida económica de la corona de Castilla en la Baja Edad Media era el predominio indiscutible de la actividad ganadera. En cambio, no sucedió lo mismo con la agricultura, testigo de un estancamiento, cuando no de un evidente retroceso.
Las informaciones que tenemos sobre la agricultura de la Corona de Castilla en el siglo XIV son muy fragmentarias. El tratado de agricultura escrito por Gabriel Alonso de Herrera a comienzos del siglo XVI se preocupa más por citar a los tratadistas clásicos del tema que por reflejar la realidad de los campos de Castilla. Sabemos, no obstante, que los útiles empleados en el agro castellano en la Baja Edad Media eran arcaicos, predominando el viejo arado romano. El animal de labor por excelencia era el buey y el sistema de cultivo preferente el de año y vez, sin olvidar el cultivo al tercio, vigente sobre todo en las penillanuras del Oeste.
Los principales cultivos de las tierras de la Corona de Castilla seguían siendo los cereales y el viñedo. La expansión hacia el Sur permitió la incorporación del olivo, de suma importancia en Andalucía, y del arroz, que desde el siglo XIV conoció una gran expansión en las tierras murcianas. También se cultivaban leguminosas, hortalizas, árboles frutales y plantas industriales, entre ellas el lino. Los rendimientos no parece que fueran muy elevados. Por los datos a nuestro alcance (monasterios benedictinos de la Meseta Norte en el año 1338; hacienda del sevillano Ferrán García de Santillán entre los años 1358 y 1366) podemos afirmar, refiriéndonos exclusivamente al trigo, que la relación entre lo cosechado y lo sembrado era aproximadamente de cinco a uno. Claro que en ambos casos nos encontramos en presencia de grandes propiedades, lo que puede distorsionar los resultados al alza.
La explotación del bosque era de la mayor importancia, pues proporcionaba madera y alimentos para el ganado, aparte de su excepcional significado como lugar de caza. El Libro de la Montería, que data de tiempos de Alfonso XI, describe con gran detalle las zonas boscosas de la Corona de Castilla, sin duda más extensas en aquel tiempo que en épocas posteriores. Ahora bien, desde finales del siglo XIII hay síntomas de que comenzaba a retroceder el espacio forestal. En las Cortes de Valladolid de 1351 se dijo que "se destruyen en cada dia de mala manera los montes, señaladamente los pinares e enzinares". La tala abusiva y la apertura de sembrados figuraban entre las principales causas de esa regresión del bosque. Por eso los monarcas decidieron imponer penas severas a quienes lo destruyesen.
En la Castilla medieval se practicaban diversos tipos de ganadería: la estante, la denominada de travesío y la trashumante. La trashumancia de ovejas, cuyas raíces se remontaban a tiempos arcaicos, experimentó una gran expansión en el transcurso de los siglos XII y XIII, al compás de la proyección hacia el Sur de los reinos de Castilla y León, lo que permitió incorporar extensos terrenos dedicados a pastizales. En 1273 se instituyó el Honrado Concejo de la Mesta, cuya finalidad era defender los intereses del ganado trashumante y de sus propietarios.
No obstante, fueron las circunstancias específicas del siglo XIV las que propiciaron un nuevo salto adelante de la ganadería lanar trashumante. Síntoma evidente de esa expansión es el hecho de que la cabaña ovina que trashumaba por las cañadas de Castilla y León alcanzaba en los albores del siglo XIV en torno al millón y medio de cabezas, en tanto que al acceder al trono Isabel I, en 1474, rozaba los tres millones. Por de pronto, se ha establecido una relación directa entre epidemias de mortandad y expansión ganadera. El descenso del número de brazos en el campo, a tenor de esa hipótesis, habría facilitado la dedicación de muchas tierras a pastos. Así se explica la frase, cargada de retórica, de que "la ganadería transhumante es hija de la peste". En última instancia, la crisis del siglo XIV, con su cortejo de retroceso demográfico y agrario, habría favorecido el auge de la ganadería ovina. Ahora bien, quizá el principal factor impulsor de la ganadería trashumante en la Corona de Castilla fue la coyuntura internacional que surgió en la década de los treinta del siglo XIV. La interrupción del abastecimiento de lana inglesa a los telares de Flandes hizo posible que Castilla pasara a suministrar esa materia prima. La exportación de lana castellana destinada a los telares flamencos creció de forma espectacular en el transcurso del siglo XIV, hasta el punto de convertirse en el primer renglón de la actividad económica de los reinos.
Ese panorama favorecía ante todo a los principales dueños de rebaños, es decir los ricos hombres, los establecimientos eclesiásticos y las Ordenes Militares. Pero también se beneficiaba la Corona, a través de la percepción del servicio y montazgo, tributo fijado por Alfonso XI en 1343 y que procedía de la fusión de los montazgos locales y del servicio pagado a la Corona. Por lo demás el triunfo de los Trastámaras consolidó si cabe la posición hegemónica de la Mesta, a cuyo frente, como alcalde entregador mayor, figuraron en todo momento miembros de la alta nobleza. La primera recopilación de las leyes de la Mesta se efectuó precisamente en el año 1379. En cambio aumentaban las quejas de los agricultores contra los pastores de los rebaños que, según ellos, invadían los labrantíos. No deja de ser significativo que la mayor parte de los pleitos entre agricultores y ganaderos fuera resuelta en perjuicio de los primeros.