Comentario
Conscientes de sus limitadas posibilidades, tanto Juan I como Martín el Humano intentaron mantener en la Península una política de buena vecindad con Castilla y, aunque en tierras meridionales, sobre todo en Orihuela, hubo hostilidades entre almogávares de la Corona y guerreros del rey de Granada (1390, 1393-94), no se llegó a una situación de guerra abierta. Respecto a Francia, Juan I también quiso llevar una política de amistad, y por ello casó con dos princesas francesas, Mata de Armagnac (muerta en 1378) y Violante de Bar, pero con ello no consiguió evitar que el conde de Armagnac, heredero de los derechos de los depuestos reyes de Mallorca, utilizara sus bases francesas para atacar el norte de Cataluña (1389-90).
En materia religiosa, los hijos del Ceremonioso cambiaron el rumbo impuesto por su padre que, en la cuestión del Cisma (entre el Papa de Roma y el de Avíñón), se había mantenido neutral, y dieron su apoyo al Papa de Aviñón (1387). Fue, de algún modo, una elección errónea y a destiempo porque el Papa de Roma, resentido, apoyó desde entonces las revueltas sardas y sicilianas, y porque el cansancio ya hacía mella en los principales responsables del Cisma, que se inclinaban hacia una solución negociada. Cuando ésta se encontró, y el Papa de Aviñón Benedicto XIII (el aragonés Pedro de Luna), abandonado por Francia, quedó solo en su obstinación por mantener la tiara, su último refugio sería precisamente la Corona de Aragón (1409-22), donde habría de jugar un papel decisivo en la solución del conflicto sucesorio planteado a la muerte de Martín el Humano.
En el Mediterráneo, todos los esfuerzos políticos y militares se invirtieron en Sicilia y Cerdeña. En Sicilia, después de unos años de ausencia de poder real, a raíz del matrimonio (1390) de María de Sicilia con Martín el Joven (hijo de Martín el Humano), se llevó a cabo una tarea de pacificación y compra de voluntades que permitió la instalación de la pareja real en la isla. En Cerdeña siguió la táctica genovesa de fomentar las revueltas sardas y la catalana de apoyar las facciones antigenovesas de Córcega (G. Sorgia), todo ello porque la Corona carecía de la fuerza suficiente para zanjar el conflicto. Así, por ejemplo, a una revuelta que estalló en 1390, no pudo darse adecuada respuesta porque los años 1392-94 no se encontraron los recursos para reunir la flota que las circunstancias exigían, y así el dominio de la Corona se redujo a unas pocas plazas.
También entonces, faltos de ayuda, se perdieron los ducados almogávares de Atenas (1388) y Neopatria (1391), conquistados por Ranieri Acciaiuoli y, lo que es muy significativo, corsarios magrebíes amenazaron el litoral valenciano, cuando antes sucedía justamente lo contrario. Martín el Humano y su heredero, Martín el Joven, rey de Sicilia (viudo de María de Sicilia, muerta en 1401), intentaron enderezar la situación, empezando por Cerdeña, a donde se trasladó desde Sicilia Martín el Joven (1409), pero el heredero de la Corona, que obtuvo notables éxitos militares, enfermó de fiebres infecciosas y murió (1409).