Época: Aragón Baja Edad Media
Inicio: Año 1412
Fin: Año 1458

Antecedente:
Los Trastámara de la Corona de Aragón

(C) Josep M. Salrach



Comentario

Este fracaso y el experimentado paralelamente en las Cortes catalanas contribuyeron a alejar al Magnánimo de la Península y a consolidar su interés por el Mediterráneo. De hecho, el monarca ya había vivido en Italia, de 1420 a 1423. Durante estos años, con las armas y el dinero, había conseguido la pacificación de Cerdeña (1420) y había luchado con poca fortuna en Córcega (toma de Calvi, 1420, pero asedio fracasado de Bonifacio, 1420-21), para hacerse con el control de la isla, donde se enfrentaban dos facciones, una proaragonesa y otra progenovesa. El 1421 levantó el asedio de Bonifacio y abandonó a sus partidarios corsos, que pronto se hundirían ante la presión genovesa, para dirigirse a Sicilia y finalmente a Nápoles. Alfonso acudía a la llamada de una facción de la corte napolitana, la encabezada por el condottiero Gianni Caracciolo, que quería convertirlo en heredero de la reina Juana II (1414-35) de Nápoles, en oposición a Luis III de Anjou, conde de Provenza (1417-34), candidato de otra facción, la encabezada por el condottiero Francesco Sforza, que contaba con el apoyo de Génova. El ascenso de esta facción amenazó incluso el trono de la reina Juana que, persuadida por Gianni Caracciolo, llamó al Magnánimo, le designó heredero y le encomendó la lugartenencia del reino (1421). Las primeras acciones militares fueron favorables al rey de Aragón, que venció a los genoveses y al condottiero Sforza, pero poco después sus valedores (el condottiero Caracciolo), quizá temerosos de su poder, le abandonaron y levantaron al pueblo en su contra. El Magnánimo, que se sentía inseguro y abandonado por la reina Juana, y que sabía que se le requería en los reinos peninsulares de la Corona, abandonó Nápoles, no sin antes tomar represalias, y, en el viaje de retorno, saqueó Marsella (1423), ciudad de su rival.
El regreso definitivo al escenario italiano se produciría en 1432, de nuevo atraído por Nápoles donde sus partidarios se rehacían y conseguían, al parecer, inclinar a la reina Juana en su favor (1433). Contra las pretensiones de Alfonso se levantó entonces una coalición formada por Venecia, Florencia, Milán, Génova y el Pontificado, bajo la dirección de Filippo Maria Visconti, duque de Milán y señor de Génova. Juana II de Nápoles falleció en estas circunstancias (1435), dejando el trono al angevino Renato I, conde de Provenza. La reacción de Alfonso fue el recurso a las armas pero, con tan mala fortuna, que sufrió una severa derrota en la batalla naval de Ponza (1435), donde cayó prisionero de los genoveses junto con sus hermanos Juan y Enrique y un centenar de barones de sus reinos. No obstante, no fue una derrota definitiva, porque, con el dinero de las Cortes de la Corona y su habilidad, Alfonso consiguió negociar su pronta libertad y un tratado de reparto de Italia con su carcelero, Filippo Maria Visconti (1435). Los años siguientes, entre 1436 y 1442, se dedicaría a la conquista del reino de Nápoles en lucha con Renato I de Provenza. En la contienda combinaría eficazmente las armas con la diplomacia y el dinero para captarse la voluntad de los barones napolitanos, hasta conseguir definitivamente el trono de Nápoles en 1442.

Convertido en un príncipe italiano, Alfonso aspiró poco después a la sucesión de Filippo Maria Visconti (muerto en 1447), duque de Milán, y participó en las alianzas y luchas consiguientes por la hegemonía, que facilitaron la penetración de las grandes potencias en Italia. En un bando lucharon Milán, bajo la dirección de Francesco Sforza, y Florencia, detrás de los cuales estaba Francia, y en el otro Nápoles, Venecia y un conjunto de pequeños principados, con la colaboración problemática del emperador alemán. La guerra (1450-54) no modificó el mapa político y terminó con la paz de Lodi (1454), firmada por Venecia y Milán, a la que después se adhirieron Florencia y Nápoles. El objetivo de los firmantes, que empezaban a temer la hegemonía francesa, fue mantener el equilibrio interior de la península italiana, aunque ello no impidió al Magnánimo continuar su particular guerra naval con Génova (1455).