Comentario
En las sociedades calcolíticas el adorno debió de ser muy frecuente. Abundan sencillos collares con multitud de cuentas en diversos materiales (calaita, barro, pizarra, cristal...). Los colgantes, por lo general lisos, se reducen a placas líticas triangulares (rara vez en forma de animales). Desde el punto de vista de la materia cabe destacar, por una parte, el empleo excepcional de cuentas fabricadas con cáscaras de huevo de avestruz; por otra, el uso del oro y el marfil.
Existió un auténtico arte eborario dedicado además de la fabricación de las raras esculturillas a elaborar objetos de carácter personal: peines, numerosas varillas a modo de punzón, agujas de cabeza, espátulas para aplicar colores o ungüentos e incluso pequeños frasquitos y botones. Estos últimos elementos prueban que también se cambió la moda del atuendo, justamente tras una época en que el arte textil del lino debió de alcanzar altas cotas, junto al tejido de esparto, eneas y otras materias vegetales bien documentadas en zapatillas, esteras y cestos de variada morfología, rellenando el vacío de la documentación iconográfica.
Finalmente, como colofón, ha de considerarse la orfebrería, distintiva por sí misma y por el estatus que debía conceder a su poseedor. La mayoría de hallazgos insisten en cuentas de collar, tirillas y espirales, así como en algún otro adorno personal. Destacan las láminas muy finas, decoradas por repujado que debieron forrar elementos perecederos, acaso botones. Pero el objeto más destacado es la diadema o cinta, a modo de ceñidor de cabeza. Su asociación a enterramientos individuales marca la crisis de los tiempos, el anuncio del poder acumulado en unos pocos individuos y el punto de partida del nuevo orden ideológico y social que caracterizará la auténtica Edad del Bronce a lo largo del segundo milenio a. C.