Comentario
En las ciudades indígenas vinculadas al comercio fenicio, los progresos de esta arquitectura se aprecian de forma distinta según el carácter de los materiales disponibles. En Itucci (Tejada la Vieja, Huelva), hay ya casas rectangulares con habitaciones proporcionadas desde el siglo VII a. C., aunque sean de lajas o piedras mal escuadradas. En la Torre de Doña Blanca (El Puerto de Santa María, Cádiz), la proximidad de buenas canteras permite una edificación cuidadosa, que llega a ser de sillería regular en las murallas más recientes. En el Cerro Macareno (La Rinconada, Sevilla), todo se hace de guijarros y arcilla, porque éste es el material que proporciona con facilidad la Vega del Guadalquivir, pero el tipo de construcción sigue las mismas normas; es muy notable la vitalidad renovadora de estas poblaciones, a las que se puede aplicar con toda propiedad el término árabe de tell, como a muchos yacimientos del Próximo Oriente, puesto que son verdaderas montañas artificiales, en las que cada generación de habitantes formó un nuevo estrato de ocupación.
Otros edificios más recientes, como las llamadas torres de Aníbal, corresponden a la extensión del arte de la cantería por las regiones interiores de Andalucía. Estos fortines defensivos que ocupan todas las alturas estratégicas de los sistemas subbéticos, se relacionan con la implantación por Aníbal, durante las guerras púnicas, de una red para controlar el territorio mediante señales visuales entre atalayas cercanas; aunque sabemos que buena parte de estas torres son anteriores a la presencia del caudillo cartaginés, se observa en muchas de ellas una edificación de piedras escuadradas y con unas aristas, que es consecuencia de la difusión de los adelantos de la arquitectura fenicia.
También es una aportación de la misma índole, reconocida así por los textos romanos, la construcción con mortero de cal y tierra, que alcanzaba una gran dureza en las cubiertas de las torres; César señalaba las ventajas de estas cubiertas para evitar incendios y que eran empleadas tanto en Andalucía como en el norte de África; Vitruvio y Varrón atribuían a los hispanos y a los cartagineses el uso tradicional de muros de mortero de cal, apisonados entre formeros de madera, que se distinguían de los precedentes fenicios porque en Oriente el aglutinante normal era el yeso.
Las consecuencias de todas estas aportaciones fenicias en las regiones costeras españolas, y especialmente en Andalucía, fueron las de ofrecer, desde antes de la presencia romana, un ejemplo extenso de la construcción en piedra y mortero, frente muchas otras regiones europeas, donde sólo eran conocidos los edificios de madera o de piedra en seco. Algunos poblados indígenas como Setefilla (cerca de Lora del Río, Sevilla) y Tejada la Vieja (Escacena del Campo, Huelva), tienen murallas de piedra suelta, con lienzos muy gruesos y de perfil en talud, tal y como era habitual en la Edad del Bronce, pero sus casas son ya rectilíneas, de piedras unidas con mortero y paredes enlucidas con cal, lo que señala la difusión temprana de las aportaciones fenicias.
En Carmona (Sevilla), existió una fortificación de tipo tradicional, con piedra suelta y paramentos inclinados, que fue sustituida antes de la llegada de los romanos por una muralla de sillería de aspecto imponente. El bastión de la Puerta de Sevilla en Carmona, sobremontado por obras romanas y medievales, es el edificio español que mejor manifiesta los avances de la construcción cartaginesa, en unos momentos en los que también se hace presente la difusión de los principios de la poliorcética helenística.
Aparte de estas murallas y de las viviendas o almacenes de distintos yacimientos, no tenemos otros datos sobre grandes construcciones públicas fenicias o que revelen su influencia. En realidad, poco de carácter monumental puede esperarse, ya que los templos fenicios eran espacios abiertos con altares y exvotos, antes que edificios cerrados para contener imágenes sagradas. Las descripciones que se conservan del templo de Melkart en Cádiz, que luego se identificó con Hércules, destacan altares, ofrendas, reliquias sagradas y dos grandes columnas en las que se habían inscrito las cuentas de la institución; las puertas en las que estaban labradas escenas con los trabajos de Hércules, eran las del ámbito sagrado, no las de un edificio concreto, y tampoco existía una estatua fenicia de culto.