Comentario
El catálogo de las piezas de orfebrería comienza con la pieza más abundante, el torques, una joya habitual tanto en el mundo ibérico como en el Noroeste. Su práctica totalidad se ha confeccionado con plata al igual que sus homólogos meridionales, con la salvedad de un número reducido procedente de Arrabalde donde se utiliza el oro, quizá en función de su proximidad al área gallega o por la existencia de recursos auríferos cercanos. Su diversidad formal encierra básicamente modelos sogueados, de juncos y de cadeneta. Respecto de los primeros, mayoritarios en el conjunto y de claro parentesco en su trenzado con los ibéricos, se han seriado a partir de sus remates (piriformes, de gancho, de botones terminales...) y de los recargados adornos en los hilos de la varilla (en 8 y de "nodus herculeus"); algunos elementos, no obstante, caso de los remates abultados, inciden en su vinculación norteña, representando en ocasiones una terminación en forma de bellota, según se comprueba en uno de los torques del tesoro 2 de Arrabalde.
Por su parte, las arracadas, con una veintena larga de ejemplares, son joyas siempre de oro en contraste claro con el resto de los modelos. Muestran un esquema fusiforme de extremos cerrados completado con múltiples adornos: hilillos de oro, colgantes arracimados, acampanados, etc. El origen de las arracadas se busca en los prototipos orientalizantes y los posteriores turdetanos, que seguramente han dado pie a variantes de tan acusada personalidad meseteña como las rematadas en abultados racimos o aquellos otros pendientes, por ejemplo en el tesoro de Arrabalde 1, ornamentados con una gruesa bellota, a juego con el torques.
Siguen en número las pulseras, confeccionadas todas en una varilla cilíndrica de plata, a veces con abultamientos en el tallo, y con ambos extremos terminados en una esquemática cabeza de serpiente. Las diferencias con las ibéricas y entre sí se encuentran tanto en la varilla como, sobre todo, en la representación animalística de los apéndices. Sirvan de muestra dos pulseras del tesoro 2 de Palencia, una con un diseño en todo su volumen de la cabeza de culebra, animal este de enorme simbolismo tanto en el mundo céltico como en el mediterráneo, y otra donde la representación de unas orejas hace pensar más en la cabeza de un équido.
Por su parte, los brazaletes espiraliformes (de 7 a 14 vueltas), terminados en esquemáticas cabezas de serpientes, tan abundantes en la joyería ibérica, apuntan aquí algunos elementos de clara diferenciación: la cinta se presenta aplanada y ancha en las espiras laterales, mientras las del centro son más estrechas de sección lenticular; la decoración, siempre estampada a troquel (granetti y chevrons), se reduce exclusivamente a la zona aplanada. En función de estos caracteres propios se les concede gran personalidad dentro de la orfebrería celtibérica.
Entre las fíbulas cabría mencionar especialmente las simétricas inspiradas en esquemas propios de La Tène, pero cuyos detalles decorativos las convierten en productos de fuerte originalidad en el ámbito celtibérico. En la misma se sitúan las anulares hispánicas, caso del extraordinario ejemplar de Arrabalde 1, donde aro y puente se recargan de hilillos de oro y gránulos, dejando únicamente libre la parte más elevada del grueso puente; incluso se le han añadido en el anillo dos salientes circulares perforados, como si se tratara de dos pequeñas orejetas, cuya función es sólo decorativa. Otras joyas, anillos, cadenillas o adornos de pelo espiraliformes, presentan, asimismo, la acusada personalidad de la orfebrería celtibérica.
A nuestro modo de ver, son ciertamente de interés por su tratamiento técnico y su acusado esquematismo -en ambos elementos es posible reconocer el quehacer tan específico de estos artesanos- los denominados pingantes, recogidos en puntos tan alejados como Ramallas y Coca, cuyo papel pudo ser de simples colgantes suspendidos de una cadena o correa. En concreto el de Coca da la impresión de ofrecer la representación de una cabeza de animal con la boca abierta, destacando los dos grandes ojos abultados inscritos en un lazo en forma de ocho.
Sin embargo, aún más destacable por su personalidad nos resulta el broche de cinturón de Arrabalde 2. Trabajado en oro, se encuentra unido a dos placas rectangulares articuladas, con repujado de motivos circulares de tamaño variable, desarrollando una banda central con los mayores, bordeada por líneas cortas de pequeños bollitos. En cuanto a la cabeza, ha sido ejecutada con un modelado suave, dejando apreciar, no obstante, las facciones del animal, que en este caso se muestra en perspectiva cenital. Una forma iconográfica de claro simbolismo en el ámbito celtibérico, y que responde a un esquema interpretativo de la estética propio de su mundo cultural. No en vano, el mismo diseño animal se reconoce en la cerámica de Numancia, en algunas teserae de hospitalidad, o en la excepcional empuñadura de un puñal tipo Monte-Bernorio procedente de la tumba 32 de la necrópolis de Padilla de Duero. En fin, completamos este pequeño repaso a la orfebrería con las vasijas de plata, poco abundantes en estas tierras, al contrario que en las ibéricas. Comparten ambos grupos la forma abierta y la línea de carena marcada, si bien ciertos detalles decorativos abundan en favor de una producción local.
No queremos concluir este apartado dedicado a la metalurgia y la orfebrería sin hacer mención de las monedas, por cuanto en ellas es posible reconocer elementos figurativos valorables en la estética celtibérica. Sin duda hay que decir que los responsables de las primeras acuñaciones indígenas en la Celtiberia son los romanos, y que la moneda celtibérica comparte tipos iconográficos y alfabeto con la ibérica. Como en ésta, incluso de manera más acentuada que en otras vertientes de su arte, los artesanos de las cecas celtibéricas hacen gala de un singular esquematismo y simplicidad en el tratamiento plástico de las figuras. El tipo principal del anverso de estas acuñaciones en plata y bronce recoge la representación de una cabeza masculina donde se detallan los bucles del peinado, así como la caracterización precisa de su perfil: nariz, labios y mentón pronunciados. En cambio, el reverso suele ser más variado, si bien la serie más abundante es la del jinete lancero a caballo, aunque tampoco faltan otros motivos más extraños, caso de gallos o leones pasantes.