Época:
Inicio: Año 135 A. C.
Fin: Año 101 D.C.

Antecedente:
Revueltas de esclavos



Comentario

La primera gran revuelta servil tuvo como escenario Sicilia, donde Roma había propiciado desde la provincialización de la isla el latifundio dedicado al monocultivo cerealístico, en manos de indígenas y después también de romanos e itálicos. Esta situación había favorecido un enorme empleo de esclavos de procedencias diversas, pero especialmente orientales. Los iniciadores fueron los esclavos de un latifundista llamado Damófilo, de la ciudad de Enna, donde estalló la revuelta. Los malos tratos a los que estaban sometidos quedan patentes en el relato de Diodoro Sículo sobre este asunto. Nos dice que Damófilo poseía enormes propiedades con numerosos esclavos a los que trataba atrozmente, marcándolos con hierros candentes, encadenándolos en las ergástulas, torturándolos sin motivo y negándoles la ropa y el sustento. A este respecto, añade que les incitaba a que ellos mismos se lo proporcionasen mediante el robo, práctica que debió estar bastante extendida. Se sabe de la actuación de bandas de esclavos-pastores que se entregaban al latrocinio y la violencia con la connivencia o bajo la inducción de sus amos, cuyo poder servía para frenar las intervenciones de los magistrados romanos. La sublevación se extendió rápidamente en la zona oriental de Sicilia y fue Euno quien tomó la dirección de la misma. Era éste un esclavo sirio cuyo dueño, Antígenes, era otro latifundista de Enna. Pronto el conflicto amplió su base de acción, al sumarse a los seguidores de Euno otro levantamiento de esclavos acaecido en la región de Agrigento y capitaneado por un esclavo cilicio llamado Cleón. A finales del 135 a.C. los esclavos dirigidos por Euno eran unos 200.000. Éstos habían logrado derrotar en el mismo año al pretor L. Placio Ipseo y, posteriormente, al ejército comandado por el cónsul Cayo Fulvio Flaco. En el 133 a.C. el nuevo cónsul, L. Calpurnio Pisón, logró reducir la ciudad de Morgantina. Fue el cónsul del 132, Publio Rupilio, quien puso fin a la revuelta reconquistando Tauromenio y tomando Enna, la capital de Euno. Terminadas las operaciones, Rupilio continuó en la isla donde actuó como procónsul en el 131. Procedió durante su mandato a adoptar una serie de medidas tendentes a evitar nuevas revueltas, entre ellas la promulgación de la Lex Rupilia, cuyo efecto debió de ser casi nulo. Euno es descrito por Diodoro como un mago. Sin duda el rodearse de un carácter sagrado -mantenía comunicación con la diosa siria Atargatis- y taumatúrgico -tenía la habilidad de expulsar fuego por la boca- era un elemento que infundía fe a sus seguidores y, al mismo tiempo, le dotaba de autoridad sobre ellos. Euno se proclamó rey con el nombre de Antíoco e instaló la capital en Enna. Su reino se regía por el modelo de las monarquías helenísticas. Se rodeó de un consejo integrado por los esclavos más preparados y llamó sirios a sus seguidores. Llegó incluso a acuñar moneda en la que aparecía representada la diosa Deméter, que era especialmente venerada en Enna y por tanto con mayor influencia entre sus nuevos súbditos que la suya propia, Atargatis. La segunda guerra civil siciliana fue simultánea a otras revueltas menores acaecidas en Capua, Nuceria y la propia Sicilia, como la revuelta capitaneada por Vario de un grupo de esclavos de una misma propiedad y que fue reducida en poco tiempo. Pero la insurrección más importante, la dirigida por Salvio en el 104 a.C., parece que se debió -como causa directa- a la negativa de las autoridades romanas de la isla a reconocer la ilegitimidad de la condición de esclavo de los provinciales y/o aliados capturados en razzias. Diodoro refiere un hecho concreto de esta situación, que suponía la reducción a la esclavitud de libres aliados en Sicilia. Dice Diodoro que cuando Mario pidió ayuda militar al rey de Bitinia, Nicomedes II Epífanes, éste se negó a concedérsela arguyendo el gran número de bitinios que se encontraban reducidos a esclavitud en las provincias romanas, por causa de los recaudadores de impuestos de Roma. Puesto que no había recaudadores de impuestos en Bitinia, parece claro que éstos habrían sido hechos prisioneros en razzias, tal vez debidas a piratas. En tal caso, serían los publicanos de la provincia romana de Asia quienes los redistribuirían a otros lagares. El Senado romano decretó la liberación de los aliados que hubieran sido reducidos a esclavitud. El gobernador de Sicilia, Licinio Nerva, procedió a la liberación de éstos en cumplimiento del decreto, pero la presión de los grandes propietarios que se oponían a este procedimiento, junto con los sobornos o amenazas, decidió a Nerva a paralizar las liberaciones. Los esclavos rechazados fueron quienes encendieron la llama de la rebelión. Tras la suspensión anunciada por el gobernador, abandonaron Siracusa y se refugiaron en el santuario de Palicos, donde se organizó la revuelta situando al frente de la misma a Salvio, de origen desconocido, aunque su nombre sea latino. A este foco rebelde se unió poco después un nuevo contingente de esclavos sublevados en la zona de Heraclea Minoe, a cuyo frente estaba el cilicio Atenión. Éstos habían logrado vencer a Marco Titinio, encargado por el gobernador de reprimir la revuelta. Es ilustrativo de la diferencia existente entre los esclavos domésticos y los destinados al campo, el hecho de que los esclavos de la ciudad de Morgantina -a la que Salvio intentó someter- se negaron a sumarse a la sublevación pese a que la incorporación a la misma les hubiese supuesto la libertad. Salvio se proclamó, al igual que Euno anteriormente, rey con el sobrenombre de Trifón. Estableció la capital en Triocala. En el 103 el ejército romano, al frente de L. Licinio Lúculo, se enfrentó en Escirtea a más de 40.000 esclavos comandados por Salvio-Trifón. Éstos fueron derrotados y Salvio murió en combate, pero los supervivientes se refugiaron en Triocala, ciudad a la que Lúculo inicialmente sitió y, sorpresivamente, abandonó poco después. Atenion sucedió en el mando a Salvio y condujo la última fase de las operaciones, que culminaron con la derrota frente al ejército romano al mando del cónsul M. Aquilio, en el año 101 a.C.