Comentario
Con el siglo III d. C. iniciamos el descenso real y simbólico de la retratística. Junto con el siglo IV compone el punto de partida de la tardoantigüedad.
La tercera centuria arranca con un peculiar continuismo de los patrones precedentes. No destaca este siglo por sus creaciones particulares. Podríamos decir, sin temor a caer en excesivas generalizaciones, que la etapa vive de las rentas. Desde un punto de vista formal siguen los soportes monumentales al uso: estelas con retrato. Además aparece el retrato incorporado al sarcófago decorado. Estilísticamente los retratos inician un proceso de esquematización con respecto a la exageración formal antoniniana. Se observa una vuelta al realismo conciso y seco, reflejado en los peinados de cortos mechones y en los rostros acartonados. La obra exenta disminuye, pareja al decaimiento socioeconómico del momento. Son escasos los retratos particulares en bulto redondo, y si hallamos el porcentaje del montante total las cantidades no variarían demasiado de aquellas proporcionadas en el Corpus de García y Bellido. Este fenómeno no sólo aparece en la Península, sino que es sintomático de transformaciones que acontecen en todo el Imperio.
A partir de este siglo y en el próximo va a producirse un cambio en el soporte retratístico. Tímidamente continúa la producción de estelas y relieves, pero hacen acto de presencia nuevas soluciones, como el retrato en los pavimentos de mosaicos. La producción retratística no está a la altura que cabría pensar. La evidencia histórica del resurgimiento del siglo IV no camina paralela al tema que nos ocupa.
La explicación podría encontrarse en las destrucciones sistemáticas a que fueron sometidas las piezas y su reutilización. En las primeras líneas del texto revisamos los distintos soportes, mencionando la problemática de cada uno de ellos. Es arriesgado identificar un rostro sobre mosaico con un retrato particular; abundan en el género los estereotipos indeterminados, con la simple intención de ocupar una escena. Es evidente que los clientes de los mosaistas, apreciando la dificultad técnica del oficio en repetir su físico, aplauden la incorporación de cartelas y texto que den personalidad a los rostros musivos. Lo poco que nos ha llegado de esta plástica tardía evidencia una obra que ha olvidado los patrones que conformaron el genuino retrato romano. De la mano de los escasos ejemplos encontrados en la Península iniciamos un camino sin retorno, los nuevos valores plásticos que engendrarán el medievalismo artístico.