Comentario
Pese a la espectacularidad de las cifras de producción minera, y pese a que la situación colonial condujo a que esa fuera la principal especialización económica de las Indias, la economía americana siguió siendo, como antes de la llegada de los españoles, fundamentalmente agraria, aunque conocerá importantes transformaciones.
La primera afecta a la misma propiedad de la tierra, que, como la de las minas y todos los bienes raíces, corresponde a la Corona, que reconoció los derechos de los indígenas a sus tierras comunales y reguló el acceso a la tenencia de tierras por parte de los españoles. La fórmula legal era la donación o merced de tierras, prerrogativa exclusiva del monarca o sus representantes autorizados, sin la cual la ocupación era mera usurpación. En el siglo XVI, la ocupación de la tierra sin título legal fue la práctica más común para extender la propiedad, ya sea por apropiación de terrenos baldíos (pertenecientes a la Corona) o por compra o usurpación a los indígenas. Este primer proceso de ocupación desordenada acabó siendo institucionalizado por la Corona, que entre 1591 y 1615 dictó nuevos procedimientos para la adquisición de tierras.
Lo más importante fue la ordenanza de 1591, según la cual todas las tierras poseídas de forma irregular pudieron legalizarse mediante el procedimiento de la composición, que sólo requería un cierto trámite burocrático y el pago de una cantidad de dinero, a modo de multa. El sistema de la composición de tierras permitió que a lo largo del siglo XVII se regularizara la posesión de la mayoría de las grandes haciendas agrícolas y estancias ganaderas, que en el siglo XVIII evolucionan hasta convertirse en una misma unidad de producción: haciendas de tipo mixto agropecuario. El proceso de expansión de la hacienda se hace muchas veces de forma ilegal, y con relativa frecuencia se repiten órdenes que tratan de legalizar los títulos de propiedad; así, en 1754 una real instrucción declara automáticamente válidos los títulos sin confirmar anteriores a 1700, facilitando la legalización de los posteriores a esa fecha.
En cuanto a las dimensiones de los lotes, variaron con el tiempo. Al principio una caballería (parcela correspondiente a un conquistador que hubiera combatido a caballo) equivalía a seis peonías (parcela del combatiente a pie) y tenía unas seis hectáreas. A partir de 1536, el virrey Mendoza establece que una caballería de tierra cultivable equivalía a 41 hectáreas; una estancia de ganado mayor, 1.749 hectáreas (una legua cuadrada) y una estancia de ganado menor, 770 hectáreas. En Nueva España, entre 1540 y 1620, por medio del sistema de concesión de mercedes, se repartieron 12.742 caballerías de tierras cultivables a los españoles y mil a los indígenas, representando en total unas 600.000 hectáreas. Pero a partir de estas concesiones, se produce un fenómeno de concentración de la propiedad que da lugar a la aparición de los grandes latifundios, con dos modalidades fundamentales: la hacienda (unidad mixta agropecuaria, de carácter autárquico, con mano de obra india o mestiza) y la plantación (dedicada al cultivo de productos tropicales de exportación, con mano de obra esclava).
Por lo que se refiere al desarrollo agrícola, se ve enriquecido ya en los años inmediatos a la conquista por la introducción de cultivos europeos considerados esenciales para los españoles (el trigo, la vid, el olivo ciertos cítricos, hortalizas, la caña de azúcar), la difusión de cultivos autóctonos de unas regiones a otras (el cacao, la papa), y la introducción de técnicas de cultivo españolas, como el arado y las yuntas. Los cultivos básicos indígenas siguieron siendo los mismos, especialmente el maíz, el grano sagrado de América, que seguirá siendo el elemento esencial de la dieta indígena, así como la papa, el frijol, el chile, la calabaza. Casi todos estos alimentos serán también consumidos por los españoles y criollos, primero por necesidad ante la falta de alimentos europeos, y luego por adaptación. Cultivos importantes serán también, en México, el maguey, del que se extraía el pulque, bebida muy apreciada por los indígenas, y en Perú y Charcas la coca, usada como estimulante.
De los cultivos europeos, sin duda el trigo es el que alcanza una más amplia difusión, en especial en Puebla-Tlaxcala y El Bajío (Nueva España), Lima, Chile, Cuyo y Tucumán. La vid y el olivo se aclimatan sobre todo en el sur de Perú, comarcas de Chile y en Mendoza (Cuyo), logrando mantenerse pese a limitaciones y prohibiciones encaminadas a evitar su competencia con el vino y aceite peninsulares. Pero junto con los cultivos destinados al mercado interno, se producen otros para el mercado europeo, que a partir de mediados del siglo XVI empezaron a explotarse a escala comercial.
La agricultura de exportación se basa esencialmente en cinco cultivos, tres autóctonos y dos importados: caña de azúcar, cacao, tabaco, café y añil. La caña de azúcar, llevada desde Canarias, se introdujo muy pronto y logró una rápida expansión en las Antillas (en Cuba acabará siendo el producto económico básico) y también, aunque destinada al consumo interno, en Nueva España y Perú. El cacao, que había tenido un gran consumo en la América prehispánica, lo seguirá teniendo en la América colonial -sobre todo en México- y se difundirá también a Europa; las principales zonas productoras son Soconusco (Guatemala) y, sobre todo, Venezuela y Guayaquil; en el siglo XVIII el cacao tendrá tal demanda que justificará la creación en 1728 de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, para monopolizar la producción venezolana. El tabaco también acabará siendo aceptado en Europa, cultivándose en Barinas (Venezuela), y en diversos lugares para autoconsumo, pero donde se desarrolló hasta el punto de ser producto de exportación fue en Cuba; en el siglo XVIII la Corona implanta el estanco del tabaco, controlando la producción y monopolizando la distribución y fábrica de cigarros. El café fue introducido en América en el siglo XVIII, adquiriendo importancia económica en Cuba, Puerto Rico, Costa Rica y Venezuela. En cuanto al índigo o añil (colorante vegetal), fue la base de la economía centroamericana, sustituyendo al cacao como principal producto de exportación.
Por último, la ganadería constituye, junto con la minería, el sector económico que más fuerte impacto recibió con la colonización española, pues era prácticamente inexistente en América (con la excepción de las llamas y demás camélidos andinos). La expansión y multiplicación del ganado, así como la introducción de las técnicas españolas de pastoreo (utilización común de los pastos, montes y baldíos) supuso un violento cambio en la fauna original americana y el uso de la tierra, particularmente en áreas densamente pobladas por agricultores indígenas tradicionales: el ganado invadió y destrozó los cultivos abiertos de los indios, transformando tierras de cultivo en campos de pastoreo.
La introducción de especies domésticas europeas, que en América se desarrollan rápidamente (ganado mayor -vacuno, caballar y mular-, ganado menor -lanar, caprino- y de cerda, aves de corral, etcétera), supone una impresionante transmigración de especies, que altera sustancialmente el medio americano. Aunque será una actividad extendida a todas las Indias, la ganadería tiene especial arraigo en tres grandes áreas: occidente y norte de Nueva España (desde Jalisco a Texas); llanuras del interior de Venezuela y cuenca del Río de la Plata (incluída la zona septentrional de la Pampa). Allí con la actividad ganadera se crea un tipo humano peculiar, el hombre a caballo, el vaquero, que hasta hoy se considera representativo del respectivo país: el charro mexicano, el llanero venezolano, el gaucho argentino.