Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 900
Fin: Año 1050

Siguientes:
Norteños y mozárabes al servicio de la restauración
Recintos defensivos
El papel del monasterio
Los edificios de repoblación: formas y finalidad

(C) Concepción Abad Castro



Comentario

En torno al año 900 la frontera del reino leonés alcanza el Duero, lo que supone la incorporación, en medio siglo, de los espacios comprendidos entre la vertiente meridional de la Cordillera Cantábrica y el río meseteño. Este avance conlleva un gran proceso de importancia no sólo histórica, sino también artística: la repoblación. Ha de llevarse a cabo la colonización de las nuevas tierras y la organización de una estructura política y administrativa, muy levemente establecida entonces. A tal efecto, García, hijo y sucesor de Alfonso III, traslada la corte desde Oviedo a León, acaso porque, como señala M. Risco, los monarcas estimaron que León era la plaza más fuerte para la guarnición y defensa del reino de Asturias. Desde entonces, la ciudad, en expresión del mismo autor, merecería el nombre de "conquistadora y restauradora del reino de los godos".
Con estas palabras, el cronista, seguramente ajeno a la connotación artística que encierra tal calificativo, plantea casi con dos siglos de anticipación el problema esencial que en el presente ha preocupado a los especialistas: los componentes formales, los protagonistas cristianos repobladores del norte o mozárabes emigrados de al-Andalus y la significación de la arquitectura que en el siglo X se levanta en el valle del Duero.

Desde que en 1919 M. Gómez Moreno, en una espléndida obra definiera el arte de este período como mozárabe, la historiografía posterior, con la excepción de J. Fontaine que sigue manteniendo el mismo término, coincide, aunque con diversos matices, en que el pasado preislámico, hispanogodo, está más claramente presente en la configuración del léxico arquitectónico de las construcciones de la décima centuria que las posibles aportaciones de los mozárabes. J. Camón Aznar, en 1949 planteó por primera vez la doble posibilidad terminológica -repoblación y mozárabe- para la arquitectura que estudiamos. Pero ha sido I. Bango Torviso quien, en sus distintos trabajos sobre el particular, ha insistido en la necesidad de contemplar las manifestaciones de la décima centuria en el valle del Duero bajo la óptica de la repoblación, cuyos protagonistas, como él señala, eran conscientes de que restauraban en los modos y medios constructivos las maneras de hacer del mundo hispanovisigodo.

Desde que C. Sánchez Albornoz escribiera sobre la desertización del Valle del Duero se han sucedido los estudios por parte de historiadores y arqueólogos, afirmando y negando tal desertización. Evidentemente éste es un problema importante a tener en cuenta cuando nos acercamos a la décima centuria, pero no vamos a entrar aquí más que en aquellos aspectos que afectan directamente a las realizaciones artísticas.

En nuestra opinión, estamos ante un territorio habitado de forma dispersa, en núcleos de población -sean villas, vicos, castella o civitates-, perfectamente contemplados, por otra parte, en el Derecho visigodo. Estos se inscriben en contextos territoriales más amplios que refleja la documentación leonesa del X, como valles, castros, territorios, etc., o se subdividen en demarcaciones espaciales más reducidas, como cortes, villelas o villulas.

Las referencias documentales a lugares poblados suman un número suficiente como para no hablar hoy día de territorios desiertos, abandonados y destruidos con una valoración generalizadora, aunque aquélla fuera la realidad de zonas muy puntuales. Pese a las menciones de lugares e iglesias fundadas y abandonadas desde antiguo -ab antiquis-, no puede negarse la pervivencia de población, menos en las ciudades que en los ámbitos rurales, en continuidad con un proceso que ya se había iniciado desde la antigüedad tardía.

Sin embargo, esta realidad ha de contemplarse junto a otras dos circunstancias, no menos significativas, a nuestro parecer: por una parte, son todos ellos núcleos de población herederos de la antigua organización preislámica y, especialmente en el caso de las villas, nos encontramos con la pervivencia del esquema vilicario romano; y por otra, no existe una articulación administrativa elaborada que dé unidad al proceso, pese a la existencia de figuras como el comissus. Nos encontramos, por tanto, ante una población antigua, heredada de una cultura tardoantigua, que supervive de forma dispersa en un amplio territorio, que ahora ha de repoblarse con nuevas gentes venidas del norte y del sur. En la mentalidad de estos recién llegados, los unos astures y portadores de la savia neovisigoda de sus monarcas, mozárabes otros no menos goticistas que los anteriores (pese a la causa de su contacto con el mundo islámico), no cabía otro punto de referencia que el pasado de la monarquía toledana, reinstalada en Oviedo tiempo antes. La sociedad que va a crearse en el valle del Duero volverá sus ojos hacia atrás y las construcciones que ellos realicen serán un reflejo consciente de las que en tiempos anteriores se levantaran.