Época:
Inicio: Año 14
Fin: Año 37

Antecedente:
Gobierno de Tiberio



Comentario

Cuando Augusto adoptó a Tiberio le impuso la obligación de que éste adoptara a su vez a Germánico, su sobrino e hijo de su hermano Druso. Con esa fórmula, podía quedar garantizada la continuidad del régimen. Los autores antiguos han introducido sombras en las relaciones entre Tiberio y Germánico, haciendo suponer que Tiberio estaba receloso del prestigio de Germánico ante el pueblo y los senadores dado su carácter franco y liberal. Pero la realidad fue más compleja. Tiberio encomendó a Germánico las misiones militares y diplomáticas más difíciles y lo apoyó a pesar de sus errores. Más aún, Tiberio no dudó en condenar al supuesto asesino de Germánico así como en atribuir a éste los mayores honores fúnebres que podía recibir un general romano, como lo demuestran los documentos contenidos en la Tabula Hebana y en la más reciente Tabula Siarensis.
Por otra parte, incluso los detractores de Tiberio deben reconocer que, al menos hasta el año 27 d.C., éste mantuvo buenas relaciones con el Senado. Por más que la historiografía antigua intente presentarnos la prudencia de Tiberio como exponente de su simulación, testimonios diversos de esos mismos historiadores ponen de manifiesto que Tiberio contó con el Senado considerándolo no sólo cámara administrativa sino como grupo al que reconocía capacidad de decisiones políticas, hasta el punto de aprobar decisiones contrarias a las propuestas del emperador sin por ello dejar de ser cumplidas ni traer sobre los senadores opuestos ningún tipo de represalia.

El año 27 d.C., Tiberio abandonó Roma para residir en Capri. Aunque estuvo cerca en algunas ocasiones, no volvió a entrar en la Ciudad. Esta prolongada ausencia ofreció las condiciones favorables para que sus detractores organizaran una intensa campaña de desprestigio del emperador. Las fuerzas pretorianas dispersas en diversos destacamentos por Italia fueron agrupadas por Tiberio en un campamento, castro pretorio, contiguo a las murallas de Roma. Al retirarse Tiberio a Capri, el jefe del pretorio, Sejano, tuvo una gran libertad y autoridad al ser visto como el representante del emperador en la ciudad. Desde el 27 d.C., Sejano aplicó un régimen de terror en Roma: senadores y caballeros contrarios a su proyecto personal de ser el continuador de Tiberio en el gobierno del Estado, fueron condenados como enemigos públicos en virtud de la aplicación de la ley de lesa majestad. El 31 d.C., informado Tiberio minuciosamente del comportamiento y de los proyectos políticos de su prefecto del pretorio, lo mandó ajusticiar, pasando Macro a ocupar su lugar. Nos falta información precisa sobre una parte de los últimos años del gobierno de Tiberio, durante los cuales pudieron haberse soldado de nuevo las buenas relaciones con el Senado. En todo caso, todos los historiadores antiguos deben reconocer que Tiberio heredo las arcas del Estado vacías y que, después de sanear la economía, esas arcas tenían un abundante superávit al final de su mandato. Y esa buena administración de las finanzas se corresponde con otras favorables gestiones de política interior y exterior o de fronteras.

Bajo Tiberio se mantuvo la división de las provincias entre senatoriales e imperiales. Pero también son frecuentes los procesos contra gobernadores de provincias senatoriales acusados de corrupción. Otro tipo de intervenciones contra algunos senadores evidencia sus deseos de sanear las maltratadas finanzas publicas más que un odio o enemistad sistemática contra los senadores. El proceso contra Sexto Mario, propietario de ricas minas en Sierra Morena, a quien se condenó por crimen de estupro, desvela, en cambio, en opinión de Tácito (Ann., VI,16-17), el deseo del fisco de disponer de metales; hoy diríamos que, ante todo, de los necesarios para las acuñaciones monetarias.

Un senadoconsulto del que conocemos una copia reciente hallada en Italia, en la antigua Larinum, evidencia que Tiberio siguió la política de Augusto de defender la dignidad de los órdenes: se prohibe que los hijos de senadores y de caballeros se contraten como gladiadores o como artistas de teatro. Y, en la misma línea, intervino prohibiendo la libertad de relaciones sexuales de algunas matronas -incluidas prácticas de prostitución- que fueron condenadas con el exilio. El consumismo de la época y el deseo de exhibición de riqueza exigían la búsqueda de esos ingresos extraordinarios a miembros de familias de los órdenes económicamente más débiles. El propio Tiberio con múltiples gestos quiso infundir en los órdenes las viejas virtudes de ahorro y austeridad; llegó a emitir leyes contra el lujo y el despilfarro. Para Tiberio, como para Augusto, los responsables del gobierno del Imperio debían ser un ejemplo de las virtudes exigidas a los gobernados.

Cuando Tiberio murió hubo voces del pueblo de Roma que, recogiendo los rencores contra su persona, querían que su cuerpo fuera arrojado al Tíber en señal de condena, Tiberius ad Tiberim. Ese estado negativo de opinión refleja los valores políticos del pueblo de Roma, habituado a la vida parasitaria y a vivir de donativos del emperador o de los miembros de los órdenes. Parece cierto que Tiberio, en su política de ahorro, se vio obligado a gastar poco en costear espectáculos de juegos que solían ir acompañados de donativos extraordinarios. Pero resulta abusivo el acusar a Tiberio, como lo hace Tácito, de demostrar desprecio hacia las capas bajas de la población. Pues bajo Tiberio, se tomaron medidas para librar a Italia de bandas de ladrones, se llevaron a cabo obras publicas para desviar ríos y lagos que tributaban en el Tíber con el fin de impedir las inundaciones a que estaba sometida Roma, se garantizó un abastecimiento regular de la ciudad tomando medidas contra los especuladores y, finalmente, se llevó a cabo el reparto regular de alimentos que recibía la plebe alimentaria de Roma. Todo ello demuestra que Tiberio no fue un político populista, dedicado a tomar medidas para granjearse simpatías. En todo caso, la opinión del pueblo de Roma, la reflejada en los autores antiguos, no era necesariamente la del resto de la población del imperio, que no tuvo tantos motivos de queja de su emperador.

Hay un hecho significativo que revela la preocupación de Tiberio por la mejora de las condiciones del pueblo de Roma. El año 36 d.C. un gran incendio arrasó la "parte del Circo contigua al Aventino y el propio Aventino" según Tácito, quien añade que Tiberio gastó cien millones de sestercios en restaurar lo destruido (Ann., VI, 45).

Y, para salvar la crisis del año 33 d.C., en la que hubo una enorme escasez de numerario en circulación, lo que amenazaba a los patrimonios familiares y facilitaba el abuso de los usureros, Tiberio intervino para ayudar "al repartir cien millones de sestercios por las bancas, concediendo la autorización de ser prestados sin intereses durante tres años siempre que el acreedor ofreciera una garantía del doble en predios" (Tác., Ann., VI, 17).