Comentario
La confianza de Aranda en que la coalición austro-prusiana al mando del duque Fernando de Brunswick acabara con la revolución antes de la intervención española, desapareció con la llegada a Madrid de la inesperada noticia de la derrota prusiana en Valmy el 21 de septiembre por las tropas al mando de Dumouriez. La posibilidad de que España ejerciera una labor mediadora en el caso de que las monarquías centroeuropeas, Prusia y Austria, lograran ocupar territorio francés, se difuminó con el éxito militar de los revolucionarios que habían pasado a la ofensiva ocupando Worms y Maguncia a los austriacos, y Saboya y Niza al rey de Cerdeña. El retroceso de Aranda hacia posiciones neutralistas, convencido de que una participación española sería en ese momento contraria a los intereses nacionales y de todo punto inviable, dada la falta de preparación del ejército español, decidió al rey en noviembre a buscar una nueva y sorprendente alternativa, Manuel Godoy, decisión que dejó estupefacto al propio embajador francés Bourgoing, que la juzgó resultado de una extraña ceguera del despotismo.
Si bien era Carlos IV el responsable último de la decisión de prescindir de Aranda, fueron varias las fuerzas y grupos que pugnaron por desbancar de la Secretaría de Estado al político aragonés: los emigrados franceses residentes en la Corte, encabezados por el conde de La Vauguyon, último embajador en Madrid de Luis XVI, que eran, lógicamente, partidarios de una acción española más contundente hacia los revolucionarios franceses que la preconizada por Aranda, y que se consideraban menospreciados en sus aspiraciones; el nuncio monseñor Vincenti, declarado antiarandista, que reconoció haber solicitado al propio Carlos IV en sus audiencias la sustitución del Secretario de Estado movido por el bien de la Religión y del Estado; el Inquisidor General Agustín Rubín de Ceballos; y, sobre todo, la propia reina, que había desairado a Aranda y a su esposa públicamente en algunas ceremonias cortesanas, indicando, de manera harto explícita, que el conde había dejado de contar con el favor real.