Comentario
Una segunda fase de la guerra comprende desde finales de 1808 hasta 1812, algo más de tres años en los que se despliega el dominio más aplastante de los franceses sobre el territorio español. Napoleón, que se hizo consciente de las dificultades que presentaba la ocupación de la Península a causa de la hostilidad y la resistencia del pueblo español, lanzó a más de 250.000 hombres al sur de los Pirineos. Además, estos hombres no eran ya novatos, sino soldados con experiencia, curtidos en los campos de batalla europeos y capaces de enfrentarse a las situaciones más comprometidas. El propio Napoleón acudió a la Península para dirigir personalmente las operaciones que se fueron desarrollando en esta fase. El ejército imperial marchó hacia Burgos y desde allí lanzó a Ney sobre Tudela y a Soult sobre Santander, buscando asegurarse los flancos y destruir al ejército español. Sin embargo, éste, consciente de su inferioridad y de que poco podía hacer frente a la formidable máquina de guerra que tenía delante, rehusó presentar batalla. Los únicos resultados de esta campaña fueron la ocupación de Madrid y el repliegue de las tropas inglesas que, al mando de Moore, habían acudido a apoyar a los españoles y que se vieron forzadas a reembarcar en La Coruña. A cambio de ello y gracias a no haber intentado resistir en campo abierto, los españoles conservarían prácticamente intactos sus recursos humanos y una parte de sus recursos materiales, aunque tuviesen que padecer la falta de organización y la dispersión de sus efectivos.
La situación a finales del invierno de 1809-1810 era la siguiente: Suchet consiguió ocupar, no sin grandes esfuerzos, las plazas de Aragón y Cataluña. En el centro, los españoles sufieron una derrota en Ocaña en noviembre de 1809 y esto permitió a Soult conquistar Andalucía y llegar hasta las puertas de Cádiz, que pudo resistir todos los ataques de que fue objeto, en parte gracias a su especial configuración geográfica y a que estaba perfectamente fortificada por tierra, y en parte por la ayuda en los abastecimientos que continuamente le ofrecían los ingleses. En la parte occidental de la Península, los ejércitos napoleónicos fracasaron en las dos expediciones que enviaron a Portugal contra los ingleses, que se hallaban bajo el mando de Arthur Wellesley, duque de Wellington.
Esta situación defensiva de los españoles y de los ingleses en la Península se mantuvo hasta la victoria angloportuguesa de Arapiles, que tuvo lugar el 22 de julio de 1812. En estos años fue precisamente en los que se generalizó esa forma tan peculiar de entender la guerra, como fue la guerrilla. El origen de la guerrilla hay que buscarlo en la derrota y el desmoronamiento del ejército español a finales de 1808. La situación en la que cayó el ejército regular queda perfectamente reflejado en las palabras del duque del Infantado, cuando intentaba recomponer a las tropas dispersas y se encontró con "un ejército destrozado y una tropas que presentaban el aspecto más lastimoso, con unos soldados descalzos enteramente, otros casi desnudos, y todos desfigurados, pálidos y debilitados por el hambre más canina". Dada esta situación del ejército convencional español y ante la aplastante superioridad de la Grande Armée, no cabía otro tipo de resistencia que una guerra no convencional, como fue ésta de la guerrilla, término que el vocabulario español ha transmitido desde entonces a otros idiomas para hacer referencia a esta forma de hacer la guerra, y que al parecer tuvo su origen en la expresión "petite guerre" que utilizaron los franceses para calificarla.
Así pues, la guerrilla era la forma de hacer la guerra a las tropas napoleónicas que adoptaron los españoles ante la manifiesta inferioridad en la que éstos se encontraban. Los guerrilleros se reunían en partidas, que consistían en grupos no muy numerosos de combatientes y que hacían gala de una gran movilidad y de una extraordinaria eficacia. Sus jefes eran con frecuencia militares que habían sido vencidos con sus unidades y por eso habían decidido echarse al monte para combatir por su cuenta. Los que se unían a ellos podían ser soldados o civiles de todas clases: campesinos, pastores, estudiantes, contrabandistas y bandidos, algún que otro noble y bastantes clérigos. ¿Por qué llegaron a convertirse en guerrilleros? A veces por puro patriotismo, pero a veces también para reparar algún daño sufrido a manos de franceses o por el deseo de vengar alguna afrenta personal. Es lógico que entre los guerrilleros hubiese también elementos anárquicos, o simples criminales, y éstos no sólo luchaban contra los franceses, sino que se aprovechaban de las circunstancias por las que atravesaba el país para robar y saquear en cuantas poblaciones caían en sus manos, estuvieran o no en poder de las tropas napoleónicas.
Pero había que aceptar estas partidas tal como eran, pues como afirma G.H.E. Lovett, los aspectos políticos en lo concerniente a la independencia nacional superaron ampliamente a estos aspectos negativos.
Resulta difícil evaluar numéricamente a los guerrilleros. Canga Argüelles calculaba que su número podía ascender a unos 35.000. Otros historiadores han aventurado la cifra de 50.000, que podría estar más cerca de la realidad. No obstante, había que tener en cuenta que a medida que avanzaba la guerra, su número inicial fue aumentando, lo que les permitió actuar más como pequeños ejércitos, sobre todo cuando su jefe era un militar, lo que facilitaba también su colaboración con las unidades regulares. Con las tropas inglesas, sin embargo, nunca se entendieron. Para la rígida disciplina militar inglesa, los guerrilleros españoles representaban siempre el espíritu anárquico y desorganizado del pueblo español.
Aunque a veces se ha reprochado a estos combatientes su extrema crueldad, hay que tener muy en cuenta las condiciones en las que se desarrolló esta guerra, a la que se la ha calificado de guerra total. El hecho de que fuese la lucha de todo un pueblo, incluidos los ancianos, las mujeres y hasta los niños, contra un gran ejército como el napoleónico, dio lugar a episodios realmente trágicos, como los que reflejó Francisco de Goya en su colección de Los Desastres de la guerra. Los soldados franceses tomaban represalias por la acción de los guerrilleros y éstos a su vez, pagaban a los invasores con medidas más crueles aún. Sin embargo, el historiador francés J.R. Aymes ha señalado que la utilización de armas blancas u otros instrumentos cortantes, no se debía a una constante del carácter de los españoles, como podía ser la ferocidad o el desprecio a la muerte, sino simple y llanamente a la insuficiencia de armamento que padecían estos combatientes. Su valor militar no hay que minimizarlo, a pesar de todo, pues por el contrario, como ha señalado Artola, sus acciones fueron más importantes que las del ejército regular español e inglés.
Entre los más famosos guerrilleros hay que mencionar a Juan Martín, apodado El Empecinado. Fue quizás el más humano y generoso. Había nacido cerca de Aranda y con la partida que llegó a reunir a cerca de unos mil quinientos hombres, hostigó continuamente a los franceses en Madrid, Guadalajara, Soria y Cuenca. El general Hugo, padre de Victor Hugo, que fue enviado para combatirle con 5.000 hombres bajo su mando, no pudo controlar sus correrías.
Javier Mina y su tío Francisco Espoz y Mina, fueron también dos famosos guerrilleros que operaron en la zona de Navarra, de donde eran originarios. Este último, por su perfecto conocimiento del territorio que controlaba, por su arrojo y por su valor, se ganó la admiración de todo el pueblo navarro, que le facilitó toda clase de ayuda. Por el hecho de que llegó a dominar toda la red de comunicaciones de los franceses con el auténtico ejército guerrillero que creó, fue denominado por sus enemigos como "Le petit roi de Navarre".
El cura Merino, como se conocía al sacerdote Jerónimo Merino, encabezó una partida que operaba en los alrededores de Burgos. Con 300 hombres, sembró el terror entre los soldados franceses, y de él se comentaba su extrema crueldad. Después de que los franceses ahorcaran a los elementos que formaban la junta local de resistencia de Segovia, ordenó a sus hombres que tomaran a 20 soldados enemigos por cada uno de los seis españoles ahorcados y los mandó ejecutar de la misma forma.
Las acciones de éstos y otros hombres como ellos fueron sin duda eficaces para combatir y enfrentarse a un ejército que presentaba tanta superioridad, pero también hay que considerar su importancia como elemento de intimidación psicológica para un ejército como el napoleónico, que no estaba acostumbrado a esta forma de guerra. La movilidad, la sorpresa y la improvisación eran unos motivos por los que los militares franceses no pudieron sentirse nunca seguros. La correspondencia, informes y memorias de los soldados galos, muchos de los cuales pueden consultarse aún en los archivos militares del vecino país, reflejan la inquietud y el desasosiego de unos hombres que nunca se sintieron seguros durante su estancia en la Península. En esta segunda fase de la guerra, fue la guerrilla la que pudo mantener la llama de la resistencia patriota frente al aplastante dominio de Napoleón.