Época: Reinado Fernando VII
Inicio: Año 1808
Fin: Año 1814

Antecedente:
Comienzos del reinado y Guerra de Independencia

(C) Rafael Sánchez Mantero



Comentario

Una tercera fase de la guerra es la que coincidió con la campaña de Rusia del Emperador. Con la derrota de la Grande Armée, las tropas hispanoinglesas pasaron a la ofensiva. La batalla de Arapiles (22 de julio de 1812) en la que las tropas de Marmont fueron derrotadas por las de Wellington, fue la consecuencia de la nueva situación. La amenaza sobre la ruta de Madrid fue suficiente para que los franceses se apresurasen a abandonar Andalucía y para que el rey José abandonase la capital y se retirase hacia Valencia. Todavía se produjo el contraataque de las tropas francesas desde el Ebro y desde Levante, que consiguió restablecer a José en Madrid. Sin embargo, la gran ofensiva final, emprendida en mayo de 1813 empujó al ejército de Napoleón hacia los Pirineos, cuya retirada fue jalonada por las derrotas de Vitoria, el 21 de junio, y la de San Marcial, el 31 de agosto. El tratado de Valençay, firmado el 11 de diciembre de 1813, dejaba a España libre de la presencia extranjera y restablecía la normalidad después de varios años de una guerra en la que todos los españoles se habían visto implicados.
Parte importante en la derrota napoleónica tuvieron las tropas inglesas comandadas por Arthur Wellesley, duque de Wellington. Inglaterra había sido durante siglos la tradicional rival de España en el Atlántico. La derrota de Trafalgar estaba todavía muy reciente en la mente de los españoles, y sin embargo el peligro napoleónico hizo que el enemigo de ayer se transformase en el heroico aliado del momento. La alianza se formalizó a comienzos de 1809, pero si al principio la colaboración se llevó a cabo con gran entusiasmo, en el curso de la guerra se iría apagando por la mutua desconfianza que mostrarían ambos aliados. Los políticos españoles se sentían disgustados con frecuencia por la crítica que hacían los ingleses a la forma de llevar la guerra, y éstos, por su parte, no acababan de entender la falta de rigor y de disciplina de los combatientes españoles. Además, la intervención inglesa ocultaba en realidad unos propósitos poco confesables de carácter puramente económico, como era el de hacer desaparecer la incipiente y débil industria española, que si acaso prosperaba podría hacer peligrar en el futuro las exportaciones inglesas de paños y algodones, que tenía en España un mercado prometedor. De hecho, los soldados británicos llevaron a cabo durante la guerra operaciones de destrucción que afectaban claramente los intereses económicos españoles. Tal fue el caso del desmantelamiento de las fábricas de textiles de Segovia y Avila, cuya producción podría constituir una competencia seria para las exportaciones británicas cuando terminase el conflicto. También a los ingleses les interesaba comerciar libremente con América, aunque esto no significase que apoyasen directamente los movimientos de independencia; es más, Inglaterra se ofreció como mediadora para resolver el conflicto entre las colonias y la metrópoli.

En cuanto a la ayuda inglesa en material de guerra y dinero, Lovett adopta una postura intermedia entre los historiadores que la han exagerado hasta puntos poco admisibles, como Napier y Southey, y los que la han minimizado, como Gómez Arteche o el mismo Canga Argüelles. La cifra de 200.000 rifles y de 7.725.000 duros, parece que son los más ajustados a la realidad.

Algunos historiadores ingleses han considerado que la contribución militar británica a la victoria final fue decisiva. Por el contrario, la mayor parte de los historiadores españoles han valorado la resistencia nativa como el elemento esencial de la derrota napoleónica, restando importancia a la acción de las tropas de Wellington. Sin embargo, resulta difícil, incluso hoy día, determinar con precisión qué porcentaje tuvo una y otra circunstancia en el resultado final de la guerra, puesto que, además, habría que tener en cuenta otro factor importante en el desarrollo de los acontecimientos, cual fue la necesidad que tuvo el Emperador de sacar tropas de la Península para dedicarlas a atender la campaña de Rusia.

En definitiva, la Guerra de la Independencia fue un dramático telón de fondo que mantuvo a todo el país en una permanente situación anómala a lo largo de seis años, en el transcurso de los cuales su trayectoria histórica daría un giro de enorme trascendencia. Nada de lo que ocurrió en España en los años sucesivos hubiese sido igual sin el profundo trauma que causó la guerra, la cual sirvió además para acelerar un proceso de cambio profundo y para afirmar con rotundidad la voluntad de los españoles de defender por encima de cualquier consideración su libertad nacional.