Comentario
Con el respaldo que le proporcionaba la Constitución de Bayona, José I formó un gobierno en el que incluyó a Luis Mariano de Urquijo en la Secretaría de Estado, a Francisco Cabarrús en la Secretaría de Finanzas y a Gonzalo O'Farril en la de Guerra, tres destacados colaboradores españoles del nuevo régimen. Además, formaban parte también de este primer gabinete Azanza (Indias) y Mazarredo (Marina). El recién nombrado rey entró en Madrid el 9 de julio de 1808. Creía que iba a ser bien recibido por sus súbditos y que iba a ganarse su beneplácito, pero pronto se dio cuenta de que los españoles no sólo no iban a aceptarlo, sino que se mostrarían hostiles en su mayor parte. Por lo pronto iba a permanecer muy poco tiempo en Madrid, puesto que como resultado de la batalla de Bailén, tuvo que retirarse hacia el norte.
Restablecido el dominio de las tropas napoleónicas, José Bonaparte hizo una nueva entrada en Madrid el 22 de enero de 1809, con mayor solemnidad si cabe que la primera vez. Después de pronunciar un breve discurso en la iglesia de San Isidro, presidió un Te Deum, y se retiró al Palacio Real entre salvas de artillería. Tenía entonces el rey José 41 años y era el mayor de los hijos de la familia Bonaparte. Era un hombre culto, con afición por la literatura y las artes, y a pesar de la propaganda patriótica que hacía todo lo posible por desprestigiarle, pintándolo como adicto al alcohol (Pepe Botella) y a los naipes, José no era un necio. Era generoso y amable y se esforzó por agradar a los españoles. Aunque carecía de inteligencia y de la capacidad de decisión de su hermano Napoleón, poseía dotes de buen soberano. Lo que ocurre es que las circunstancias en las que accedió al trono español hacían prácticamente imposible que pudiese desarrollar una labor de gobierno con resultados positivos. Que era un hombre bueno y bien intencionado, lo demostró con ocasión de la gran hambre que pasó la población de Madrid en 1811-1812, visitando los barrios más afectados de la capital y ayudando a los más pobres. Eso no calmó, sin embargo, la hostilidad de la mayor parte de los españoles, aunque éste no fue el único problema con el que tuvo que enfrentarse. Una de sus mayores dificultades consistió en preservar la independencia española frente a Napoleón. En varias ocasiones amenazó a su hermano con renunciar a la corona, pero en el fondo no quería, ni desagradar al Emperador, ni renunciar al prestigioso trono español. Así pues, continuó su reinado intentando resolver los muchos problemas que le asediaban.