Comentario
Entendiendo la peregrinación como un camino físico que a su vez también era una vía mística, los santuarios que se encontraban a lo largo del itinerario constituían etapas que preparaban a los romeros para, al llegar a la meta de su viaje, ante la tumba de Santiago, encontrarse en la mejor disposición espiritual de recibir los favores que esperaban.
Las principales guías y los predicadores insistían en la conveniencia de visitar los santuarios donde se custodiaban los cuerpos santos y venerarlos. Aymeric Picaud, después de señalar una larga relación de todos los lugares con reliquias que los peregrinos debían recorrer a su paso por Francia y España, terminaba con esta jaculatoria tan explícita sobre el papel desempeñado por los santos y sus reliquias como intercesores ante Dios: "Que todos estos santos, con todos los demás santos de Dios, nos asistan con sus méritos y súplicas ante Nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios por infinitos siglos de los siglos. Amen".
En un primer momento estos santuarios se convierten en importantes complementos de la peregrinación a Santiago, pero muy pronto adquieren por sí mismos tal relevancia que disputan el protagonismo al mismo Apóstol, dejando entrever en ocasiones que la peregrinación a Santiago puede ser sustituida por los beneficios que se obtienen en estos santuarios. Así, entre las gentes de la época, empiezan a difundirse milagros y consejos que inducen a la competencia. La catedral de Oviedo reclamaba su papel preeminente con respecto a Santiago, y muchos de sus devotos no dudaban en proclamarlo:
"Quien va a Santiago/ Y no a San Salvador/ Sirve al criado/ Y deja al Señor".
Detrás de estos versos no sólo está el sentimiento de amor y orgullo de unos fieles por un entrañable santuario que sienten como suyo, sino toda una teoría de poder de los hombres de Iglesia que están al frente de los diferentes centros religiosos. La presencia de peregrinos supone prestigio y cuantiosos ingresos; en resumidas cuentas, poder.
Para que un santuario se convirtiese en foco de atracción era necesario que los prodigios que se realizaban allí fuesen muy importantes, lo imposible se hacía posible por la gracia divina que actuaba en aquel lugar. Estos versos de las "Cantigas" de Alfonso X nos explican cómo, en Villalcázar de Sirga (Palencia), la Virgen empezó a hacer milagros:
"Esto foi en aquel tempo/ Que a Virgen començou/ A facer en Vila-Sirga/ Miragres, porque sanou/ A muitos d'enfermidades/ Et mortos ressocitou/ Et por ende as gentes algo/ Començaban d'y facer./ Como sofre muj gran coita/ O em'en cego seer,/ Assi faz gran piedade/ A Virgen en ll'acorrer".
Cierta parte de la historiografía ha señalado que este culto a las reliquias en general y a los cuerpos santos en particular se había desarrollado en España a partir de la influencia carolingia, incidiendo especialmente en este sentido al referirse al hallazgo del sepulcro de Santiago en Compostela poco antes del año 834. Nada más lejos de la realidad. Desde los primeros momentos de la existencia organizada del cristianismo en nuestro país los preceptos recomendaban a los fieles acudir a los lugares donde había cuerpos santos. En el célebre "Sermón contra las supersticiones rurales", de Martín de Braga (518-525-575-580), se indicaba a las gentes que, en las fiestas, era conveniente "ad loca sancta ambulare".
En las páginas siguientes haremos un breve recorrido por aquellos lugares en los que se custodian importantes depósitos de reliquias o el cuerpo de un santo venerado, analizando estos espacios en la arquitectura hispana de los siglos VI al XIII.
En las iglesias cuya topografía se organizaba siguiendo las normas de la vieja liturgia hispana, las reliquias más importantes se conservaban en una de las dos sacristías que tenían los templos, conocida como tesaurum. Al comprobar los otros objetos que se custodiaban en esta dependencia, libros, diversos objetos suntuosos y documentos de propiedad, percibimos claramente el significado del valor que se daba a las reliquias. A este respecto es bien conocido cómo los príncipes y señores altomedievales coleccionaban reliquias que constituían su "tesoro", entendida esta palabra tanto en sentido espiritual como material, sin olvidarnos que este término, por un evidente efecto metonímico, también denominaba el espacio contenedor.
Estos poseedores de tesoro-relicario lo situaban en sus oratorios privados, en algunos casos verdaderas capillas palatinas. Esta es la razón por la que muchas capillas adquieran la misma disposición planimétrica y tipo arquitectónico en general que los edificios martiriales. Así, la Capilla palatina de Aquisgrán, oratorio privado y depósito de la "Capella Sancti Martín", entre otras reliquias propiedad de los monarcas carolingios, adquirirá por influencia directa de su contenido una de las formas planimétricas más característica de los edificios martiriales, la planta central.
La Cámara Santa, en el conjunto catedralicio de Oviedo, es donde se guardan las grandes ofrendas que los reyes y poderosos regalan a San Salvador. En este sentido podría entenderse este espacio como una sacristía-tesoro. La Cámara consta de dos pisos. En el inferior, dedicado a Santa Leocadia, es de planta rectangular cubierta de bóveda de ladrillo. La misma advocación y varias hermosas laudas sepulcrales, entre ellas la tapa del sarcófago llamado de Iatacio, hablan por sí solos del carácter funerario-martirial de esta dependencia. El piso superior mantiene la misma estructura planimétrica, aunque la parte oriental estaba separada del resto por un cancel, señalando así lo que sería propiamente el presbiterio. Este oratorio estaría bajo la advocación de San Miguel.
El origen de este tipo de construcción se ha señalado en edificios martiriales hispanos como el de la Alberca de Murcia, tal como ha indicado Schlunk. Pero todavía podemos precisar algo más: se trata de la concepción de un oratorio-relicario, en el que su función como contenedor de reliquias condiciona la iconografía arquitectónica de su forma. Este monumento se inscribe en una tipología definida en la época hispanovisigoda, y más exactamente en el entorno palatino -en el sentido más amplio de este término- de la capital toledana. Aquí existía un templo dedicado a Santa Leocadia dividido en dos pisos; en el inferior, se encontraba la cripta (esta palabra en el lenguaje de la época significa tan sólo espacio arquitectónico donde existe un sepulcro) donde estaba enterrada la Santa. Debemos interpretar este monumento en el contexto de las ideas neovisigóticas de la corte ovetense, que pretendían recrear en Oviedo el paisaje monumental del Toledo de los reyes visigodos.
Los mismos reyes asturianos se encargaron de elevar sobre el lugar en el que se encontró el sepulcro de Santiago un templo. La historia y la arqueología nos enseñan que este santuario fue elevado por Alfonso II primero y, después, ampliado por Alfonso III. Viejas noticias documentales nos informan que la construcción de Alfonso III fue realizada con hermosas columnas romanas transportadas desde Portugal hasta Compostela.
Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por Chamoso Lamas nos ha permitido reconstruir la planta de este conjunto prerrománico bajo la actual catedral compostelana. El edificio sería de formas sencillas, mostrando unos simples volúmenes de líneas. En la cabecera, de forma rectangular, estarían los sepulcros de Santiago y sus dos discípulos bajo el piso del presbiterio. El cuerpo del templo constaría de tres naves disponiendo de un nártex de dos tramos en la parte occidental y un baptisterio rectangular abierto a la nave septentrional. Ante la puerta meridional se levantaron sendos mausoleos destinados a enterramientos privilegiados.
El conjunto responde a una respuesta lógica de un arquitecto que tiene que organizar la topografía templaria en función de un lugar sagrado, referente focal ineludible, la tumba del Apóstol. Y me refiero a una respuesta lógica y espontánea porque, aunque haya coincidencias con otros conjuntos de otras áreas geográficas y cronología, ante los mismos condicionantes es muy posible que las respuestas sean idénticas o al menos similares. De hecho, tenemos un santuario en el mismo camino jacobeo, Santa María de Tricio (La Rioja), que presenta la solución más próxima al templo compostelano de la época de Alfonso III: un viejo mausoleo romano sirve de cabecera al templo cristiano mientras que la organización de las naves se realiza mediante la reutilización de unas hermosas y monumentales columnas romanas.
Lo más habitual era que los peregrinos encontrasen las reliquias que debían venerar sobre un altar en una de las capillas del templo tal como podemos ver en uno de los relieves del arca de marfil del relicario de San Millán de la Cogolla. Así era como se mostraban los cuerpos de diversos santos en lugares del Camino de Santiago: San Millán, San Isidoro o San Pelayo, entre otros.
Dentro de los usos de la Iglesia hispana el cuerpo de Domingo de Silos será enterrado en el interior del templo en un sarcófago antropoide de piedra, junto a la pared septentrional cerca de la puerta, cuando éste fue proclamado santo (hasta entonces había permanecido ante la puerta claustral de la iglesia). Así, los fieles tenían un acceso fácil a esta capilla dotada de un altar sobre su sepulcro, alejados en parte de lo que será propiamente la iglesia monástica de la ampliación románica. Para su levantamiento de la sepultura se realizaría la hermosa arca de esmaltes románica que contendrían sus reliquias y que, por entonces, estaría colocada sobre el altar del Santo.
En el monasterio de la Cogolla, lugar de enterramiento y arca-relicario del cuerpo santo terminaron formando parte de dos espacios diferentes. La cueva donde había habitado Emiliano dio origen a un sitio de culto que llegaría a convertirse en un importante monasterio durante la repoblación del territorio, San Millán de Suso. El aumento de la comunidad de este cenobio obligó a bajar a un lugar más cómodo, donde se erigió un edificio románico (San Millán de Yuso).
El santo fue sepultado en la cueva que le había servido de vivienda, permaneciendo ésta abierta, como una capilla, a la nave septentrional del templo de los siglos X y XI. Sancho el Mayor de Navarra mandó elevar las reliquias del sepulcro y colocarlas en una caja relicario para facilitar su veneración. Cuando se construyó la iglesia del nuevo monasterio en Yuso se hizo un arca de madera y metal, de oro posiblemente, con una interesante serie de relieves ebúrneos; todo ello obrado entre 1060 y 1080. Por desgracia, en el siglo XIX se desmontaron los marfiles, el metal se perdió y algunas de estas placas relivarias terminaron en museos foráneos.
Aunque conservamos el cuerpo de madera del arca original, decorado su interior con una bellísima tela oriental, se realizó un nuevo relicario en el que se han engastado los marfiles conservados en el monasterio. Este arca se colocó sobre el altar de Santa María y seguramente su disposición no variaría mucho de como aparece en la representación del milagro de los ciegos que parte nos describe así Berceo en el momento en que los ciegos salen de su casa y se dirigen al arca del Santo:
"Ixieron de sues casas ambos con sos guiones,/ entraron en carrera, fincando sos bordones,/ vinieron al sepulcro lazdrados dos varones,/ pero sedien alegres entre sus corazones".
Debe entenderse aquí la palabra sepulcro en un sentido muy amplio, es decir, el lugar donde se encuentran reliquias. Así se llama también al pequeño receptáculo que sirve de contenedor a una reliquia, aunque ésta sea mínima. El lugar donde había estado el sepulcro original del santo en estos casos que se había producido una traslación también solía recibir un tratamiento monumental. Se trata de lo que llamaríamos el cenotafio propiamente dicho. En el antiguo espacio sepulcral de Yuso se construyó hacia 1200 un conjunto funerario con la imagen yacente del Santo. Para darle un aspecto más acorde con la "modernidad" de aquellos tiempos se adaptó a la cueva unas columnas y nervaduras que simulaban una capilla de estructura arquitectónica gótica.
Es evidente que la mayor atracción de los devotos era el cuerpo santo; sin embargo, el lugar donde había permanecido enterrado siempre había recibido un especial culto. No sólo la tradición así lo atestigua, sino que el mismo cenotafio de Millán representa a los devotos acudiendo allí a la espera de sus milagros. Si ante el arca se curaban los ciegos, no falta también aquí la representación del invidente conducido por su perro.
Pero el caso emilianense que contaba con el lugar de la antigua sepultura y el arca con el cuerpo trasladado no era el habitual de la época. En la célebre iglesia de San Isidoro de León, protegida por los reyes, había dos hermosos relicarios románicos, ambos realizados por Fernando I y Sancha: en uno se guardaban los restos de San Isidoro, mientras que el otro se destinaba a los de San Pelayo. El primero es una de las joyas de la metalistería de la época. El de San Pelayo, aunque ha perdido la guarnición áurea, todavía conserva unos hermosos relieves de marfil, entre los que destaca la serie del apostolado. Las reliquias de uno y otro procedían del sur, donde había tenido lugar el entierro primitivo, por lo tanto no había propiamente un locus sanctus que venerar en el edificio leonés, sino que eran los cuerpos en sus arcas los que se exponían en distintos altares del templo.
Creo haber demostrado que el conocido grupo de cinco iglesias de peregrinación, tantas veces citado en los manuales de arquitectura románica, no es lo unitario y homogéneo que pretenden algunos historiadores. Tampoco es un prototipo templario que sea utilizado durante el románico en exclusiva para conjuntos a los que acuden fieles peregrinos. Se suele insistir en una interpretación superficial de la girola de estos templos, considerando que esta era la articulación espacial que facilitaba la ambulación de los devotos para acceder al lugar santo donde se encuentra el cuerpo para su veneración. Dos edificios hispanos, ambos en el camino jacobeo, las catedrales de Santiago de Compostela y de Santo Domingo de la Calzada, muestran claramente cómo el uso del deambulatorio fue entendido de manera muy diferente.
El templo románico de Compostela fue proyectado para colocar el altar principal sobre la perpendicular del sepulcro del Apóstol, tal como explica la guía de Aymeric: "En la referida y venerable catedral yace honoríficamente, según se dice, el venerado cuerpo de Santiago, guardado en un arca de mármol, en un excelente sepulcro abovedado, trabajado admirablemente y de conveniente amplitud, bajo el altar mayor, que se levanta en su honor". La misma guía nos avisa que las diferentes capillas que constituyen la cabecera y el crucero fueron erigidas para contener los altares correspondientes, aunque después alguna de ellas fuera reaprovechada además como depósito de reliquias.
Termina Aymeric diciéndonos que se realizará un altar para los peregrinos: "Entre el altar de Santiago y el de San Salvador está el de Santa María Magdalena, donde se cantan las misas tempranas para los peregrinos". Como el conjunto del presbiterio no le parecía adecuado a Gelmírez para que los peregrinos tuviesen un ámbito algo más íntimo y recogido ante la contemplación del sepulcro santo, con este fin dispuso la realización de una confessio en el presbiterio, tal como nos explica la "Historia Compostelana" en los siguientes términos:
"Mas como el altar construido de la manera que hemos dicho, estaba por todas partes patente a los humanos ojos, sin quedar sitio alguno oculto donde pudiesen los devotos satisfacer el deseo de orar secretamente, era oportuno, y para la santa meditación evidentemente necesario un local recogido, a fin de que las almas radiantes con el esplendor de la interna contemplación, ora lavasen con abundante raudal de las lágrimas, derramadas en lugar retirado, las manchas de sus conciencias, ora respuestas, digámoslo así, con los regalos del celestial convite, y favores de la santa oración, saliesen exoneradas de la pestífera mole de los vicios. De aquí comenzó el obispo a insistir consigo mismo en el pensamiento de hacer una confesión junto al altar, deseando íntimamente hacerla con infatigable solicitud, y que al fin llevó a cabo por debajo de dos de las columnas del altar que sostienen el baldaquino. Mas cuán amplia y magnífica la construyó, aparece cuando da feliz entrada a los que la visitan".
Como queda claro en este texto, el espacio del presbiterio permanecía abierto por todas partes, será una transformación del proyecto original la que cree la confessio propiamente dicha. La girola compostelana en su origen sólo disponía la ambulación entorno al presbiterio, el acceso a las capillas y la comunicación con el exterior oriental del templo.
En Santo Domingo de la Calzada el cuerpo del patrono del templo ocupaba una capilla en el brazo del crucero, aunque es muy difícil precisar si ésta se acusaba al exterior del muro o simplemente estaba, como en Silos, tan sólo arrimada al muro. Por una concesión de indulgencias de Urbano V, del año 1362, sabemos que esta capilla se había quedado pequeña. Por esta razón, continuaba el documento pontificio afirmando, que era necesario ampliar y edificarla a la vez que se hacía una caja de plata en la que se custodiase el cuerpo del Santo. Realizada la ampliación de la capilla, el cuerpo permaneció en su interior formando un único conjunto funerario tal como se explica en la tradición de la catedral y la fórmula de este juramento del siglo XV, antes de la última gran reforma de la misma, confirma plenamente: "so virtud del juramento que fizo e jurando a nuestro Sennor Dios e a los santos Euangelios e a la sannal de la santa cruz que con su mano derecha en manos de mi el dicho notario Juan Sanchez de Salas fizo dentro en la capilla del Sennor Santo Domingo e teneiendo la mano sobre su cuerpo e sepultura donde esta sepultado".
El enterramiento junto a la puerta, además de atestiguar una vieja tradición atribuida a Domingo, viene muy bien para facilitar un acceso cómodo e inmediato a los fieles devotos y peregrinos. Se decía en la Calzada que el Santo había anunciado que el templo podría ampliarse hasta incluir la tumba en su interior, ésta había sido situada por él mismo en el atrio. Ubicando la capilla tan cerca de la puerta no sólo se disponía el acceso, sino que evitaba que los peregrinos penetrasen más en el interior de la iglesia molestando en todos los sentidos la práctica del ceremonial litúrgico y el propio mantenimiento del edificio.
La importancia y el desarrollo del culto dominicano era tan considerable que producía una cierta aglomeración en el brazo del crucero, circunstancia que no sería resuelta hasta la última ampliación de la capilla y del crucero.